El 23 de septiembre de 1939, Sigmund Freud, el padre del sicoanálisis, murió en Londres de cáncer de mandíbula. Antes de fallecer, alcanzó a pasar sus últimos días con uno de sus nietos, Lucian, un brabucón de 17 años recién expulsado del colegio y que aspiraba a convertirse en pintor. Algunas de esas escenas finales de su abuelo quedaron grabadas en Lucian y su futura vocación. Al ver a su abuelo en el féretro, resguardado por numerosos discípulos, no pudo dejar de fijarse en un horrible agujero, del tamaño de una manzana mordida, que surgía de su mejilla, producto de la extirpación de un tumor. La presencia de la fealdad y la degradación en una figura a la que se le rendía culto marcaría desde ese día la obra de su nieto.
En opinión de Robert Hughes, crítico de arte de la revista Time, Lucian Freud es "el más grande pintor realista vivo". John Russell, crítico del New York Times, va aún más lejos: "Freud es el único pintor realista vivo". Sus desnudos y retratos son humanos hasta la médula y se suele decir que representan una visión triste de la vida. A pesar de que el artista rechaza esta y cualquier conceptualización de su trabajo, el propio Freud reconoce una aparente misantropía que expresa a través de su obra en la contemplación de la sexualidad humana sin tapujos. Frente a la pregunta, ¿qué le exige a una pintura?, el artista, poco amante de explicar sus obras, responde: "Le pido asombrar, perturbar, seducir, convencer".
El pintor y grabador británico tuvo dos hermanos: Clement Raphael Freud y Stephan Gabriel Freud. Todos nombres de ángeles, un toque bíblico que debe haber provocado más de alguna sonrisa a su abuelo, Sigmund Freud. Al tan célebre antepasado lo conoció por poco tiempo y lo recuerda simplemente como "un señor comprensivo y muy divertido". Lucian dice que no ha leído la obra de su abuelo ni sus teorías del sicoanálisis. Según contó una vez, leyó su libro Manía y humor sólo en busca de chistes. "Al contrario de su abuelo, Lucian considera que lo fundamental es la apariencia. Las personas para él son como animales, como perros", ha dicho un amigo sobre la relación con su abuelo.
Su padre fue Ernst, hijo menor de Sigmund, un arquitecto afincado en Berlín que emigró a Londres en 1933 para escapar del nazismo. Su familia vivía cerca del Tiergarten, un próspero barrio berlinés y en su casa se acogió con beneplácito a algunas de las mentes más brillantes de Alemania antes del surgimiento del Tercer Reich. Fue en la casa de Lucian donde Sigmund Freud conoció a Einstein. Ya en Londres, como muchos otros refugiados, arribaron al barrio de Hampstead, donde el padre de familia continuó con su trabajo de arquitecto.
Hoy, a los 86 años, Freud permanece en Londres, donde es famoso por llevar a los modelos a su estudio a posar por interminables horas, de día o de noche, durante los meses que considere necesario. Precisamente, la voluminosa modelo de su obra Benefits supervisor sleeping (Sue Tilley, hoy de 51 años y 140 kilos, supervisora de bienestar de una agencia de empleo) posó para Freud durante cuatro años, a fines de los 80. En 2008, esa pieza se vendió por US$ 33,6 millones en una subasta en Nueva York, estableciendo el récord del precio más alto pagado por la obra de un artista vivo.
Su marca como pintor son retratos y desnudos iluminados con potentes reflectores de luz artificial. Más que por el resplandor que producen, Freud los prefiere para mantener a sus modelos bien temperados. El calor dilata las venas, relaja los tejidos y la postura, dando lugar a la aparición de un cariz lánguido, particularidad de todos los cuerpos pintados por Freud. Cuando un modelo tiene frío, el artista rechaza seguir pintando, porque el color de su piel ha cambiado. El artista se regocija en esos detalles. Incluso, llega a pintar las ventanas reflejadas en las pupilas de sus modelos.
Aunque la mayoría teme ser pintado por Freud, algunos famosos han solicitado activamente un retrato, con pleno conocimiento de sus condiciones. Entre ellos, la Reina Isabel II, Kate Moss embarazada y Francis Bacon.
Contra los tabús de la carne
Empeñado en captar y plasmar lo más auténtico de sus modelos, aunque sea el lado menos favorable, Freud admira la vehemencia de los grandes escultores. La firma de Rodin, quien también prefería la presencia de modelos vivos en su taller, lleva una de las piezas más valiosas de su casa, el busto de bronce de Balzac, criticado en su época por estar lejos del academicismo de las estatuas de fines del siglo XIX. También le gusta Gustave Coubert y su cuadro El origen del mundo, la imagen de una mujer con los muslos abiertos, postura que Freud también usa para expresar estados de ánimo como la desolación y la soledad.
"Casi siempre dejo el rostro para último momento", ha explicado Freud. "Quiero que la expresión esté en el cuerpo; por eso los rostros en muchos casos miran hacia el piso".
Tomás Eloy Martínez, incondicional admirador de Freud, ha revelado que la literatura también ha marcado el estilo del artista. Antes de la Segunda Guerra Mundial, el futuro pintor leía Los viajes de Gulliver, de Jonathan Swift, donde el cuerpo humano es descrito, al ser ampliado, con todos sus detalles de horror. El escritor argentino cita en una de sus crónicas sobre Freud a Gulliver, quien narra en el libro que los minúsculos habitantes de Liliput veían "hoyos enormes en mi piel y cañones en mi barba 10 veces más fuertes que las cerdas del jabalí". Lo mismo ocurre con los cuerpos de Freud, que revelan súbitamente sus pliegues y detalles. El propio artista ha reconocido: "Por lo que a mí se refiere, la pintura es la persona. Quiero que la tela trabaje para mí tal como lo hace la carne".
El pintor inglés Frank Auerbach, otro retratado por Freud, apoya esta idea. "Su materia prima es el sujeto, no el cocinado para hacerlo digerible como arte, no la ostentosa cobertura o salsa de color, no la decoración sobre un plato como una composición".
Desde los 60, Freud ha desarrollado un gesto expresivo en que la superficie de sus cuadros se vuelve gruesa y texturada con el objetivo de entregar más presencia a la "carne desnuda". Así, sus obras resultan inquietantes al remover las emociones y prejuicios del espectador. Sus retratos y desnudos no son sólo físicos, también sicológicos.
Al transgredir todas las convenciones sobre la intimidad y la privacidad humana, Lucian Freud, paradójicamente, ha conseguido restablecer el cuerpo desnudo como la posesión más inalienable del individuo. Por algo dicen que Freud en sus pinturas reduce a las personas a frágiles pedazos de carne expuestos dentro de un frío universo.