"¡SOPLO!", grita Rodrigo Hucke rompiendo la quietud del paisaje marino en la bahía del golfo de Corcovado, ubicado en aguas de las regiones de Los Lagos y Aysén. Hucke echa a andar el motor y da velocidad a la embarcación. La adrenalina sube, casi como el aire que las ballenas expulsan de sus pulmones cuando se asoman a la superficie a respirar, un soplo majestuoso, que puede medir 10 metros y verse a una distancia de hasta 15 km. De pronto estamos rodeados de ballenas: primero una pareja de azules, y luego, de otras cuatro ballenas jorobadas en uno de los espectáculos más bellos que la naturaleza puede regalar a un ser humano.

Es el verano de 2006 y llevamos cerca de una hora en completo silencio a bordo de la pequeña lancha "Musculus", desde la que esperamos la aparición del ser más grande del planeta: la ballena azul. Ese lugar, a unos 20 kilómetros mar adentro frente al poblado de Melinka, es la base de operaciones de Hucke desde 2003 cuando encontró a un grupo de cerca de 200 ballenas azules que llegaban con sus crías para alimentarse, descubrimiento con que sorprendió al mundo porque se creía que estaban al borde de la extinción y que no existían más de 300 en todo el hemisferio sur.

Hoy, una década después de ese hallazgo, Hucke nuevamente viene bajándose de un barco, tras pasar una semana navegando entre Puerto Montt y Puerto Chacabuco, para avistar ballenas y poder saber cuántas hay en esa zona. El investigador está contento y no lo disimula. Actualmente, es uno de los principales científicos menores de 40 años que hay en Chile, y como biólogo marino ha logrado reconocimiento internacional. Los estudios del Centro Ballena Azul (CBA) que fundó en 2000 y su labor como profesor e investigador de la Universidad Austral de Chile (Uach) han permitido conocer detalles de la misteriosa vida de este magnífico animal, el más grande que ha poblado la Tierra, del que hasta hace una década se sabía muy poco. Pero además, su trabajo fue el punto de partida para la reciente creación de las tres áreas marinas protegidas y parque marino aledaños a la bahía Tic-Toc, que protegerá más de 121.000 hectáreas de mar en Los Lagos y Aysén. La aprobación de esta iniciativa, encabezada por la fundación conservacionista Melimoyu, el Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF), el CBA y la Uach, fue en gran parte posible gracias a que esos estudios mostraron que la ruta que siguen las ballenas pasa por esos fiordos, la inmensa biodiversidad encontrada y el intenso lobby que encabezó Hucke hace algunos años. Hace un tiempo abandonaron Melinka para ampliar su rango de operaciones: hoy CBA cuenta con embarcaciones más grandes que les permiten recopilar datos en menos tiempo y, con pescadores de Melinka, planean un proyecto para incentivar el turismo sustentable.

La primera vez que Rodrigo Hucke vio a un científico trabajando con ballenas fue en National Geographic. Su familia estaba suscrita a esa revista y a él desde chico que le gustaba mirarlas. "Yo quiero hacer eso alguna vez", pensó Hucke y, sin saber que en Chile también podría encontrar cetáceos, se lamentaba por no haber nacido en Canadá o Estados Unidos. Fue en este último país donde este ex alumno del colegio Grange se obsesionó definitivamente con el mar cuando en una visita a un parque marino vio por primera vez una orca. Desde entonces comenzó a coleccionar desde conchitas hasta historias de piratas. A comienzos de los años 90, tenía claro que lo suyo era trabajar con animales. Pensó en ser veterinario, pero finalmente partió a la Universidad Austral de Valdivia a estudiar biología marina.

Una de sus grandes influencias fue la del profesor Anelio Aguayo, a quien conoció en 1993 en el Instituto Antártico Chileno (Inach) en Santiago. Aguayo, quien continúa como científico del Inach en Punta Arenas, es uno de los pioneros en la investigación de mamíferos marinos en la década del 60. No hay científico dedicado a las ciencias del mar en el país que no conozca a "don" Anelio y no hable de él con admiración.

Aguayo dice que la inteligencia de su estudiante lo cautivó. "Rodrigo estaba comenzando su carrera y trabajaba con los profesores como ayudante de investigación, a través de lo que llegó a pasar sus veranos con nosotros en la estación de biología marina de la Universidad de Valparaíso en Montemar", cuenta. A partir de ese momento, Isla de Pascua y la Antártica se convirtieron en los destinos veraniegos de Hucke. Mientras otros jóvenes de su edad mochileaban o descansaban en la playa, él investigaba y publicaba sus primeros artículos científicos.

Esos veranos, los viajes a la Antártica, sus encuentros con Aguayo y otros destacados investigadores en el área no fueron en vano. Sus pares lo recomendaron para representar a Chile en un viaje financiado por la Comisión Ballenera Internacional, que tenía la misión de encontrar ballenas azules en Chile y así conocer su estado de conservación luego de 30 años de prohibida su captura a nivel mundial. Durante ese viaje, en 1997, Rodrigo avistó algunas ballenas azules, algo muy poco común porque la especie estaba considerada como casi extinta, pero no fue mucho más lo que pudieron encontrar en el resto del trayecto. Pero pocos días después de terminado el viaje, dos colegas "gringos" que había conocido en esa expedición le dieron la alarma. Mientras hacían turismo en un ferry en el sector del canal de Moraleda, en la X Región, avistaron cerca de 60 ballenas azules. "Nadie le dio importancia al hallazgo porque lo atribuyeron al fenómeno del Niño", explicaba Hucke. Él sí, y comenzó a investigar, no sólo en terreno, sino que también la historia del lugar gracias a lo que descubrió que al menos cuatro compañías balleneras habían operado en ese sector a comienzos del siglo XX.

