SE llama Juan Aracena Gamboa, tiene 59 años y dice que es el original, el auténtico Juan Herrera de la serie Los 80. "Hasta imitaron mi peinado", asegura este otro Juan, que hace 42 años vende camisas en la céntrica Galería Agustín Edwards.
Además de su partidura al lado, un suéter burdeo y algunos gestos se pueden reconocer en el personaje creado por el actor Daniel Muñoz, quien visitó varios locales para hacer una investigación en terreno antes de que se transmitiera la serie.
"Me inspiré en él en lo laboral, no en lo personal. Estuve aprendiendo cómo doblar las camisas y el tejemaneje de la tienda. A mucha gente le pasa lo mismo. Se identifican con el personaje. Me dicen: usted es igual a mi papá", explica Muñoz.
Entrar a la Camisería Carrera es hacer un viaje al pasado. La estética del lugar conmueve como cada capítulo de la serie televisiva.
Aracena habla poco de su vida personal. Estuvo casado y tiene un hijo profesional. Como Juan Herrera, se declara apolítico. Aunque dice tener "sus ideas", nunca hizo huelga o fue a una protesta en la década de los 80. Lo que sí recuerda es el gas lacrimógeno durante las manifestaciones que entraba por la galería y que los dejaba a todos con un aire irrespirable por interminables horas.
La tienda se ha mantenido casi igual en sus más de cinco décadas de historia. Conserva un teléfono de disco y un mueble antiguo con cajones que atesora corbatas y estantes que sirven de muestrario para toda clase de camisas.
Los letreros de papel que indican los precios y productos son hechos en conjunto por Juan y la dueña de la camisería, María Inés González, quien prácticamente ha estado toda su vida a cargo de las finanzas de la tienda. "Yo los dibujo y la jefa los pinta", afirma Juan.
En la tienda atesora etiquetas diseñadas por él para Fiestas Patrias, Navidad y el Día del Padre, las mejores jornadas de venta en el año.
Aparte del look, la vida de Juan Aracena tiene cierta relación con la del personaje que ha marcado un hito en la televisión chilena. Este vendedor de camisas casi ni recuerda cómo llegó al local que lleva 52 años en el mercado. "Vivía frente a la Plaza de Armas y me paseaba por las galerías. Un día no recuerdo si había un aviso o me presenté directamente donde el patrón para ofrecerme para trabajar", recuerda este comerciante, que aprendió todo lo que sabe en el día a día. "Cuando acá en Chile se hacían las camisas Van Heusen, en la fábrica nos enseñaron a doblarlas y plancharlas a la perfección. De hecho, nadie dobla mejor que yo", asegura, con tono experto.
Pese a su carácter serio y reservado, Aracena es un vendedor diligente, a prueba de todo tipo de clientes, que no se amilana ni con un "gerente prepotente" ni "choros" con intenciones de robar.
"Me conozco el negocio entero. Uno ubica a la gente, se sabe a lo que vienen con sólo mirarlos", dice con 42 años de experiencia encima y la expertise de dominar el rubro como la palma de su mano.
Los interesados cruzan la puerta y él, en un abrir y cerrar de ojos, ofrece el producto preciso. Aparte de camisas, vende pipas, tabaco, chaquetas y toda clase de "artículos finos para caballeros".
"Hoy día, la gente no sabe lo que vende, no sabe si es malo o es bueno", agrega. Luego, reclama contra las prendas de supermercado, que en el primer lavado "pierden toda la firmeza en los cuellos".
Por esa misma razón, viste la misma ropa que vende, defendiendo una calidad que, asegura, se mantiene intacta por al menos tres años. Palabra de Juan Herrera, perdón, Aracena.
Su jefa es una señora delgada, con un peinado impecable y suavidad al hablar. Sin embargo, en su mirada aflora la nostalgia. "Antes tuvimos el local en Ahumada con Agustinas, todavía pasaban los carros por la calle. Era todo distinto. La gente caminaba tranquila, sin preocuparse porque le robaran la cartera. Era más bonita la vida", cuenta.
"En aquella época, las mujeres vestían ordenadas y elegantes, nada que ver con ahora", añade.
Partió con su marido, un israelí llamado Eugenio Windholz, y siguió sola los últimos 30 después de quedar viuda. No pudo tener hijos e hizo el intento de adoptar, pero la vida le tenía deparado hacerse cargo de este negocio conocido por su calidad y simpleza.
En todo este tiempo han vendido camisas a políticos, abogados y varios ministros de tribunales. "Don Rafael Retamal fue el primer presidente de la Corte Suprema que atendí", cuenta orgulloso Aracena, quien también tiene en su lista al primer fiscal de la República, el abogado Guillermo Piedrabuena.
De hecho, María Inés -la jefa- cuenta como anécdota que cada vez que un ministro de tribunales manchaba su camisa con la lapicera, ahí estaban ellos para sacarlos del apuro. "Juan cruzaba la calle y le llevaba una camisa impecable".
Los ex presidentes Jorge Alessandi y Eduardo Frei Montalva también cruzaron la puerta de la camisería. Todo un patrimonio comercial de la capital.