CURIOSO LO del olfato. Según los antiguos, buitres y humanos serían los animales de sangre caliente que mejor han desarrollado este sentido. Los primeros porque son capaces de husmear una carroña a tres días de distancia. Nosotros porque, en rapacidad y aprovechamiento, podemos disputarles la mala fama, obsesos con el hedor a plata, un gusto igual de infecto, o fragrante, que a muchos entusiasma.

En efecto, existe una línea de perfume que supuestamente huele a dinero de rico (y no un puro gancho publicitario), "Money, His & Hers" su marca registrada. Un chino, hace poco, se habría despertado tras un año en coma (se desmayó luego de pasar una semana en un cibercafé sin dormir craneando negocios); sus enfermeras lograron reanimarlo agitando un fajo de billetes cerca de la nariz. En Chile no hay desayuno que pase sin que nos despertemos con el tufillo aquél, "enterándonos por la prensa", este verano habiéndose batido todos los records. Que SQM, que Caval de nuevo, que éste u otro "Honorable de la República", y, por cierto, el "apestadito" administrador de La Moneda que tanto costó que renunciara. Alguien salió diciendo ¡extorsión! y tuvieron que sacarlo de escena.

Pero la prensa se queda corta con la manía platera. Investiga y denuncia, pero no se adentra en los laberintos psicológicos y morales que llevan a seres humanos a desarrollar tan olfativa predisposición. Para ello hay que consultar la literatura que entiende y describe el fenómeno mucho mejor. Y, no es cuestión de leer a Balzac, si basta con un buen thriller. Recomiendo The Whiff of Money ("El olor del dinero", 1969), su autor James Hadley Chase, amigo de Graham Greene. Novela que empecé, atraído por su título, sin saber de qué trataba.

Y vaya sorpresa. Una hija, encaprichada con arruinarle la candidatura presidencial de los EE.UU. a su padre (ay, los hijos), protagoniza unas películas pornográficas. El papacito, un tal por cual, disfrazado y con pasaporte falso, corre a París a pedir ayuda a la CIA. La Agencia contrata a un ex agente que hace de mercenario para este tipo de casos. El principal financista del candidato, enterado del asunto, y no queriendo perder los millones invertidos, le encomienda a un asesino a sueldo que recupere las películas y se deshaga de la degenerada, contando con la venia de papá y mamá, la futura Primera Dama, la más entusiasta en liquidar a la hija. Los soviéticos también se involucran.

Lo que más atrapa de la novela, fuera del suspenso, son las dinámicas que se producen habiendo dinero, o su puro olor, de por medio. También la conciencia de los protagonistas -gente de bajos fondos, muy segundo nivel- de que no serían más que peones en un tablero manejado por poderosos, aunque éstos unos "cochinos, amateurs y estúpidos". Ellos, en cambio, los propiamente "profesionales" que logran olfatear lo sórdido de las pistas que conducen a las películas. Toda similitud con personas reales, por supuesto, una pura coincidencia. Edificante lectura complementaria a la prensa de verano.

Alfredo Jocelyn-Holt
Historiador