Hay días que dejo mis hijos en el colegio en París a las 8.30 a.m. y antes del mediodía me estoy tomando un café en Londres. Este tipo de experiencia es cada vez más normal en Europa. Bertolt Brecht, el dramaturgo alemán, escribió durante su exilio en los 30 (lo pasó en Checoslovaquia, Francia, Dinamarca y Suecia) sobre "cambiar de país con mayor frecuencia que de zapatos". En estos días, algunos europeos cambian de país más rápido que de calcetines, sobre todo en el "triángulo Eurostar" de Londres-París-Bruselas. Esta conectividad es más común en la élite, pero se está extendiendo. Europa Occidental hoy es, sin duda, la región más interrelacionada en la historia mundial. Eso explica por qué, contrariamente a la opinión popular, sigue siendo la región más exitosa del mundo.

Europa Occidental siempre estuvo conectada. Debido a lo que el historiador británico Norman Davies llama su "clima amigable", templado y lluvioso, la tierra es fértil. Eso ha permitido que personas que hablan diferentes idiomas vivan más cerca que en ningún otro lugar del planeta. Eso crea redes. A la exploración europea también ha contribuido otro activo geográfico: los mares. Malise Ruthven, un estudioso del islam, señala que Europa tiene "una mayor proporción de costa a masa terrestre que cualquier otro continente o subcontinente".

Los móviles europeos han estado intercambiando ideas por siglos. La "revolución científica" de los siglos XVI y XVII ocurrió ahí porque los científicos estaban cerca uno del otro, discutiendo entre sí en su lengua común, el latín. Copérnico, hijo polaco de un comerciante alemán, escribió que la Tierra giraba en torno al Sol. Galileo, en Florencia, leyó a Copérnico y confirmó sus conclusiones a través de un telescopio. El inglés Francis Bacon describió su "método científico": conclusiones basadas en datos.

La proximidad de tantas naciones también acarreó guerras frecuentes. A la larga, en 1945, el continente se separó. Después de 1989, cuando comencé a cruzar la Cortina de Hierro, tuve una serie de sorpresas: la gente al otro lado no era para nada exótica. A pesar del comunismo, parecían claramente europeos. Recuerdo un momento esclarecedor en Riga, Letonia, en 1992, poco después de que el país abandonara la Unión Soviética. Arrendaba un apartamento en un patio. Una noche, mi casera apuntó al departamento vecino, que había pertenecido al segundo secretario del Partido Comunista de Letonia. Describió las multitudes que irrumpieron en él durante la revolución de 1991. La historia era inusual y, sin embargo, la escena era familiar. Había visto edificios de departamentos de ladrillo como este en Amsterdam y Berlín, aunque en mejores condiciones. Mi casera, una mujer joven que hablaba con ironía en un inglés aceptable, era tan reconociblemente europea como mis compañeros de Alemania Oriental en la universidad en Berlín Occidental en 1990-1991. Europa había sobrevivido al comunismo.

Desde los 50, y sobre todo después de 1989, Europa convirtió su proximidad única de amenaza en oportunidad. El 1 de enero de 1993, la Unión Europea se convirtió legalmente en un mercado único. En 1996, Ryanair, EasyJet y Eurostar transportaban personas por toda Europa. Hoy, desde el aeropuerto de Frankfurt se puede volar en tres horas a decenas de países, hogares de más de 500 millones de personas. Es la red más densa del mundo. Como punto de comparación: la única capital extranjera a la que se puede llegar desde Tokio en ese lapso es Seúl, y desde Nueva York hasta Ottawa está más lejos.

Cruzar las fronteras europeas es cada vez más fácil. En 2006/07, un informe para la Comisión Europea estimó en 780 mil las personas que van a trabajar diariamente a otro país en Europa Occidental y Central. Hoy hay, sin duda, muchos más. Algunos son polacos que compraron casas baratas en Alemania Oriental y laboran en Polonia. Eso era inimaginable en 1945, pero una característica de la Europa post 1990 es el desvanecimiento de las viejas enemistades nacionales; basta ver la primera visita de Estado de un presidente de Irlanda al Reino Unido el mes pasado o el sondeo internacional de la BBC, el año pasado, que identificó a Alemania como "la nación vista más positivamente en el mundo". El periódico griego que pintó a Angela Merkel en uniforme nazi fue una voz marginal.

