Durante casi dos décadas, día tras día y a las 12 en punto, don Fermín Muñoz estuvo a cargo de disparar el cañón del cerro Santa Lucía. Hasta que jubiló, en 2007. Pero la Municipalidad de Santiago ya le encontró reemplazante: Miguel Flores tiene 49 años y hace tres meses que le comunicaron la decisión.

"Soy inspector de la Dirección de Jardines. Antes me encargaba de adquirir las salvas para el cañón, en Famae. Así es que tengo cercanía con el tema. Incluso, una vez, acompañado por don Fermín, lo disparé", cuenta.

¿Nervioso? "No, cuando llegue el momento ya vamos a ver si salgo volando o no", dice con humor este padre de cuatro hijos que todos los días le preguntan, ansiosos, cuándo va a disparar el cañón. Todo parece indicar que tendrán que seguir esperando.

Miguel Flores es el primero de los tres funcionarios que el municipio tiene pensado nombrar para que se turnen realizando esta actividad, pero que aún no selecciona. No hay apuro, el célebre cañón alemán marca Krupp, fabricado en 1910 e inactivo desde el 27 de febrero de 2010, en la actualidad está siendo restaurado por personal del Instituto de Investigación y Control del Ejército, Idic.

"El terremoto produjo derrumbes y fisuras en distintas construcciones del cerro, como el torreón que alberga a este cañón, por lo que se detuvo su funcionamiento", cuenta Flores.

El encargo se realizó hace casi un año, pero recién hace dos semanas que el Idic puso manos a la obra. "Recuperar esta pieza tiene un obstáculo adicional: su acceso. En un principio pensamos en bajarlo, pero su peso total -unos 600 kilos- y el difícil acceso hasta la cima donde se ubica nos hicieron desistir", cuenta el coronel Carlos Catalán.

"Incluso, el Cuerpo de Socorro Andino quiso participar. Ofrecieron su ayuda para bajar el cañón. Pero después de cinco meses de estudios también desistieron. ¿Qué pasa si se les cae y quiebra?", se pregunta el oficial y agrega: "Nosotros no estamos en el negocio de la recuperación de piezas históricas, pero en este caso tenemos el conocimiento y las herramientas para hacerlo".

Mientras, en el torreón del Santa Lucía, los cabos Bayron Castillo e Iván Vergara, más el suboficial Jorge Concha intentan sacar la pintura verde petróleo con la que está cubierta la pieza, con galletas de corte y lija, a la espera de un presupuesto que una empresa externa le haría ayer, por un decapado con arena más preciso.

Terminada esta etapa, explica Concha, "usaremos un barniz de anclaje para evitar el óxido y luego poliuretano. Creemos que a fines de septiembre estaríamos en condiciones de volver a armarlo".

En paralelo, los santiaguinos y particularmente el vecindario que rodea al peñón sigue dividido. Como buen hombre de armas, el coronel Catalán opina que "es una tradición que no podemos perder". Y claro, es un rito que lleva más de 180 años. Pero según el flamante cañonero Flores, "la mayoría extraña esta tradición, en especial los turistas, pero la gente que vive alrededor no quiere el cañón".

Tanto así que sus reclamos convencieron, en 1996, el alcalde Jaime Ravinet de suspender su tronadura. Pero, en junio de ese año volvió a sonar. Ya no todos los días, sino que sólo de lunes a viernes.

Un día antes del 27 de febrero, el cañón rugió por última vez y fue reemplazado por dos históricas campanas, pertenecientes a la Compañía de Jesús, reubicadas en los jardines de la sede del ex Congreso Nacional, en calle Compañía 1175.

El cañón en remodelación es el mismo que se ha percutado desde 1916. El Año Nuevo de ese año, Juan Bautista Larenas cargó la máquina con una dosis extra de pólvora, para que sonara fuerte en medio de los festejos. Funesta decisión: el cañón no resistió y explotó junto a su artillero. Una idea que a Miguel Flores, afortunadamente, no se le pasa por la mente replicar.