Lo primero que hizo Zachary Díaz (50) al bajar de un avión en París, rumbo a la tradicional universidad del perfume, fue respirar hondo. Es lo que mejor sabe hacer este perfumista artesanal del Paseo Bulnes. Lleva más de 15 años dedicado exclusivamente a crear fragancias a pedido y aplicarlas a productos tan diversos como jabones, pintura, aromatizantes de autos, velas y plástico. Todo a través de una vida completa dedicada a pulir un estilo autodidacta de ejercer la química. "La vieja alquimia", como la llama él, rodeado de pipetas, pesas milimétricas, embudos de cristal y gotarios, más una combinatoria interminable de esencias para crear perfumes infinitos. Todo eso y su nariz.
En el mostrador, junto a libros de cuentas y facturas, tiene un fetiche que lo ha acompañado todos estos años. La novela El perfume, de Patrick Suskind, permanece ahí con sus párrafos subrayados, manchas de vetiver y la tinta corrida, una sumatoria de aromas irrepetible.
"Me impresioné mucho cuando leí esta novela, donde un hombre de nariz privilegiada enloquecía por un aroma inabarcable. De alguna manera creo que me representa, porque cuando mezclo aromas, lo veo como si mezclara colores. Ponte tú, es como jugar con una acuarela, pero ver desde antes qué color te va a dar", confiesa.
Este hombre, sin otros estudios en la especialidad, comenzó, al igual que el personaje de la novela de Suskind, como ayudante. Lo hizo en los desaparecidos Laboratorios Cosméticos King de la Quinta Región. Con el tiempo aprendió a confiar en su olfato, dice.
Descubrió que podía descifrar los diferentes tonos de un aroma en particular y luego a replicarlos. Empezó fabricando lavalozas y limpiavidrios y hoy su incipiente industria del perfume da trabajo a 50 personas. A comienzos de año vino la validación desde el extranjero, cuando la francesa Mane, una de las mayores transnacionales que abastece de materias primas a grandes perfumerías, se preguntó quién era este chileno de nombre extraño que le compraba cada vez más material. "Quizás tenga que ver con mi nombre, que significa "no olvidado por Dios". Una vez que huelo un perfume o una nota nueva no la olvido jamás. Ponme a prueba", dice tajante.
Le extendieron una invitación para conocer a las "narices" o veteranos artesanos de la Osmotheca de París, conocida como el Conservatorio Internacional del Perfume, donde se encuentran replicados todos los aromas del mundo. En este museo de los olores se guardan piezas como, por ejemplo, el primer perfume usado por los romanos o las primeras creaciones de Chanel. Pero una de las botellitas alertó las ventanillas de la nariz de Díaz y despertó su olfato especialmente: el perfume de Napoleón.
Si habláramos de la creación de perfumes, esto sería como una receta de cocina, cuenta Zachary. "Es como una pirámide en cuya cima va la nota que dura poco, luego sigue la nota "corazón", que dura hasta cuatro horas de fragancia, y finalmente una nota de fondo, que es la más duradera. En esa figura me fijo para crear una fragancia personal o para una empresa cuando me lo piden", señala. Luego comienza el trabajo del alquimista, en el que se mezclan en infinitas preparaciones esencias como ámbar, rosa damascena, sándalo de la India o almizcle. Se trata de un catálogo de aromas que saca adelante como una cruzada personal contra las malas fragancias. "¿Cuál es el peor aroma de una ciudad? Creo que es el del Metro en la hora punta", dice combatiendo contra la risa.
El local de calle Tarapacá, a media cuadra del cine Normandie, exhala una nube indescifrable de olores que detiene a un vagabundo al que Díaz rocía con agua de colonia en la calva. "Me gustaría traer la elegancia de las mujeres francesas y unirla a la belleza de la mujer chilena", dice. "Para eso me gustaría crear seis líneas diferentes de fragancias inspiradas en Versalles, París, Mónaco, Saint Tropez, Cannes y el Museo del Louvre. Los lugares que conocí en este viaje".
El trabajo de este artesano local del perfume se rige por las normativas de la Ifra (International Fragance Asociation), que regula las materias primas que compondrán un perfume y fiscaliza que no se usen elementos de mala calidad que supongan un riesgo para el ambiente o el usuario.
"A lo largo de los años he descubierto que al hombre chileno le gustan los aromas que lo hacen sentirse seguro y misterioso, representado por fragancias como el musgo, las raíces de vetiver, la madera, el tabaco o la bergamota", revela. Una ecuación nada fácil. Para descomponer esos aromas con precisión se necesita de un aparato llamado cromatógrafo, explica Díaz. "En Francia me hicieron competir con una de esas máquinas y el trabajo que le toma 10 minutos yo lo pude hacer en un minuto", se jacta.
Fue precisamente en París donde conoció el perfume de Napoleón. "Estar ante esa fórmula que le hicieron a pedido a Napoleón no sabría cómo describirlo", dice aún emocionado y repasa algunas de las composiciones y porciones de almizcle, civeta y glándulas de cachalote. Aclara que algunos de esos ingredientes deben ser sintetizados, porque ya no se utilizan en la industria.
"Me gustaría replicar un aroma como ese: tosco, cítrico y varonil. Una fragancia que te haga pensar en una persona que sabe muy bien aquello que dice, avasalladora y con un impulso por avanzar a toda costa", cuenta. Zachary agrega que le gustaría pensar que algo de Napoleón tiene ese perfume. Que cada vez que crea un aroma, éste sea la marca de la persona: "De su forma de vestir, de ver la vida y sentir", explica. Tal como el protagonista de El perfume, rumbo a un lugar donde todos los aromas puedan guardarse en una botellita.