Conduce uno de los programa más exitosos del año, pero la exposición mediática le trae sentimientos encontrados. Con 30 años de carrera como periodista, Emilio Sutherland (51) vive sus minutos más agitados con En su propia trampa (Canal 13) como espacio revelación del año, con una temporada que termina mañana y con la intención de la televisora -aún no oficial- de realizar una segunda temporada que él duda de participar. No porque el formato le desagrade, sino por cómo lo ha afectado en su vida más íntima y familiar.

¿Teme a las represalias de quienes denuncia en el programa?

Te mentiría si digo que no, pero más que por mí, que le hagan daño a mi familia. Que mi trabajo afecte a los integrantes de mi grupo familia me preocupa muchísimo.

¿Y algún reportaje le ha provocado una represalia fuerte?

En varios, pero si te menciono a los tipos, los podría poner sobre alerta, sobre todo a los que están vinculados al tráfico de drogas. De hecho, hace años que no hago reportajes que estén completamente vinculados al tráfico de drogas, porque esa es labor de la policía y los tribunales. Es complicado lidiar con la molestia de algunos.

Con los reportajes de denuncias hay una delgada línea entre informar y convertirse en juez.

Trato de alejarme de las caricaturas del periodista justiciero. No me siento juez ni comisario ni policía. He tratado siempre, aunque en el último tiempo no lo he logrado, de tratar de ser de bajo perfil, y En su propia trampa tengo un nivel de exposición mayor.

¿Se imaginó que pasaría eso?

No, no lo vislumbré. De hecho, voy a meditar seriamente si continúo en En su propia trampa, porque a mí me incomoda un poco la exposición en mi trabajo y en mi estilo de vida. Soy una persona que le gusta ir al supermercado, andar en Metro, tener una vida más anónima. Nunca asumí los cánones de la TV, de querer convertirte en personaje, porque no es mi meta.

¿Cuánto cambió la relación con la gente tras el programa?

Mucho. Me pasa que ahora voy al supermercado y tengo que tomarme fotos con algunas personas, firmar autógrafos. Igual, me incomoda, tengo sentimientos encontrados. Me gusta el reconocimiento, si te negara esa situación sería un mentiroso -es un cariñito al ego-, pero también hay un grado de incomodidad, porque soy el que anda de jeans, y la gente, cuando te conviertes en un personaje de la tele, tiende a exigirte ciertos estándares.

Me imagino que algunos se deben sentir intimidados por usted en la calle.

El otro día fui al estadio, un muchacho estaba fumando marihuana y casi se ahoga cuando me vio. Lo vi angustiado, buscando las cámaras, y le dije: "Compadre, tranquilo, no ando trabajando" (risas).

La principal crítica al programa es que optan por ir tras los peces chicos y no los realmente poderosos.

Puede ser, pero siento que en el caso de estos "pequeños estafadorcitos", es gente que afecta en su vida cotidiana a muchos, y por eso creo que pasa el éxito del programa. Siento que el equipo está contribuyendo para hacer un programa de utilidad pública.

Ir a los peces chicos podría enten-derse como un aprovechamiento de denunciar gente, quizás, con menos educación o que no se querellará en contra de ustedes.

Creo que los que están aprovechándose son precisamente ellos, de otra gente que también tiene bajos recursos, que al estafar puede representar el pan o la comida del día. A los pececillos chicos los puedo denunciar en el programa, para los más gordos estoy en Contacto. Los pececillos chicos son como las pirañas, chiquititas, pero cuando abundan pueden ser mortales.

¿Siente que En su propia trampa coincidió con un descontento general que hay en Chile?

Sí. Se juntaron todos los astros para que le fuera bien, porque, de alguna forma, también sintonizó con la gente, por esa sensación de rabia. Y eso no me gusta mucho, porque siento que de repente, esta sed de justicia significa que algo no está funcionando bien en el país, los tribunales, los organismos policiales, etcétera.

¿No es peligroso que el programa dé la idea de "revancha"?

Es peligroso, por eso siempre hemos tratado de recalcar que la gente realice denuncias, cuando hay un delito o infracción, a las entidades que corresponden. Nuestro rol es denunciar, mostrar a los implicados, pero no es hacer justicia.

Para algunos, usted se ha vuelto el nuevo Carlos Pinto.

Carlos Pinto es un maestro, pero somos otra cuerda. El es un gran contador de historias, pero al margen de En su propia trampa, lo mío es de un periodista investigador, vinculado a temas fundamentalmente de denuncias.

¿Ha cambiado su estatus en el canal tras el éxito del espacio?

No. Estoy fascinado, sí, que al programa le haya ido bien. De hecho, antes que comenzara, conversaba con el ejecutivo del canal y me decía: "A ver, 18 puntos es un éxito", y en los últimos tres capítulos hemos sacado un promedio de 30 puntos, con peak de 40. Pero mi estatus sigue siendo el mismo. No hay opción de creerse el cuento.

Por lo que dice, ser rostro de un comercial sería impensado para usted.

No creo, tampoco quiero escupir al cielo, pero lo veo difícil. Cuando un periodista ha tenido la mala ocurrencia de hacer un comercial para una empresa, hipoteca su credibilidad.