Carolina Candia cumplió cuarenta años con seis meses de embarazo de su primera hija. Con casi diez años de matrimonio, tener hijos nunca fue un tema. De hecho, junto a su marido habían decidido dedicarse a trabajar y viajar; como en un largo pololeo. Pero llegó un momento en que la idea de ser papás se les cruzó: “La verdad es que no queríamos llegar a viejos y arrepentirnos de ni siquiera haberlo intentado”.

Ella llevaba varios años entrenando, estaba muy flaca, comía saludablemente y estaba en perfecto estado de salud para embarazarse. No había ninguna enfermedad preexistente y cuando llegó a la consulta de su ginecólogo éste le explicó que cada día más mujeres de su edad se decidían por la maternidad, por lo que el suyo era un caso bastante frecuente.

“Los primeros meses tuve un pequeño desprendimiento de placenta que me obligó a hacer reposo, pero de inmediato me explicaron que esa era una posibilidad en cualquier embarazo, sin importar la edad de la madre. De ahí en adelante todo fue normal, iba a mis controles todos los meses, me chequeaba constantemente la presión y en las visitas a la matrona, que se hacen más frecuentes poco antes del parto, todos los indicadores estaban perfectos”, recuerda.

La noche del 31 de octubre, Carolina tenía 40 semanas y tres días de embarazo. Junto a su marido esa noche bailaron esperando la llegada de Sofía que, según todos los pronósticos, nacería por parto normal. A las cinco de la mañana ella se levantó para ir al baño y se dio cuenta de que sangraba profusamente; partieron a la clínica donde le practicaron una cesárea de urgencia. A las seis, Sofía ya había nacido, perfectamente sana y en la edad gestacional correcta. “A las tres de la tarde yo estaba en maternidad con mi marido y mi hija en brazos. Me empecé a sentir mareada, le pasé la guagua a él y sentí que me desmayaba. Ahí se desencadenó todo”. Lo que realmente le ocurrió a Carolina fue que una hemorragia interna le provocó convulsiones y desencadenó los peores días de su vida.

RIESGO AUMENTADO
Para el especialista en medicina materno fetal de la Clínica Las Condes, Andrés Pons, existen estadísticas claras sobre un mayor riesgo en las mujeres que se embarazan tardíamente. "Nuestro país tiene cifras similares a las de los países desarrollados, con una mortalidad fetal de 5x1.000, neonatal de 7x1.000 y materna de 20x100 mil. Los primeros dos indicadores aumentan tres veces en las mujeres mayores de 40 y la mortalidad materna sube 10 veces para las mayores de cuarenta y 20 veces para quienes tienen hijos después de los 45. Siguen siendo números pequeños, pero las condiciones de riesgo sin duda aumentan".

Existen algunas patologías -más comunes después de cierta edad- que pueden complicar el proceso: hipertensión, diabetes, enfermedades reumatológicas o autoinmunes. Pero hay una enfermedad que es propia del embarazo, mucho más común en las primerizas, y que puede transformarse en un gran problema: la preclamsia. Según el doctor Pons, este mal en que la vasculatura uterina no genera el flujo adecuado hacia la placenta -lo que puede provocar alza de presión arterial y eliminación de proteínas por el riñón- se da entre un 3 y un 5% de las mujeres embarazadas, pero es mucho más frecuente en los extremos de la vida, es decir, en embarazos adolescentes y tardíos.

El problema es que esta enfermedad no es fácil de predecir. Obviamente existen mujeres con antecedentes y que poseen una mayor posibilidad de sufrirla, pero también hay un número importante de pacientes totalmente sanas, sin problemas de hipertensión ni factores de riesgo que se ven enfrentadas a este mal, cuya única solución es el parto. “En el primer trimestre del embarazo y a través de una ecografía, es posible observar las arterias uterinas y determinar si una mujer tiene mayor riesgo. Por lo mismo, recomendamos siempre una consulta pre concepcional, o sea, venir al médico antes de quedar embarazada, para evaluar riesgos y determinar si hay patologías que compensar antes. En mujeres con alto riesgo de preclamsia, basta una aspirina diaria para disminuir el riesgo a la mitad”, explica Pons.

