Sabino Aguad ve lo que otros no ven. Parado al borde de la cancha de fútbol del Burgolf Purmerend, un hotel y club de golf en los alrededores de Amsterdam, Sabino Aguad vio por primera vez a un delantero de 18 años, de nombre Eduardo Vargas, hacer cosas increíbles con la pelota. Era agosto de 2008. Con el puesto de gerente general de Colo Colo, entonces, Aguad estaba a cargo de la selección chilena Sub 20 en su escala de dos semanas en Holanda, donde el equipo participó en la Kupa Talents Cup. Desde la primera vez que lo vio, parado al borde de ese rectángulo verde, Sabino Aguad supo que Vargas era un "jugador especial". Lo quería, sí o sí, para Colo Colo.
Por más que insistió, durante un año no pudo convencer a los dirigentes de contratar al delantero, quien se convirtió en figura en Cobreloa, equipo dueño de su pase. A mediados de 2009, después de ser pieza clave en la obtención de varios títulos, Aguad renunció a Colo Colo y partió a Universidad de Chile, a prestar sus servicios al club del que es hincha desde niño. Allí la febril obsesión de Aguad por Vargas prosiguió.
Como gerente de fútbol, un cargo más relacionado con lo que pasa dentro de una cancha, volvió a la carga por el jugador que lo había deslumbrado en Holanda. Mandó a grabar compilaciones de partidos con las mejores jugadas de Vargas, para luego mostrárselas a la comisión de fútbol. Ya tenía 10 videos cuando el domingo 4 de octubre de 2009 Cobreloa le ganó por tres goles a Everton en Viña del Mar, y Vargas jugó el mejor partido de su vida. Al día siguiente, Aguad fue a hablar con el presidente del club, Federico Valdés.
-Federico, ahora sí tenemos que traernos a Vargas, sí o sí -le dijo.
Sabía que se estaba jugando el pellejo al gastar 700 mil dólares sólo por el 40% del pase del delantero. Se trataba de uno de los precios más altos pagados por el club en su historia. Valdés mantuvo un tenso silencio.
-Ya, comprémoslo -aceptó.
Dos años más tarde, en diciembre del año pasado y luego de ganar la Copa Sudamericana, Eduardo Vargas fue vendido en 15 millones de dólares al Nápoles de Italia: el precio más caro pagado por un jugador vendido desde Chile al extranjero. El tiempo le había dado la razón a Sabino Aguad. Esa luz que él únicamente vio, parado al borde de la cancha de fútbol en la periferia de Amsterdam, le había reportado ocho millones de dólares a la cuenta bancaria de Azul Azul.
Rodeado de trofeos, camisetas, pelotas de fútbol y devedés de jugadores que le envían representantes, Sabino Aguad hoy trabaja en el segundo piso del edificio principal del Centro Deportivo Azul, en La Cisterna. Por la ventana de su oficina ve entrenar al primer equipo, sobre un pulcro paño de pasto verde que hace tres años era un basural.
Después de estudiar las instalaciones de clubes de Inglaterra y Holanda, la principal tarea de Sabino al llegar a la "U" fue el nuevo complejo deportivo. Con camarines luminosos y sofisticados, gimnasio de última generación, piscina temperada y canchas de fútbol de pasto natural y sintético, hoy es el centro deportivo más moderno de un equipo profesional chileno. El laboratorio donde se invertirá en jóvenes futbolistas que le reportarán al club futuras alegrías deportivas y ventas millonarias al exterior. Sin dudas, el modelo de éxito del fútbol como negocio.
Ingeniero civil industrial, Aguad llegó tarde al fútbol profesional, cuando tenía 47 años. Trabajó 17 años en Lever y dos en una empresa que fabrica contenedores industriales. Y a comienzos del 2006, fue a una entrevista para el cargo de gerente general en Pisa, empresa de papeles de Gabriel Ruiz Tagle, el actual director del Instituto Nacional de Deportes.
