"Tiempos malos está hablada en chileno, en un chileno del hampa, y con espacios y planos secuencia y cierta algarabía vital que recuerdan a Renoir y Berlanga. Seguramente, unos cuantos, al ver una película de Sánchez, no verán más que un cine precario, o clase B. Pero desde aquí les adelantamos que Sánchez es cine chileno con denominación de origen; Sánchez es un autor chileno y Tiempos malos es un regreso incandescente". Así celebraban en noviembre de 2008 la vuelta al cine del director nacional en la revista argentina El Amante.
A una década de presentar Cautiverio feliz, Cristián Sánchez (1951) mostraba en el Festival de Valdivia el work in progress de Tiempos malos. Poco después, el filme fue recibido con entusiasmo en el Festival de Cine de Buenos Aires, donde se exhibió una muestra dedicada al autor. Ahora, la presentación de Tiempos malos en el XVI certamen valdiviano permite llamar la atención respecto de una cinta de "patos malos" como no se había hecho en Chile y por la vuelta al largometraje de un cineasta cuya leyenda no para de crecer.
Discípulo de Raúl Ruiz en la UC en tiempos de la UP, Sánchez fue objeto de una retrospectiva en el Festival de Toulouse 2007 y en el Centro La Moneda. Sus películas (El zapato chino, Los deseos concebidos) circulan informalmente entre estudiantes de arte, cine y otros, al tiempo que da pie a tesis académicas y a documentales, incluido uno sobre su fallecido actor fetiche, Andrés Quintana. Devedés también informales pueden encontrarse en el Persa Biobío en un lote con los de Glauber Rocha, Herzog y tantos más.
Tiempos malos es un descenso al infierno, pero, aclara el director, "como son los infiernos en Chile: lindos, amables, cautivadores". El protagonista, Angel (Diego Bizama), es un adolescente cuyo padre muere en un tugurio. Su mamá y su hermana se van al sur, pero él se queda alojando donde una vecina, al tiempo que sigue yendo al colegio, donde un auxiliar le da a leer a Nietzsche. En el velatorio del papá, un hampón conocido como "El Diuca", le deja claro que puede contar con él: "Cualquier cosa", le advierte, "El Diuca le pone el pecho a la bala". Como si atravesara un espejo, Angel entra al espacio liderado por Eulalio (Fernando Farías), bellaco de la vieja escuela que se resiste a incursionar en la pasta base, lo que, a su vez, lo enfrenta a su impulsivo hijo (Rodrigo Muñoz). Angel se hace habitué del night club Diosas (que es como se llama el local donde se rodó la cinta, en Bellavista), así como de la gran casa familiar donde una hija y una nieta de Eulalio se le brindan al compás de expresiones como "puta que estai rico, pendejo".
La escritura del guión empezó en 2001, inspirada en Chicago chico, libro de Armando Méndez Carrasco que pinta los 30 y 40 en Franklin, San Diego y sus alrededores. Pero en el camino la fuente original se fue alejando y se hizo más apremiante la necesidad de un retablo contemporáneo, cuyo protagonista es un colegial, tal como el liceano de Los deseos concebidos.
¿Por qué Tiempos malos? "Me gusta el título", cuenta Sánchez, "porque en el coa quiere decir ocasión peligrosa, un momento decisivo en el que algo va a pasar". El tema del narcotráfico es la superficie de la película, agrega el realizador. También comparecen los pliegues escondidos del acontecimiento, la paradoja y el absurdo, las trampas de la comunicación. En una película donde el garabato y el balazo generan una segunda piel, hay "un tejido complejo, con diversas capas de sentido", remata el director. "Se la sigue fácilmente y, sin embargo, existe un tejido enrevesado". Una cinta con actores conocidos por la TV e intérpretes sin experiencia en cine, como el propio protagonista, un chileno perplejo.