Parece una sala de cine antiguo, pero es la cuidada escenografía que el restaurador Gonzalo Cornejo (52) monta diariamente en calle Girardi 1476 para exhibir sus "obras". Entre filmadoras de los años 40 y afiches de Clint Eastwood en el spaghetti western Por unos dólares más, lo que hace Gonzalo es reparar, a la vista de los clientes que buscan antigüedades en el sector de Caupolicán, centenas de butacas de cine y teatros que han desaparecido del mapa capitalino.
Los asientos los compra en ruinas, pero retapizados con felpa y barnizados, entre otros trucos que le aplica, quedan como recién estrenados. Además, manda a hacer pequeños números en bronce que envejece en ácido nítrico, para que las butacas se vean numeradas como las que existían en las salas de antaño.
Gonzalo ofrece a los visitantes cada butaca arreglada desde $ 120.000. "A veces les tallo las patas y los brazos, les pongo el cuero de sillones viejos o estampo su respaldo con imágenes de diarios de los años 60. Me gusta envejecer el fierro para que queden como si hubieran sobrevivido a una guerra", confiesa.
Su llegada al oficio de restaurador es de película. Su padre murió cuando tenía 11 años y desde entonces se ha ganado la vida en distintos trabajos. Partió haciendo jardines, pintando las casas para el 18 de septiembre, repartiendo parafina en carretilla y por 20 años fue peluquero.
Hace tres años, un cliente que sabía de sus dotes de comerciante, llegó al salón de belleza que tenía en Irarrázaval, y le sugirió comprar un montón de butacas de un cine de Vallenar que iban a demoler. Gonzalo no sabía qué uso darles, pero se acordó de inmediato de sus 17 años. A esa edad le tocó restaurar el Cine Huelén. "Nunca olvidé esa experiencia. Cuando llegué a Vallenar y vi las butacas, me puse a llorar. Sabía que venía algo bonito", dice.
Compró 250 butacas y cerró la peluquería dejando atrás un oficio que aprendió de la tía que en los 60 tenía los famosos salones de belleza "Alicia", en la Galería Imperio. Al lado de su casa, también en la calle Girardi, armó un taller. "Me cambió la vida. No lo hago por la plata, me siento un artista", revela.
Aprendió de a poco a restaurarlas, pero fácilmente cautivó a los capitalinos. Rostros como Mane Swett y Jorge Zabaleta fueron de los primeros que se encontraron con sus butacas en la vereda, se las compraron y empezaron a difundir su trabajo. En un año las había vendido todas. "El público al ver las butacas se transporta. ¿Quién no conoció a su mujer y la llevó al cine?, ¿quién no fue al rotativo? Esa parte romántica se ha perdido, por eso aflora nostalgia", explica.
Otro motivo que le hado continuidad al trabajo de Gonzalo es el auge que ha tenido el barrio Italia en los últimos tres años. "Está llegando un público ABC1 que nunca pensé que iba a comprar una de mis butacas", dice.
Gonzalo no tiene página web ni twitter. "No quiero que comprar butacas se vuelva una moda", explica. Pero se preocupa de mantener vivo el stock. Para eso, ocupa su don de "busquilla" y confía en el "boca a boca". "Los mismos vecinos me traen datos de dónde hay butacas", dice. Aunque a veces, sólo por intuición, sale él mismo a buscarlas. Así ha llegado a las butacas de los cines España, Prat, Lido, Santa Lucía, Mayo o Andes. "No es difícil encontrarlas. Están todos los cines cerrados o si permanecen con vida, los dueños cambian sus butacas antiguas por plásticas. Algunas están guardadas en bodegas o son vendidas como fierro fundido. Hace poco compré las del colegio que tenían las monjas argentinas en Pedro de Valdivia", afirma.
Gonzalo también busca en el persa Bío Bío o los galpones del barrio Brasil. "Donde vaya, le pregunto al viejito del barrio, ese es el que más sabe", señala quien, en un cine de Melipilla compró centenas a $ 1.000 cada una. Pero Gonzalo no siempre se queda con las butacas que le ofrecen. "Me gustan las que tienen historia, las de patas de fierro y respaldos de madera", explica.
Los clientes de Gonzalo suelen ser jóvenes pintores, diseñadores y arquitectos. Pero también universidades como la Uniacc o la librería Qué Leo. Hace poco, le hizo una sala de cine de 16 butacas al local de Providencia. "Hay caballeros que quieren 10 butacas para la mesa de comedor o que las quieren para sustituir un sillón del living o de la terraza. Pero también hay gente que se está dando el gustito de hacerse una pequeña salita en su casa. Como una señora que vive en Providencia y que no sólo me encargó 12 ejemplares, además, forró las murallas de su sala con la misma felpa del Teatro Municipal", cuenta.
Gonzalo sueña con tener algún día su propia sala de cine. "Quiero poner un proyector antiguo en el segundo piso de mi casa e invitar a todos los vecinos a ver Lo que el viento se llevó", remata.