Sólo un año tenía Ronny Barrera cuando sus padres se fueron a vivir, literalmente, a la punta del cerro. Han pasado cuatro décadas y sigue ahí, en la segunda cima del San Cristóbal, ahora junto a Felipa, su mujer; su pequeño hijo Abel y su hermano Hans. Todos dedicados al cuidado y mantención del Observatorio Astronómico Manuel Foster, declarado Monumento Histórico en 2010.
Corrían los años 70 cuando su padre, el carabinero Abel Barrera, aceptó el trabajo que hoy desempeñan dos de sus cuatro hijos, en la que se registra como la construcción más antigua del Parque Metropolitano. La instalación del observatorio Foster fue gestionada en 1903 por el estadounidense Samuel Lick, cuando ni siquiera la Virgen, que es de 1908, allí habitaba. Hoy, Ronny la mira desde la ventana de su casa: la monumental y alba estatua es su vecina más cercana.
Figura femenina insuficiente para este hombre, que durante su juventud debió resignarse a la pérdida de más de una pareja que, simplemente, no soportó el ritmo que conlleva pololear con alguien que vive en la cumbre de un cerro. Pagar un peaje de cuatro mil pesos o ascender y descender a pie, en bicicleta o en funicular, y sólo hasta las 20.30 horas por el acceso de calle Pío Nono, son, hasta hoy, algunas de las exigencias para quien quiera visitar a Ronny.
Pero tampoco son tantas las visitas. Vivir a 20 minutos de Plaza Italia, pero en esas condiciones, ha moldeado el carácter de este comunicador social, cuya infancia fue marcada a fuego por su entorno: "Mi relación con la naturaleza es absoluta, hasta el día de hoy soy incapaz de pisar una hormiga", dice, y luego confiesa: "Si me deprimo, no camino solo por la calle ni viajo con la mirada perdida a bordo del Metro. Me siento en una piedra y miro la ciudad desde lo alto".
Estudió en un colegio del barrio Bellavista y sus amigos más próximos eran hijos de guardaparques que hoy ya no viven en el sector. También echa de menos una población importante de ranas con las que Ronny solía jugar, como un Tom Sawyer, en su infancia. Ni ranas ni lechuzas ni grillos avivan hoy las noches: la fauna del lugar fue reemplazada por decenas de antenas que hoy pueblan el peñasco.
A los ocho años, su madre le otorgó cierta independencia y comenzaron las carreras a campo traviesa que lo convirtieron en un poderoso atleta. Tardaba cinco minutos en llegar al funicular, y otros tres usando la escala de evacuación junto a éste, en correr cerro abajo hasta Pío Nono. Un poco más cuando se trataba de deslizarse por la ladera sobre un trozo de cartón, rumbo a la Avenida Perú. Endureció como nadie sus piernas, fue el imbatible del curso en educación física y a los 25 años comenzó a practicar mountainbike, alcanzando el 6º lugar en el ranking nacional categoría montaña. Por qué no. El San Cristóbal era el patio de su casa.
Claro que no todos tienen su energía. Para Felipa, su mujer, subir y bajar en funicular se ha convertido en hábito obligado. La mujer de su hermano, en cambio, no aceptó la incomodidad y se mantuvo en el plano, 430 metros más abajo, en la comuna de Las Condes.
Vivir tan cerca del Zoológico de Santiago conlleva más de un riesgo. Así lo sufrió Ronny a los 19 años, cuando una noche como tantas bajaba despreocupado a una fiesta en la ciudad. "Sentí un ruido entre la hierba y me detuve. El sonido, como de pequeñas pisadas, también cesó. Anduve otra vez y ahí estaba: un chillido que casi me mató del susto y luego, de la nada, una especie de perro gordo y sin cabeza que, al otro día me enteré, era una martucha salvaje (muy parecida a un hurón) que se había escapado. Nunca antes corrí tan rápido cerro abajo".
Por las mañanas, Ronny Barrera se levanta con el bullicio de la ciudad. Su despertador "natural" es el panal de abejas que todos habitamos y que él mira desde las alturas. "A las 6 de la mañana comienza el zumbido", cuenta. "Por la noche se oyen gritos y más de un despistado ha llegado a la reja de mi casa preguntando dónde está la Virgen. Pero lo nuevo es el sonido de las cacerolas que, como en una caja de resonancia, llega amplificado hasta acá".
En 1994, un incendio forestal llegó hasta la reja que protege el observatorio y la semana pasada la nieve derribó varios árboles. Aún así, Ronny asegura: "Me siento protegido. Tenemos el mejor trabajo que puede tener un chileno. Cuando mi padre jubiló, en marzo de este año, temimos perderlo, pero afortunadamente mi hermano lo relevó y ahora es mi hijo Abel, de sólo tres años, el afortunado que sigue mis pasos".
El Observatorio Manuel Foster fue donado a la Universidad Católica en 1928, pero a mediados de los 40 cerró sus puertas, según cuentan debido a la amenaza de la Segunda Guerra Mundial. Y si bien fue reabierto en 1981, la instalación de telescopios con tecnología de última generación en el norte de Chile dejó atrás al viejo Foster, cesando sus actividades de forma definitiva a mediados de los 90. Un lente para los confines del universo que es parte de la empinada vida del único habitante del cerro San Cristóbal.