El mismo Ruiz Tagle lo entrevistó y, de las tres horas que conversaron, 30 minutos los dedicaron a hablar del puesto. El resto lo hicieron de deportes, sobre todo de fútbol. Sabino no obtuvo el cargo, pero un año más tarde, cuando Ruiz Tagle asumió la presidencia de Colo Colo, lo llamó para que se hiciera cargo del club. Como gerente general, Aguad se dedicó a trabajos de infraestructura en el estadio: cambió las butacas, construyó el museo, asfaltó los alrededores, hizo canchas sintéticas.
Pero lo más importante fue que empezó a entender el mundo del fútbol profesional: todos los días iba al camarín, a los entrenamientos, conversaba con los jugadores y entrenadores. Fue allí donde el ingeniero civil industrial comenzó a dar sus primeras opiniones sobre la contratación de trabajadores. Su fuerte.
Su padre era Sabino Aguad Kunkar, uno de los dirigentes más importantes del deporte chileno. Sabino creció en una casa donde la actividad física siempre fue el principal tema de conversación. Cerca de la esquina de Tobalaba y Pocuro, vivía a una cuadra del colegio San Gabriel, donde llegó a un acuerdo con el auxiliar para que le abriera la puerta a las 7 de la mañana y así poder jugar básquetbol y fútbol, hasta que sonaba la campana para entrar a clases.
En tiempos en que tener una pelota de fútbol era una rareza, Sabino fue conocido por ser "el dueño de la pelota". En su familia siempre recuerdan la vez que, con 10 años, organizó un campeonato de fútbol en la calle y premió al equipo ganador con las medallas que su papá guardaba en un cajón.
Sabino Aguad Kunkar, el padre, era abogado, pero brilló como dirigente del básquetbol y fue presidente del Comité Olímpico. También fue director de Digeder en el gobierno de Salvador Allende. El cargo no afectó a la familia después del 11 de septiembre de 1973. "Y lo que hubo me lo guardo", es la respuesta que Sabino, el hijo, usa para zanjar el tema.
A fines de los 70, Sabino conoció a su amigo Federico Valdés, en la Escuela de Ingeniería de la Universidad de Chile. Hoy ambos recuerdan esos tiempos con una fotografía en blanco y negro que guardan en sus computadores personales, en la que Sabino aparece vestido de buzo y Valdés de traje, al borde de la cancha del gimnasio de Beauchef.
Después de perder contacto por varios años, ambos comenzaron a reencontrarse en las reuniones de la Asociación Nacional de Fútbol, a las que Valdés iba en representación de la "U" y Sabino, de Colo Colo. Valdés siempre recordaba a Sabino como presidente del centro deportivo de Ingeniería y cuando supo que Gabriel Ruiz Tagle iba a dejar la presidencia de Colo Colo, le ofreció irse al club del que sabía siempre había sido hincha.
Hoy para Aguad, su cargo como gerente de fútbol de la "U" es muy similar al de cualquier empresa: debe manejar un departamento comercial, otro de marketing y uno de producción, que son los jugadores y el cuerpo técnico. Obsesionado por el deporte, cada martes y jueves , a la hora de almuerzo, Sabino entrena básquetbol y lo juega los viernes por la noche en la liga Las Condes. Los sábados practica fútbol, y llega a jugar dos partidos en un día.
Comprar jugadores es el mayor problema en su nuevo trabajo. Profesor de un curso de negociación en la Universidad de los Andes, en Lever llegó a negociar compras anuales por 600 millones de dólares, pese a eso, reconoce que varias veces "igual me han cagado con jugadores".
Para equivocarse lo menos posible, hoy Sabino aplica las lecciones que ha aprendido en sus cinco años en el fútbol profesional, comenzando por diferenciar las cosas que un jugador puede aprender de las innatas. Cuestión que él explica bien recordando el momento cuando conoció a Eduardo Vargas:
-La velocidad no te le da nadie, la tienes o no y cuando yo vi a Vargas en Holanda él volaba -dice.
Más allá de lo que puede observar desde el costado de una cancha, Aguad también averigua sobre la personalidad del jugador. Habla con sus compañeros y ex entrenadores para saber cómo es el jugador en su casa. Si fuma. Si duerme siesta. Si toma alcohol. Si va al gimnasio. Si se acuesta temprano. O si es ludópata.
Eso es lo que Sabino Aguad ve antes de contratar un jugador.
-Porque en este negocio -afirma sonriendo-, no hay secretos.S