Desde entonces, junto a Francisco Viddie (37), biólogo marino especializado en delfines y hoy coordinador del Programa de Conservación Marina de WWF-Chile, Hucke comenzó a buscar apoyo para poder estudiar a las ballenas. "Pensamos que como estudiantes nos iban a pescar poco", explica Viddie. Por eso el 22 de noviembre de 2000 decidieron convertirse en una ONG y esa noche nació el Centro Ballena Azul. Para echarlo a andar hubo que golpear muchas puertas, pero al llegar 2002 Hucke había logrado dar con las ballenas: 47 grupos formados por adultos y crías, o una "gran guardería de ballenas azules", como lo describió en ese momento, a las que logró seguir y fotografiar, al igual que esos científicos que veía en National Geographic y a los que tanto envidiaba. La noticia dio la vuelta al mundo.

Tras el hallazgo publicado en 2003, los dos científicos comenzaron a trabajar apostados durante los veranos en Melinka, esperando las ballenas al son de Soda Stereo y Silvio Rodríguez. Instalaron rastreadores satelitales en ellas y descubrieron que muchas se quedaban en las costas de Aysén y Los Lagos en lugar de irse a la Antártica como se pensaba. Gracias a eso hoy sabemos que las ballenas azules que habitan en el sur de Chile pertenecen a una potencial subespecie chilena, que son distintas a las que viven en la Antártica y hasta tienen su propio dialecto. "Es como la diferencia que hay entre la forma de hablar de un santiaguino y un chilote", explica.

Los hallazgos más interesantes provienen del seguimiento de transmisores satelitales implantados en las ballenas. Gracias a ellos los científicos del CBA, WWF y Uach han podido determinar que tienen movimientos migratorios que oscilan entre los 6 mil y 7 mil kilómetros de distancia: se desplazan alimentándose con sus crías por todas las aguas de Chiloé, atraviesan aguas de Perú, Ecuador y se les ha visto llegar hasta cerca de las Galápagos. "Sabemos que hay una parte importante de su ciclo de vida que realizan en nuestras aguas, pero hay cosas importantes que aún no sabemos. La reproducción es un ejemplo, la realizan lejos de la costa y no se tiene certeza dónde ocurre", afirma Hucke.

Otro descubrimiento fascinante ha sido el de la vocalización de las ballenas. No sólo emiten uno de los sonidos más fuertes de origen biológico, lo que les permite comunicarse a grandes distancias en el mar (vocalizan a una frecuencia de 190 decibeles, equivalente a un Boeing 747 al despegar o al parlante de un concierto de rock), sino que el dialecto particular de las ballenas azules chilenas permite distinguir cuando otra subespecie de azul transita por las mismas aguas. "Antes las tenías a todas en un mismo saco. Hoy podemos detectar cuáles son las ballenas chilenas y saber cuándo hay una ballena antártica que va pasando por nuestras aguas en dirección al polo o al ecuador", explica el científico.

De forma paralela, Rodrigo Hucke repartía su tiempo como académico de la Universidad Austral, pero al mismo tiempo, realizaba un trabajo más político y de activista de la conservación. Con el apoyo de ONG internacionales como WWF, insistió ante varias autoridades para que crearan un área marina costera protegida de uso múltiple (AMCP). Este tipo de protección permite normar las actividades humanas para que tengan el menor impacto en los ecosistemas. "Conservar no significa no tocar, significa tocar bien", sentencia Hucke.

Persiguiendo este objetivo, en una ocasión Rodrigo llegó hasta La Moneda para recibir una condecoración de Michelle Bachelet, que durante su primer período de gobierno le entregó la medalla Bicentenario. Para darle notoriedad a su causa, Hucke llevó escondida una ballena azul de peluche. "Era mi regalo para la Presidenta, pero los guardias al verme hacer el gesto de sacar algo entre mis ropas se pusieron muy nerviosos", recuerda Rodrigo.

Sus investigaciones y su causa también lograron notoriedad fuera de Chile. En 2008, la princesa Ana de Inglaterra lo invitó a la Royal Geographic Society, en Londres, donde le dieron el premio Whitley Gold Award, para líderes que trabajan por preservar la naturaleza. Esa vez, también estuvo tentado con salirse de protocolo: "No sabía qué decir, quería abrazar a la princesa, pero se me habrían echado 30 guardias encima", bromea y agrega que la fundación que le dio el premio está interesada en apoyar financieramente el recién creado Parque Marino Tic-Toc.

Porque finalmente su deseo se cumplió y desde que la creación del parque fue aprobada en febrero pasado por el ex Presidente Piñera, lo que preocupa ahora a Hucke es estar a la altura del desafío. Se trata del parque más grande de Chile continental, con 121.000 hectáreas, integrado por el Parque Marino Tic-Toc-Corcovado, el AMCP Bahía Tic-Toc y el AMCP de Pitipalena-Añihué, ubicado entre las costas de la comuna de Chaitén y la de Puerto Cisnes, en el golfo de Corcovado. Para proteger a las ballenas de Chile hasta ahora sólo existía el Parque Marino Francisco Coloane, en Magallanes, de 73 mil hectáreas. Pero una cosa es crear el área, otra hacerla que funcione, dice Hucke. "Le pido a la Presidenta Bachelet que nos ayude a operativizarla y le recuerdo, Presidenta, que tiene el peluche y me gustaría que hiciera honor a ese regalo".