"Nunca pensé en dejar la política", dice Víctor Pérez (57) mientras maneja su auto por la Ruta 68 hacia el Congreso. Es martes por la mañana, y el senador está de ánimo para conversar sobre sus cuatro años como secretario general de la UDI y del futuro que le espera al mando de la Comisión de Defensa. Luego de eso es cuando dice: "Nunca pensé en dejar la política". Y después de un par de segundos en silencio, comenta: "Tal vez fue la política la que me salvó".
Justo hace 10 años, Víctor Pérez viajaba casi a diario por esta misma carretera tras dos horas de quimioterapia en el Centro de Cáncer de la UC. Manejaba conectado a una máquina que le suministraba químicos de manera intravenosa durante las 24 horas, para atacar un tumor cancerígeno incrustado en su colón. En esas condiciones asistió durante meses al Congreso, donde, además de Pablo Longueira y Jovino Novoa, muy pocos sabían del cáncer que hasta ahora prefirió mantener en reserva.
Después de reflexionar mucho tiempo sobre su enfermedad, el senador dice que se siente preparado para contar públicamente cómo enfrentó su sombrío diagnóstico a 25 días de una elección a diputado (por Los Angeles) y su teoría sobre el origen del tumor. El aire acondicionado de su auto -un Mitsubishi Lancer del año 2007, que compró usado- no enfría como lo amerita el calor de la Ruta 68 a la altura de Curacaví. "Lo siento, pero tiene que estar al máximo para que refresque un poco. Ojalá que el ruido deje grabar bien esto", dice cuando está listo para tomar la palabra. Así, empieza a contar su historia:
"Dentro de unas semanas me iré a tomar los exámenes que cada año debo hacerme para controlar que la enfermedad no reaparezca. Tendré que pasar una noche hospitalizado para conocer los resultados al otro día.
Hoy no tengo miedo, pero sé que eso es algo que permanece ahí. Una vez vi un gráfico que mostraba que el cáncer al colón vuelve en un 20% de los casos, y desde entonces supe que se trataba de algo latente, que estoy expuesto a que reaparezca por otro lado. Esta es una enfermedad traicionera".
"Todo empezó en el Congreso, cuando un día vi sangre después de ir al baño. De inmediato fui a ver a un médico al centro de Valparaíso, que me recomendó ver a un especialista en Santiago. Al lunes siguiente -el 19 de noviembre del 2001-, después de dar una conferencia de prensa, partí a internarme al hospital de la Universidad Católica para hacerme todos los exámenes. No le conté a nadie.
Después de varios exámenes de sangre y escáneres me dormí sin saber resultados y, al otro día, después de que se me pasó el efecto de la anestesia de una colonoscopía, desperté a las 5 de la tarde para escuchar el diagnóstico:
-Tenemos un problema -dijo el doctor.
-¿Solucionable o no? -pregunté.
-Solucionable. Tiene cáncer al colon. El tumor está encapsulado y los riesgos son…
-¿Qué tengo que hacer? -lo interrumpí.
-El próximo lunes debe hospitalizarse por una semana.
-No puedo, estoy en campaña. Las elecciones son en menos de un mes.
-Esto es solucionable, pero si no lo trata a tiempo puede morir.
-¿Voy a quedar pelado? -pregunté, sin pensarlo muy bien.
-Eventualmente. Puede que también pierda las uñas.
Después de esa conversación, me acosté pensando en cómo iba a contarle a mi familia y, sobre todo, cómo iba a enfrentar la recta final de la campaña. Esa misma noche, antes de dormirme, decidí que no haría pública la enfermedad. A 25 días de la elección, pensé, no estaba en condiciones de improvisar: unos podrían acusarme de que me estaba haciendo la víctima y otros de que estaba liquidado.
Al día siguiente partí al aeropuerto para volar a Concepción. Allá se lo conté a mi mujer: 'Haré todo lo necesario para recuperarme, pero ahora lo prioritario es la campaña. No me puedes acompañar a Santiago, tienes que quedarte acá', le dije.
Al día siguiente, luego de contarle a mi jefe de campaña, salimos a recorrer el centro de Los Angeles. Cuando iba por la calle Colón repartiendo calendarios y saludando, Pablo Longueira, entonces presidente de la UDI, me contestó el teléfono.
-Me detectaron un cáncer al colon -le dije-, voy a estar hospitalizado entre el lunes y viernes de la próxima semana. Necesito ayuda adicional.
El estaba con Jovino Novoa y fueron las primeras personas del partido que lo supieron. De inmediato se comprometieron a grabar locuciones y dar entrevistas en radios locales, para que la campaña no bajara la intensidad.
Trabajé dos días más en terreno hasta que, a 20 días de la elección, volví al hospital para comenzar el tratamiento. Acostado en mi pieza, comenzaron a inyectarme la quimioterapia por un catéter, que aún tengo en el pecho, las 24 horas del día. No me quedó más que replantear mi campaña: leía los diarios a las 7.30 AM, llamaba a los alcaldes UDI del distrito, a todas las radios y hablaba con mi jefe de campaña para saber cómo avanzaba todo. Nunca he hablado tanto por teléfono en mi vida.
