La primera vez que Francisco del Carmen Morales Norambuena entró a Colonia Dignidad fue en 1965. Tenía 10 años e iba con su madre: "Escuché por la radio que ellos habían llegado y pensé que ahí podía tener alguna opción para surgir de la pobreza que tenía mi familia", comenta.

Su estadía en Villa Baviera se extendió por 38 años, hasta 2003. Con dos vértebras dañadas por una fractura y tras un fallido intento de fuga, logró salir del ex enclave -encabezado por décadas por Paul Schäfer, fallecido en 2010- junto a su esposa, Ingrid, y sus suegros. Asegura que logró huir con la ayuda de un equipo de la Policía de Investigaciones. Cuando eso ocurrió, casi no hablaba castellano, tenía dificultades para caminar y su nueva identidad era Franz Baar Kholer.

El jueves de esta semana, 10 años después de su salida y luego de que 21 jerarcas de la ex Colonia Dignidad recibieran condenas por complicidad en los abusos a menores cometidos por Schäfer, por parte de la Corte Suprema, Franz Baar aceptó regresar por unas horas a Villa Baviera, ahora convertida en un complejo turístico y en un museo: "Vuelvo porque con eso ayudo a limpiar este lugar de todo su pasado", afirma Franz: "Hay que ir con respeto, porque, en el resto del mundo, los campos de concentración son lugares de oración, donde la gente que perdió a algún familiar deja una flor. Aquí la gente no debiera poder venir a comer o a pasear si no sabe qué hay en esta tierra. Aquí murió gente".

La entrada de Villa Baviera está a 20 kilómetros hacia la cordillera del camino Catillo, en Parral. Hay que pagar $ 1.000 para ingresar. Franz pasa rápidamente el dinero. "Estoy pagando con plata que es mía", recalca. Son las 14.00 del jueves cuando cruza la barrera e ingresa al lugar donde vivió 38 años.

La primera parada que realiza es frente al actual Hotel Baviera, una casa de tres pisos llamada Zippelhaus. Aquí, Baar recuerda que durmió en el tercer nivel junto a los niños, cuando ingresó a Colonia Dignidad, en 1965. A su madre la destinaron al segundo nivel de la casa. Sin embargo, después de dos semanas, nunca más la vio. "Schäfer me dijo que se había muerto", dice. Tras esto, fue adoptado por Hugo Baar, un alemán considerado parte del círculo de confianza de Schäfer, quien le dio su nueva identidad.

En el frontis del hotel, Baar se encuentra con su amigo Arni Blanck y se dan un abrazo efusivo. Ha pasado una década desde la última vez que se vieron. Mientras caminan, van hablando en alemán. Arni tiene 36 años y también es chileno, pero, a diferencia de Baar, sigue viviendo en Villa Baviera. Llegó a los cuatro meses, adoptado por la familia encabezada por el encargado de los asuntos legales de la colonia, Hans Jürgen Blank.

"Me dijeron que mi mamá había muerto, pero un día Dennys Alvear (uno de los condenados) me dijo que ella quería hablar conmigo. Cuando la conocí, mi mamá lloraba. Me tuvo una hora en brazos, junto a mi papá y mi hermano mayor", dice Arni, quien tenía 29 años cuando conoció a su verdadera familia y cuando supo su verdadero nombre: Sergio Campos Jiménez.

Aún así, Arni no se ha ido a Parral a vivir con su familia. "Me gustaría salir de aquí, pero el problema es dónde voy a vivir y dónde voy a trabajar". En Villa Baviera es gásfiter y recibe $ 300 mil al mes.

Ambos recorren con nostalgia el lugar. Todo está refaccionado para recibir a los turistas. Se detienen frente a la actual Casa de Eventos. "Esta es la Freihaus", dice Arni. Al fondo del pasillo de ingreso abre la puerta de lo que parece una bodega, donde hay un armario, una mesa con un mantel blanco y cajas.

"Esta era la pieza de Paul Schäfer", dice Arni, indicando las ventanas de la habitación. "Los vidrios tienen un grosor de más de cinco centímetros, hechos para que nadie escuchara lo que pasaba aquí", asegura. En el costado derecho, una puerta con marco de ladrillos a la vista llama la atención: "Esa puerta conducía al baño. Los mismos colonos lo destruyeron cuando él se fue".

Baar mira apesadumbrado. La Freihaus no le trae buenos recuerdos. Camina y se detiene en otra habitación, de muros gruesos, en donde se guarda la loza. "Aquí le pegaron muy fuerte a Ingrid cuando era joven", dice, y se queda un momento en silencio dentro de la pieza.

Luego visitan el salón de eventos. En este lugar, Baar afirma que recibió los azotes de ocho jerarcas, además de Schäfer, quienes lo culparon de robar unas llaves.

"Me acusaron de robar las llaves de una de las piezas. Los niños debían dormir encerrados. Nunca lo hice. Mi cabeza sangró tanto que me tuvieron que llevar al hospital", recuerda. Tenía 14 años.

Luego de la Freihaus, van al restaurante ubicado en la casa Zippelhaus. En la terraza, gran parte de las sillas y las mesas fueron hechas por Franz Baar cuando trabajó en la carpintería de la colonia, recuerda. Son casi las tres de la tarde y el restaurante está a la mitad de su capacidad. En una mesa, Kurt Schnellenkamp, otro de los jerarcas condenados, almuerza. Al terminar, toma su bicicleta y se va.

Otro de los recorridos que Baar hace es al hospital que antes comandaba Harmut Hopp, otro de los hombres de Schäfer, que se fugó a Alemania en 2011. El lugar en donde estuvo por 30 años está convertido en la residencial para los trabajadores de Villa Baviera. "Estuve 30 años en el hospital, bajo sedantes. Como castigo, cinco hombres me lanzaron desde el segundo piso del hospital. Eso fue para que los demás no quisieran arrancarse. Así me fracturé dos vértebras", asegura el ex colono, quien guarda los peritajes que acreditan sus lesiones.

Del hospital, en donde la mayoría de sus recuerdos son oscuros, Baar rememora uno de los pocos recuerdos alegres de Villa Baviera: "Cuando llegué, en el baño del hospital, fue la primera vez que me bañé en una tina y usé zapatos. Fue una riqueza encontrarme con un mundo como ese. Nunca había escuchado música clásica. Al principio me sentí afortunado", dice.

Tras su fuga, Baar ha vivido en más de siete lugares, la mayoría en zonas australes. Algunos han sido terrenos prestados, sembrando tierra ajena, para subsistir. Cuando pensaba en su huida, dice, se preguntaba de qué viviría. "Esa era la vida que yo conocía", explica, y agrega que "por eso tampoco se va Arni".

Desde 2011 recibe una pensión de gracia otorgada por el Estado, de $ 200 mil al mes. Con ese dinero vive junto a su esposa, Ingrid, en una casa en la comunidad de Lo Zárate (ex comunidad de Pirque), cerca de San Antonio, en la V Región. "Nico (Carrión) y Paola (Olcese) vinieron a buscarme cuando vivía cerca de Lagunillas".

Asegura que quizás porque se siente más alemán que chileno, tiende a buscar una forma de subsistencia ordenada y no se ha acostumbrado al estilo de vida de la comunidad, investigada en 2007, tras inhumar el cuerpo de una de sus integrantes: "Tengo una pequeña vivienda prestada, pero no me quedaré. Tengo una huerta, pero mi sueño es tener dinero para armar una granja junto a mi amigo Arni".