Fueron seis meses en los que recorrieron Ecuador, Estados Unidos, Canadá, Tahití, Hawai, Isla de Pascua y Juan Fernández, entre otros destinos. Seis meses en que su entorno fue sustituido por la inmensidad del mar, nudos de navegación y velas. Seis meses en los que cambiaron familia y amigos para ser parte de un hecho histórico: la primera dotación de mujeres en formarse en el buque escuela Esmeralda.
Grace Brash (23) salió hace cinco años del colegio y desde ese momento tuvo claro cuál era su futuro: integrarse a la Armada. Recuerda que uno de los factores que influyó en su ingreso fue la noticia de que se integraría dotación femenina en el Esmeralda. Una especie de prueba, así califica Grace el momento en que decidió postular a la institución y luego integrarse a la embarcación.
A un día de finalizar el viaje y recalar en Valparaíso, la guardiamarina cuenta que el trayecto fue una experiencia única y enriquecedora: "Un orgullo, por el hecho de que muchas mujeres quisieran estar en lo que estamos nosotras, definitivamente es especial".
Pero nada de creer que este es un crucero de ensueño. Grace aclara que no hubo privilegios para ella ni para ninguna de las 43 mujeres de la dotación. Se levantaban a las 6.30 y lo primero que hacían no era ni bañarse ni desayunar, sino trepar un mástil de 48,5 metros, como ejercicio matutino: 15 minutos, en promedio, se demoraba cada una.
Tras un desayuno sencillo, con té o leche, hallullas con mermelada, mantequilla o paté y algunas veces cereales o avena, realizaban la maniobra velera, que implica el trabajo con las velas, las que debían guardar todos los días. Una labor de fuerza.
Lo mismo ocurría, dice Grace, con las funciones de guardia y la ingeniería. Realizan cursos de supervivencia, con las mismas condiciones que lo hacían los hombres. Tenían las mismas materias de estudio y, por supuesto, desfilaban cada vez que recalaban en un puerto. "Nos complementamos muy bien hombres y mujeres. Tenemos distintas ideas y esas mismas ideas las podemos complementar y llevar a cabo las tareas que se nos ponen por delante", cuenta.
Eso sí, al principio hubo una fase de adaptación, pues buena parte de la tripulación del buque escuela estaba acostumbrada a trabajar sólo con hombres. "Fue extraño", señala. Y pone un ejemplo: hubo que poner cortinas en las piezas para que nadie tuviera acceso a esa zona.
Sólo había una diferencia: los dormitorios. Los femeninos tenían espejos y eran un poco más espaciosos. Esto les fue muy útil -asegura-, a la hora de recalar, especialmente en EE.UU., donde el pasatiempo favorito fue salir de compras. "Cada rinconcito que encontrábamos entre ropero y ropero, además de la pared. Ahí metíamos la ropa, los zapatos y todas esas cosas", confiesa Grace.
Para el comandante del buque, capitán de navío William Corthorn, el proceso de integración fue positivo: "Estaban muy motivadas. Era un desafío para ellas, sintieron la responsabilidad de hacerlo bien, pero fueron muy bien acogidas por el buque y los marinos. Y también pusieron de su parte y trabajaron".