Andrés Chadwick, Pablo Longueira y Jovino Novoa fueron a visitarme un día. Físicamente, no me siento mal, les dije, y emocionalmente estoy bien, entero. Ahora pienso que fue gracias a la campaña que no tuve tiempo para detenerme a pensar en la enfermedad. Después de una semana de tratamiento, regresé a Los Angeles para enfrentar las últimas dos de trabajo. Fue en la calle que comencé a darme cuenta de que me sentía muy cansado desde las cuatro de tarde. Tenía que acostarme.
En una de las pocas actividades exigentes que hice en terreno, en plena Plaza de Armas de Los Angeles, empecé a sentirme muy mal. Con náuseas y pálido, lo único que quería era sentarme. Tenía pánico de desmayarme y hacer un papelón, porque había mucha gente. Pensaba que me iba a desvanecer cuando por fin encontré un lustrabotas. Era mediodía, el sol pegaba directo sobre mi cabeza y, milagrosamente, comencé a recuperar el aire.
El día de la elección, a las 9 de la noche supe que había ganado con la primera mayoría. La gente se reunió afuera de mi oficina y, pese al cansancio, la adrenalina me hacía sentirme con energía. Me acosté muy tarde y preparé mi maleta para volver a Santiago al día siguiente, donde me esperaba un mes y medio de radioterapia".
"Además de la radiación diaria, que duraba sólo entre 20 y 30 segundos, comencé con la microquimia: una máquina del tamaño de un teléfono celular antiguo que aprendí a llevar con discreción en el bolsillo del pantalón. Nadie se daba cuenta de lo que me pasaba y, entre comillas, logre retomar una vida normal.
Uno de esos días me tocó ir al funeral de Octavio Jara, un ex diputado PPD con quien había competido en un par de elecciones. Pese a las diferencias políticas, era una persona que había aprendido a respetar. Estaba emocionado cuando pronuncié un pequeño discurso en el cementerio, especialmente porque él había muerto de cáncer. Yo llevaba menos de un mes en tratamiento y, en ese lugar, nadie sabía que mientras hablaba, desde el bolsillo de mi pantalón una máquina bombeaba químicos a mi cuerpo a través de una sonda.
Pocos días después viajé a California, a un hospital especialista en cáncer, recomendado por Longueira, quien tiene una prima casada con un médico que trabaja ahí. Allá me ratificaron el diagnóstico y que el tratamiento era el adecuado. Al regreso, después de jurar como diputado por mi cuarto período en el Congreso, volví al hospital para extraerme el tumor, que a esas alturas se había reducido bastante.
Con un corte en el pecho de 25 centímetros, la cirugía fue muy invasiva y me tuvo una semana hospitalizado. Después de la macro y micro terapia, las sesiones de radiación y la cirugía me sentía muy mal cuando, a los pocos días, empecé otros cinco meses de quimio.
De lunes a viernes, una semana al mes, recibía un mix de químicos entre las 8 y 10 de la mañana. Pese a que duraban sólo un par de horas, en esas sesiones conocí a mucha gente en la quimioterapia. En salas sencillas, donde todo el mobiliario eran ocho sillones, conversábamos de nuestras vidas mientras cada cual recibía su tratamiento. Se generaba un ambiente de mucha complicidad, propio de la gente que está viviendo de manera común una experiencia muy fuerte.
En esa etapa supe que el cáncer era mucho más habitual de lo que se cree. Los cuatro pisos del centro de cáncer de la UC de la calle Diagonal Paraguay siempre estaban llenos. Debo haber conocido a más de cien personas en ese tiempo, de las cuales 12 murieron. Fue muy conmovedor cada vez que llegué a la sala y supe que alguien con quien había conversado había muerto.
En esas personas me iba pensando cuando, después de terminar la terapia, me subía al auto y manejaba solo al Congreso. 'De la que me salvé', pensaba en la carretera, porque, dentro de todo, a esas alturas yo hacía una vida relativamente normal; pese a los 16 medicamentos que tomaba a diario para evitar los efectos negativos del tratamiento.
Yo sabía que, dentro de todo, era un afortunado".
***
"Mi oncólogo, Manuel Alvarez, el hermano del ex ministro de Energía, un día me dijo: 'Es obvio que tienes una predisposición genética, pero fuiste tú el que se provocó este cáncer'. Desde entonces no he dejado de pensar en eso y, ahora, le doy la razón. Estoy convencido de que el estrés y las penas ayudan a generar este tipo de enfermedades.
Después de 17 años de casado, me separé tres años antes de que me detectaran el tumor. Fue un período de mucha soledad, de contacto parcial con mis hijos y de incertidumbre acerca de lo que iba a pasar con mi vida. Sé que no puedo asegurar científicamente que hay una relación de causalidad, pero estoy seguro de que en muchos casos el cáncer está vinculado a la tristeza.
Lamentablemente, lo comprobé el año pasado, con el caso de mi padre, quien murió de cáncer sólo ocho meses después de que mi hermano sufriera un accidente automovilístico fatal en enero de 2011, por culpa de un tipo que conducía a exceso de velocidad. Antes de eso, mi padre era una persona sana. La noticia lo devastó.
Esta ha sido una de las experiencias más importantes en mi vida y siento que es bueno compartirla ahora. Después de tener un nuevo hijo, ganar una elección senatorial y de ser por cuatro años secretario general de la UDI, me siento bien y vivo un segundo aire de ánimo.
Tengo reservado el próximo 19 de abril para hacerme el control anual. El tema, de verdad, no me genera angustia, aunque tengo claro que esto es algo latente. He tenido que aprender a vivir con eso. Sé que nunca voy a poder dar vuelta esa página".