Ciertamente, hay una forma de interconexión aún escasa en Europa: la movilidad laboral. De los 506 millones de ciudadanos de la UE, sólo 14 millones (o 2,8%) viven en un Estado europeo distinto al propio. Muy pocos europeos del sur emigraron durante la crisis. El número de españoles residentes en el exterior, por ejemplo, aumentó sólo en 40.000 entre enero de 2009 y enero de 2013, dice Carmen González Enríquez, del think tank español Real Instituto Elcano. Eso es menos de 0,1% de todos los españoles. Y cuando los europeos emigran, a menudo salen de la UE. Irlanda envía sus muchos migrantes principalmente dentro de la angloesfera: al Reino Unido, EE.UU., Australia y Canadá. El lenguaje compartido todavía les gana a pasaportes europeos compartidos. La libre circulación de trabajadores es una realidad europea sólo en Londres, Luxemburgo y Bruselas.

Más bien, la movilidad europea consta de innumerables intercambios diarios, grandes y pequeños. Europa es hoy un grupo de alemanes que van a Maastricht a fumar marihuana en "cafeterías". Es aficionados irlandeses al fútbol animando al Arsenal y al mediocampista turco-alemán Mesut Ozil en Dublín. Es británicos que visitan Tallin el fin de semana para una despedida de soltero o flamencos haciendo las compras de Navidad en París. Es daneses que viven en el sur de Suecia, relativamente más barato, y se desplazan a Copenhague. Sitios web en inglés, pubs irlandeses y vacaciones en el Mediterráneo se han convertido en características paneuropeas.

Estas conexiones proporcionan algo más que placer (aunque el placer importa). También permite a los europeos aprender unos de otros. Ese aprendizaje ocurre en parte porque los países europeos siguen siendo ligeramente diferentes entre sí. En la película estadounidense Pulp fiction, de 1994, John Travolta le pregunta a Samuel L. Jackson: "¿Sabes qué es lo más entretenido de Europa?"

"¿Qué?"

"Las pequeñas diferencias. Allá tienen las mismas porquerías que aquí, pero es un poco diferente"

"¿Por ejemplo?"

"Bueno, uno puede entrar a una sala de cine en Amsterdam y comprar una cerveza. Y no en un vaso de papel, sino una cerveza en un vaso de vidrio, como se debe. Y en París se puede comprar una cerveza en McDonald's. ¿Sabes cómo le dicen al cuarto de libra con queso en París?"

Etcétera. Las "pequeñas diferencias" de Europa fomentan el aprendizaje transfronterizo. Esto ocurre primero en la vida cotidiana: mire la mejora constante de la vida nocturna de Londres, de algo parecido al Moscú de la era soviética hace 20 años, cuando la policía prohibía las mesas en la vereda como "riesgos de incendio", a algo similar a Barcelona hoy. Londres cambió porque más londinenses comenzaron a visitar el continente y vieron mejores formas de hacer las cosas. La expansión de las bicicletas gratuitas y el matrimonio gay son otros ejemplos de aprendizaje dentro de Europa.

Pero este aprendizaje también ocurre en la alta política. Cuando George W. Bush quería invadir Irak, el Reino Unido articuló la posición "sí" y franceses y alemanes la atacaron. Los europeos podían elegir entre puntos de vista contrastantes, mientras que la clase política estadounidense en general se unió en una postura común pro invasión. Sobre el empleo, hay un debate entre los británicos libremercadistas, los daneses y holandeses con sus mercados de trabajo flexibles, y los europeos del sur, que protegen el empleo. Con el tiempo, debates como ese guiarán a Europa a una respuesta económica. Cualquiera que sea la fórmula de Europa, no será copiar a China. Por supuesto que China crece más rápido que Europa. Es fácil crecer rápidamente si uno mata de hambre y empobrece a su pueblo, y luego introduce de repente un mercado libre con tecnología importada, comercio internacional y casi sin controles ambientales. Eso es ponerse al día. Europa trata de hacer algo más difícil: lograr el crecimiento, y no sólo para el 1% que ya es acomodado.

Los países europeos también se enseñan entre sí mediante el establecimiento unos a otros de límites políticos. Merkel, por ejemplo, ha fustigado a la extrema derecha holandesa y contribuyó a la salida de Silvio Berlusconi como primer ministro italiano. Mientras Hungría amenaza con abandonar la democracia, la Comisión Europea se afana por impedirlo. Lo más inspirador de todo, como mostraron las protestas "Euromaidan" de Kiev, Europa Occidental se ha convertido en un faro para países menos felices. La era poscomunista podría haber salido muy mal. Después de 1989, los países ex comunistas de Europa del Este podían elegir entre varios modelos, incluyendo algunos populistas muy desagradables. Pocos de estos países tenían una tradición democrática. Pero los más cercanos a la UE eligieron el modelo europeo. Entre 1995 y 2013, las economías de ingresos medios de más rápido crecimiento en el mundo fueron los Estados bálticos, Polonia y Eslovaquia, dice Marcin Piatkowski, economista del Banco Mundial en Varsovia. Estos países crecieron más rápido incluso que Corea del Sur, Singapur y Hong Kong. Eso fue sobre todo porque miraron a la UE, vieron lo que querían ser y se esforzaron por llegar allí con rapidez. Copiaron las leyes europeas y obtuvieron miles de millones en fondos comunitarios después de unirse a la unión en 2004. Ahora Europa puede inspirar a Ucrania, Túnez y Turquía después de Erdogan.