¿Pero qué pasa cuando las cosas se complican? “A una mujer con preclamsia siempre hay que hospitalizarla para controlar su presión. Si se agrava hay que sacar a la guagua, pero muchas veces se logra retenerla por algunos días mientras se le inyectan drogas para ayudar a la maduración pulmonar”, agrega.

Cuando una preclamsia se agrava, puede convertirse en eclamsia, que es una complicación en que existe compromiso de conciencia y convulsiones. Lo más común es que esto ocurra antes del parto, pero es posible que suceda hasta siete días después. Durante una eclamsia el cerebro no es capaz de regular la presión y se genera una encefalopatía hipertensiva, en que éste se descontrola y genera convulsiones repetidas, lo que puede provocar accidentes vasculares, daños por falta de oxigenación o hemorragias en otros órganos. En muchas ocasiones las hemorragias implican tener que hacer una histerectomía (sacar el útero), pero también pueden caer mucho las plaquetas, lo que afecta la coagulación y puede implicar un sangrado en varias partes.

“Todas estas complicaciones son muy poco frecuentes. Es difícil que sucedan, pero pueden pasar. Las mujeres escuchan que después de los 45 tienen un 30% de posibilidades de pasar por algo así y se escudan en que hay un 70% de que nada pase… pero no es así. Los accidentes de auto tampoco son lo más común, pero suceden. Si hay algún mensaje que dar en este tema, es que los embarazos después de los 40 idealmente debieran planificarse y controlarse frecuentemente”, aclara el médico. Y si se trata de señales de alerta, cualquier mujer embarazada debe estar atenta a los dolores de cabeza, zumbidos en los oídos y las alteraciones como ver luces de colores.

NO DEJARSE MORIR
Lo que para Carolina parecen haber sido algunas horas de horror, en realidad fueron días. Tiene varias lagunas con lo sucedido en esos días. Algunas las ha llenado gracias a su marido y familia. Otras ha preferido dejarlas así… no quiere saber todo lo que podría haber pasado. "Mi única secuela es esta", dice mostrando una enorme cicatriz que va desde el pecho hasta la parte baja de su estómago. Y agradece que así sea.

“Después de las convulsiones llegó mi doctor a decirme que mi útero estaba sangrando y que teníamos que sacarlo. Yo ya tenía a mi hija y mi vida dependía de eso, así que, sin dudarlo un segundo, le dije que lo hiciera. A esas alturas ya me estaban haciendo transfusiones y me sentía muy débil, como si estuviera aplastada contra la cama, incapaz de levantar un dedo. Cuando desperté había un médico que yo no conocía sentado al borde de mi cama. Me explicó que seguía sangrando y que iba a tener que operarme otra vez”, señala.

El papá de Carolina murió cuando ella tenía cuatro meses y en ese momento sólo podía pensar en que la historia iba a repetirse. Por lo mismo, se despidió de su marido y le hizo prometerle que nunca dejaría sola a su hija. Así entró a pabellón, donde le realizaron una cirugía abdominal para encontrar los puntos de sangrado dentro de su cuerpo. Identificaron cinco lugares distintos, que cauterizaron para detener las hemorragias. “Cuando desperté en la UTI estaba conectada a muchas máquinas. Tenía una sonda en la nariz, un catéter en el cuello y otro en la cadera. Llegó un momento en que dije ‘hasta aquí llego’, cerré los ojos y escuché una voz -que estoy segura de que era mi papá- y que me decía ‘vamos, vamos’… abrí los ojos para ver quién me hablaba y lo único que vi fue la pared del frente en que mi cuñado había pegado el cartel que ponen en la puerta de maternidad, ese con forma de nube en que aparece el nombre de tu guagua… Me di cuenta de que no podía repetir la historia. Sentí una energía nueva y decidí no dejarme morir”.

En total fueron 12 días hospitalizada. Luego se enteró de que estuvo un día completo intubada, que tuvo falla renal y que tuvo una retención de líquidos tan grande que llegó a pesar 20 kilos más que el día que entró a la clínica. Se enteró de que se salvó de una hemorragia cerebral y de la posibilidad de una necrosis en la hipófisis. También supo que en sólo dos días habían doblado la cantidad de donantes de sangre necesaria y que había cadenas de oración en todas partes para ella. “Si hay tanta gente que te quiere, no puedes irte”, dice con una tremenda paz, al mismo tiempo que muestra en el celular las fotos de una risueña Sofía.