Señor director:
Errare humanum est (“errar es humano”), señala el antiquísimo refrán. “Perdonar es divino”, complementan los antiguos creyentes, ya que sospecho que el perdón genuino involucra una dimensión ética y una responsabilidad tal, que opera como un motor de cambios profundos en conductas futuras y una revisión de las creencias basales entre lo que es correcto o es errado, entre lo que es verdadero o es falso, y ante lo cual pocos seres humanos de excepción pueden comprometerse.
En los prolegómenos de una nueva conmemoración del golpe de Estado, varias personalidades y una agrupación de jueces han manifestado su perdón respecto de acciones u omisiones durante el período de dictadura.
Queda pendiente si se trata de un genuino perdón o se trata de una mera disculpa, homologable a la que uno expresa al anfitrión cuando derrama café sobre el mantel de su mesa.
Como vivimos en un país de poetas y de gatopardistas, donde nos gustan los eufemismos, donde confundimos “crecimiento económico” con “desarrollo sustentable”, donde autoridades nombran a un hoyo en la calle como un “evento” y donde a prácticas actuales de tortura se les denomina “apremios ilegítimos”, me da la impresión de que en estos días estamos agregando un nuevo concepto: el del “perdón” entre comillas.
Lo interesante es preguntarse si el Estado, cuyos agentes generaron tanta muerte y dolor al alma nacional, alguna vez pedirá perdón, con todo lo que ese gesto implicaría, y no sólo disculpas.
Marcelo Saavedra Pérez