Berlin por Berlin. Un día primaveral de 1944, la mujer de Winston Churchill le dijo al marido: "Irving Berlin está en Londres. Sé amable con él, porque ha hecho una contribución importante a una de nuestras instituciones benéficas". En ese minuto Churchill, quizás con la cabeza en los avatares de la guerra, no sólo no pispó que su mujer se refería a uno de los compositores y letristas más populares de EEUU. Pensó, de hecho, en "un tal Berlin" que enviaba agudos análisis políticos desde Washington, donde era pieza vital del Foreign Office. Y respondió: "Que venga a almorzar. Hay algo que quiero preguntarle". Así, llegó el momento del almuerzo en el cual Churchill preguntó: "Berlin, ¿cuál es el trabajo más importante que nos ha entregado últimamente?". Y el compositor respondió, no sin titubear: "Blanca Navidad".

La historia -acaso la que más lo acercó a la categoría de celebridad pop- la contaría mucho después, ya convertido en sir, el propio Isaiah Berlin (1909-1997). No participó en ella pero la narró como nadie, porque uno de sus fuertes era el arte de la conversación: al decir de Robert Darnton, historiador, fue "el último de la estirpe (de los conversadores) y quizá el más grande de todos". En sus manos, según Darnton, el ensayo era conversación escrita.

Porque este teórico político e historiador de las ideas filosofó hablando y también "ensayando". Sus textos eran testeos, acercamientos a una realidad porfiada, compleja y bastante más plural, como le pareció, que lo establecido por los grandes relatos (con sus grandes respuestas unívocas y sus utopías cientificistas) que marcaron el siglo que le tocó vivir. Escribió mucho y sus compilaciones podrían llenar un anaquel, pero nunca parió una "gran obra" individual. Esto, en todo caso, no aminora el impacto de lo escrito para prensa, academia, conferencias y distinciones, textos que aún resisten el paso del tiempo.

El centenario de Berlin está en curso con celebraciones en distintas latitudes, así como la publicación en inglés del segundo volumen de sus cartas y de un libro de impresiones personales. En el ámbito hispanoparlante, el hito es la publicación de El estudio adecuado de la humanidad, notable recopilación de ensayos aparecido hace 12 años en inglés.

Desde niño

Influyente, persuasivo, heterodoxo, los rasgos inhabituales de la trayectoria de Isaiah Berlin ayudan a entender su propuesta. Nacido en la Letonia regida por el zar, hijo único de un acomodado matrimonio judío de Riga, Letonia, Berlin estuvo en San Petersburgo para las revoluciones de febrero y octubre de 1917. Huyendo de los bolcheviques, sus padres se lo llevaron a Londres, donde llegó con 11 años, casi sin saber inglés. En su lengua adoptiva, sin embargo, escribió a los 12 un relato sobre el asesinato, a manos de un noble, del jefe de la policía política de Petrogrado. La historia no tenía título, pero años después fue llamada El fin justifica los medios, a partir de una frase del personaje. El bautizo fue de Henry Hardy, compilador y editor de la dispersa obra berliniana, para quien el texto apunta tempranamente a la posterior "insistencia de Berlin en lo inadmisible de justificar el sufrimiento presente como vía a un imaginario estado futuro de felicidad", al tiempo que expresa "el horror que sintió toda su vida ante la violencia, especialmente la de inspiración ideológica". Esto último, agrega, gatillado por su condición de testigo, en Petrogrado, del linchamiento de un policía leal a Nicolás II.

Berlin adoptó la identidad y cultura inglesas, al punto de atribuir a "lo inglés" el contenido de su visión del liberalismo. Pero era un judío no practicante, un hombre que habló ruso toda la vida y que en algún momento se sintió atraído por la poeta Ana Ajmátova.

Según él mismo lo contaba, su interés por las cuestiones filosóficas se suscitó a fines de los 20, cuando era estudiante de literatura en Oxford, la universidad que lo acogió hasta el final. Durante los 30 frecuentó el "círculo mágico" de la filosofía analítica made in Britain, con John Austin y Alfred Ayer, entre otros pesos pesados. No se le veía gran inclinación por las teorías políticas, pero la ocasión para aterrizar en la historia de las ideas se dio cuando en el All Souls College de Oxford le encargaron una biografía de Marx (1939), que se convertiría en uno de sus escasos libros unitarios (no compilaciones).