Este tipo de aprendizaje transfronterizo ayuda a Europa a eludir los apocalipsis que los observadores extranjeros prevén constantemente. Hace una década, por ejemplo, algunos estadounidenses predecían una recaída europea en el fascismo. En 2004, el embajador de EE.UU. ante la UE, Rockwell Schnabel, dijo que el antisemitismo europeo estaba "llegando a un punto casi tan malo como en los 30". Ahora que incluso la mayoría de los partidos europeos de extrema derecha han desechado el antisemitismo, el propio Schnabel debe darse cuenta de que eso es ridículo. La distopía neoconservadora estadounidense de "Eurabia", una Europa gobernada por una gran población musulmana fundamentalista, tampoco se ha hecho realidad.

Ni lo hará la actual narrativa apocalíptica de una Europa liderada por partidos de extrema derecha. Esto se reavivó tras las elecciones europeas del fin de semana. Pero, de hecho, es notable el poco progreso que han hecho estos rufianes vestidos de traje después de casi seis años de la peor crisis económica de posguerra en Europa. Incluso, la mayoría de sus votantes considera a los populistas partidos de protesta sin respuestas. Como el Parlamento Europeo es aburrido y carece de poder, muchos europeos tratan las elecciones europeas como un lugar seguro para dar una lección a los políticos importantes.

Los observadores extranjeros necesitan narraciones apocalípticas para hacer interesante la moderada política de Europa. Pero la mayoría de los europeos han sido vacunados contra la utopía por el pasado de su continente. Ellos no creen que los ejércitos marchando al son del himno nacional abran paso al Valhalla. De todos modos, la mayoría de los europeos, salvo los jóvenes en los países mediterráneos, todavía disfrutan de la vida diaria más segura, más justa y más cómoda en la tierra. Algunas cifras:

- La mayoría de los países donde las personas tienen una esperanza de vida de 82 años o más son europeos, según la Organización Mundial de la Salud.

- Según el Indice de Desarrollo Humano de las Naciones Unidas, Estonia, Eslovaquia e incluso Grecia todavía superan a Qatar, a pesar de la riqueza de este último.

- La mayoría de las "economías emergentes" van a la zaga de Europa por décadas. El ingreso per cápita griego es el doble del brasileño, más del triple del chino y 15 veces el de India, según el Banco Mundial.

- Europa da cuenta de siete de los nueve primeros países en el índice de brecha de género del Foro Económico Mundial, seis de los ocho mejores en el índice de percepción de corrupción de Transparencia Internacional y los 17 países con mayor igualdad en los ingresos, de acuerdo con la clasificación de la Agencia Central de Inteligencia de EE.UU. En resumen, Europa todavía reparte sus ganancias bastante bien.

Todo esto se suma en un sueño europeo: decenas de naciones que viven juntas en armonía y libertad, con intercambios sin igual a través de fronteras y con la calidad de vida más alta del mundo, aunque no los ingresos más altos.

El sueño europeo parece bastante estable. China podría ir hacia un bache en el camino, si su población alguna vez exige democracia. Rusia tuvo un período de crecimiento rápido (con poco beneficio para la mayoría de los rusos), pero ¿qué pasa si Vladimir Putin se convierte en un aventurero militar? Europa parece tener esos traumas tras de sí. Tampoco se ha convertido en una plutocracia americana.

Europa aún tiene mucho que aprender. Un amigo francés asistió hace poco a una recepción californiana llena de brillantes ingenieros franceses que trabajan en Silicon Valley. Regresó a casa pensando: "¿Qué se necesita para que esa gente vuelva a Francia?". Ese es el tipo de pregunta que los europeos tienen que hacerse: cómo convertir sus maravillosas redes de ideas en Apples y Googles. Londres, de facto la capital de negocios de Europa, con su naciente sector de tecnología, podría estar encontrando una respuesta. Si lo hace, el resto del continente intentará copiarlo, porque el aprendizaje transfronterizo sin fin sigue siendo el secreto del éxito de Europa.