o hay ningún cartel en la entrada de la casa del número 9379 del pasaje Afrodita, en La Florida. Sólo un volantín pegado en la ventana y frente a ella una plaza, donde día a día en vísperas de septiembre, los niños del sector juegan a encumbrar volantines.
"¡Dale más hilo!", grita desde la puerta Nelson Martínez Vera, el dueño de casa, mientras baja un volantín que encumbró desde su jardín de no más de 10 metros cuadrados. Un volantín que baja directo a sus manos y llega en perfectas condiciones sin jamás haber tocado el suelo. Un volantín de fabricación propia.
Nelson Martínez tiene 49 años y 40 de ellos los ha dedicado a su oficio. Alrededor de mil son los volantines que vende cada temporada, desde $ 500. El precio varía de acuerdo al tamaño y diseño. Incluso, tiene algunos a prueba de agua (a $ 1.000), hechos con la misma técnica con que realiza uno tradicional, pero con un papel plástico, de color dorado en apariencia metálico, que permite encumbrarlos a pesar de la lluvia.
"Para probarlos los puse bajo el chorro del lavamanos", señala. Cuenta que lo más complicado fue dar con el pegamento adecuado, secreto que se reserva por temor a las copias. Martínez piensa masificarlos en el sur del país, donde incluso está dispuesto a ir enseñar cómo se encumbran. "En el sur no se puede jugar con papel, los hice pensando en eso", explica.
El oficio lo aprendió mirando a su padre, Benito Martínez, quien murió en mayo de este año, a los 91 años. Su progenitor fue también fundador del primer club de volantines de Chile, Los Halcones de la Plaza Bogotá.
"Mi padre fue el primer campeón del volantín en Chile", recalca Martínez, mientras muestra orgulloso un pesado trofeo de bronce que recrea a un hombre que encumbra un volantín. En la placa se lee "Primer lugar, Premio Casa del Sol, 1968". Es el primer trofeo entregado por Avodesa, la Asociación de Volantineros de Santiago, en una competencia desarrollada en el Parque O'Higgins.
"Las competencias en el Parque O'Higgins se desarrollaban desde mucho antes, pero ese fue el primer año que se entregó un trofeo y mi papá lo ganó", cuenta Martínez, al mismo tiempo que muestra los distintos diplomas obtenidos por su padre.
Lo suyo, en todo caso, no es competir, sino rescatar la tradición del volantín. Para ello se ha esforzado en desarrollar volantines que gracias al cuidado en los detalles resulten más fáciles de encumbrar. Asimismo, enseña a elevarlos a quien quiera aprender. Se trata de volantines que se quedan estáticos en el aire. Así quien se interese por este juego puede aprender sin que éste se venga abajo.
En su casa, en el lugar donde habitualmente se podría encontrar un living comedor, Martínez montó un taller donde, a punta de ensayo y error, ha ido descubriendo las técnicas de fabricación.
"El secreto para hacer un buen volantín está en los maderos", señala el artesano, mientras muestra una bolsa repletos de ellos. Son maderos de bambú traídos de China, según cuenta. Los mismos que se pueden encontrar en librerías. La diferencia está en el tratamiento. Para que un volantín logre encumbrarse, los maderos deben estar perfectamente derechos, no debe haber en ellos ningún rastro de curva o desperfecto, de lo contrario el volantín queda más pesado, inclinado, cae constantemente y se estropea. Para lograrlo, Martínez usa el calor de una vela, pasa el madero sobre ésta hasta que su vista le indica que esta recto.
Otro factor importante para poder encumbrar es el viento. La mejor época para hacerlo es durante la primavera y el verano, de septiembre a febrero aproximadamente, después de las 14 horas.
"En la mañana la dirección del viento no está definida, es muy difícil poder encumbrarlos, en la tarde el viento ya toma una dirección única", señala Martínez. Recalca que para saber cuándo es un buen día hay que mirar las copas de los árboles, éstas deben moverse e inclinarse hacia una sola dirección.
Martínez dirige ahora su mirada a una maleta cuadrada de madera pintada como la bandera chilena, la maleta donde guarda sus volantines cuando sale a mostrarlos. Luego habla de su sueño: masificar el juego del volantín y enseñar a encumbrar a los niños de la Teletón. Ha intentado llegar a ellos, pero falla en un detalle, lo que él llama la "gestión".
"Soy un estudioso del volantín, pero ni siquiera terminé la Educación Media. No tengo computador. No sé con quién hay que hablar para poder llegar a ellos", dice. Luego mira otros de sus inventos colgados en la muralla, un volantín con la bandera chilena y más de dos maderos, con cuatro tirantes, capaz de dar vueltas como trompo en el cielo.
"Dígame si a los niños no les gustaría ver eso", recalca, mientras sueña despierto con la idea de elevar un gran volantín, de tres colas, un tricolor, en la Plaza de la Constitución.