Aunque a Berlin nunca las opiniones filosóficas de Marx le parecíeron particularmente originales o interesantes, el estudio de sus puntos de vista lo llevó a estudiar a sus predecesores, "en particular a los philosophes franceses del siglo XVIII, los primeros adversarios organizados del dogmatismo, el tradicionalismo, la religión, la superstición, la ignorancia y la opresión".

Pensador racionalista de raíz lógico-deductiva, Berlin rechazó el racionalismo ilustrado, del cual se sigue, según él, que "para todas las preguntas verdaderas debía haber una sola y única respuesta verdadera". Es decir, un solo camino a verdades universales, en lo que se ha llamado el monismo (ver recuadro). Lo que él defenderá es el pluralismo: "Hay una pluralidad de ideales, igual que la hay de culturas o de temperamentos". En esa dirección, rescatará a pensadores irracionalistas y/o parcialmente incomprendidos que no estaban en la biblioteca del liberal promedio. Porque en su Olimpo hubo clásicos esperables, como John Stuart Mill, pero también estuvo Maquiavelo (por descubrir que "no todos los valores últimos son compatibles entre sí"), Giambattista Vico ("el primer filósofo que concibió la idea de las culturas") y Joseph de Maestre, precursor del fascismo. Ellos, además de los románticos alemanes, presididos por Johan G Herder, quienes "dijeron algo completamente nuevo y perturbador (…), que los valores no se encuentran, se hacen". De ahí que el lector de El estudio adecuado… no deba saltarse capítulos como "La apoteosis de la voluntad romántica" y "Nacionalismo. Pasado olvidado y poder presente", en el que afirma que ninguno de los grandes pensadores del siglo XIX, pródigo en profecías enormes, fue capaz de prever los furores que saldrían del concepto de nación.

No habiendo ciencia que pueda fijar las dinámicas de comportamiento o de valores, menos aún controlarlas o predecirlas, los ismos en general (y el totalitarismo en particular) iban en el sentido contrario de Berlin. Si la utopía cientificista planteaba que el uso creciente de las herramientas técnicas de la razón conduciría, como lo quiso Condorcet, al fin del crimen, de la locura y la miseria, a un filósofo escéptico como él no le quedaba más que fruncir el ceño y decir que el ser humano es otra cosa.

Entre los grandes

Berlin desplegó sus ideas no sólo en la cátedra. También en charlas de camaradería e incluso en la radio, convirtiéndose en aventajado habitué de la BBC, donde sacaba punta a sus dotes orales y repetía ciertas nociones que iba amoldando para nuevos desarrollos. Estas dotes también le fueron de utilidad en su trabajo para el Foreign Office (e incluso, según diversas fuentes, para el servicio secreto, el MI6), aunque no mucho para elaborar sistemas o un opus que lo pusiera al mismo nivel de liberales como Hayek o Popper. De ello se dio cuenta el propio Henry Hardy, su compilador, cuando en los 70 se lanzó a editar y a publicar textos repartidos por el mundo. Así fue cómo sus conceptos de libertad (la negativa, que reclama un ámbito propio de acción, y la positiva, que es la facultad del individuo de participar en las decisiones sociales que lo afectan) terminaron iluminando la escena intelectual que precedió a la caída del Muro de Berlín. Dicen que en esa oportunidad, el viejo profesor de Oxford no pudo evitar las lágrimas.

Para Michael Ignatieff, su biógrafo, Berlin fue un socialdemócrata liberal que, sin embargo, se sentía más a gusto entre los conservadores. Quizás sea un buen punto de partida para seguirle la pista a alguien que desafió clasificaciones y etiquetas. Un filósofo que da vida a las ideas, en palabras de Darnton. Un pensador "intelectualmente muy fino y más ambiguo de lo que se creía", según Alfredo Jocelyn-Holt. Mucho "más sutil y complejo -agrega- que varios de sus defensores".