Viernes, 2.30 a.m. La velocidad con que el vehículo oficial de la Presidencia transporta a Sebastián Piñera a Cerro Castillo no es impedimento para que el Mandatario revise por enésima vez el discurso que deberá pronunciar en pocas horas más frente al Congreso Pleno. No es todo: una vez que llegue a la residencia viñamarina, seguirá por largo rato leyendo y subrayando párrafos del cuadernillo de 40 páginas con su lápiz Bic rojo.

Seis horas más tarde, desde el piso de arriba del local de Bendix Frenos, situado en plena avenida Pedro Montt -frente a la entrada principal del Congreso en Valparaíso-, una mujer observa desde su ubicación privilegiada la llegada de los invitados a la cuenta pública.

Ella cubre su rostro con la cortina, como si aun avergonzada de su intrusión, no quisiera perderse una sola escena de lo que comienza a gestarse del otro lado de la calle.

Al lado opuesto de la vereda, cuando a Patricio Melero le preguntan si espera un discurso valórico, responde que sí y sale jugando con el "valor de la familia"; Juan Antonio Coloma, de excelente humor, molesta con morisquetas a una reportera de TV que acaba de salir al aire; ajeno a la fastuosidad automotriz de los invitados Carlos Larraín se asoma caminando humildemente, con una carpetita bajo el brazo.

Mientras Ximena Rincón -de encendida chaqueta de color rojo- se luce recibiendo a los embajadores, el patriarca de la iglesia ortodoxa, monseñor Sergio Abad, se tropieza en la escalera y sólo se salva de caer gracias al auxilio de un par de atentos parlamentarios.

Las cámaras se las lleva Ginés González -el simpático embajador argentino que más tarde dormiría plácidamente mientras hablaba Piñera-, al tiempo que los alcaldes de Valparaíso y de Viña del Mar, Jorge Castro y Virginia Reginato, se llevan los gritos y aplausos de una bulliciosa muchedumbre apostada en la vereda contraria.

Sobre las escalinatas, en tanto, aflora el Chile republicano, con sonrisas cruzadas y abrazos apretados. Cecilia Morel, más elegante que nunca, descuella con un traje rosa en tono Jacky O.

Es el turno de los ministros. "Ravinet es el único que trajo a su señora", comenta alguien con picardía y, sacando cuentas, parece ser cierto. Sobre la calle, un quiltro las emprende a ladridos en contra del Ford Galaxie que trae al Presidente y a Rodrigo Hinzpeter.

Una vez dentro del Salón Plenario comienzan a notarse asientos destinados a los invitados, vacíos. "En el nombre de Dios, se abre la sesión", avisa Jorge Pizarro, con un sonoro campanazo que interrumpe las charlas que comenzaban a encender el ambiente: Hinzpeter con José de Gregorio; el cardenal Francisco Javier Errázuriz con el arzobispo ortodoxo Abad, y Juan Pablo Letelier con Marcela Sabat.

Piñera, notoriamente ansioso, comienza su discurso homenajeando a cuatro ex presidentes que no están y las cuentas de Twitter echan humo: Ena von Baer y Rodrigo Alvarez, con ahínco, y Felipe Kast, Felipe Morandé y el subsecretario Mario Desbordes, con mayor sutileza, replican en sus blackberry las principales frases de su jefe.

La secuencia de imágenes del terremoto se toma las pantallas dispuestas a ambos costados del estrado. Casas por los suelos y puentes derribados se entremezclan con cifras de crecimiento y expectativas comparables a Checoslovaquia (sic), como explica en un desliz el Mandatario.

A sus espaldas, Pizarro toma apuntes sobre una carpeta y Carlos Hoffmann, el secretario del Senado, juega con su barba. Las pantallas ahora enfocan por segunda o tercera vez al ministro de Salud, Jaime Mañalich, a quien Piñera le ha hecho numerosos encargos públicos durante el discurso. A su lado, la ministra Magdalena Matte le da ánimo con un palmoteo.

Desde la tribuna opuesta -a la diestra del Presidente, mirándolo de frente-, el mapa parlamentario se tiñe de rojo con las tenidas de la citada Rincón, Lily Pérez y Adriana Muñoz. Evelyn Matthei aporta lo suyo, aunque siendo rigurosos, en un tono terracota. Agréguese la corbata de Andrés Allamand.

El ingenio del encargado de la transmisión comienza a agotarse. Si Piñera habla de delincuencia, el primer plano es del senador de RN Alberto Espina; cuando se refiere al deporte, es el turno de Gabriel Ruiz-Tagle.

Entonces es que todo termina. Piñera, cual rockstar, es felicita- do por moros y cristianos, incluyendo a su mujer. Luego se despide a paso veloz.

Una vez fuera, los invitados empiezan a turnarse en los micrófonos. Ramón Farías encuentra "poco serias" las promesas del mensaje, tres mujeres mapuches -dos de Cerro Navia y una tercera de Arica- dicen irse "con gusto a poco" por la nula mención a su etnia, y Ricardo Lagos Weber reparte conceptos a quien quiera escuchárselos. Un puñado de ministros, por su parte, sonríe victoriosamente por lo que, según entienden, fue mucho más que un discurso: un recto al mentón de la oposición.

Valparaíso comienza a vaciarse. Alguien habla de caldillos de congrio y pescadas con chilena, un ebrio le pide monedas al ministro Larroulet y los noteros se pelean al embajador argentino para que hable de su siesta durante el evento.

A pocos kilómetros, en Cerro Castillo, el almuerzo oficial es sinónimo de relajo. Piñera se sienta entre las esposas de sus colaboradores y, entre un variado menú de locos, causa limeña y lasagna de verduras, felicita a las mujeres por soportar el endemoniado ritmo de trabajo que él exige a sus maridos. "Sé que lo hacen por amor", dice. Cecilia Morel, a su diestra y empoderada, le quita el micrófono y corrige la frase: "Algunas por amor y otras por obligación". El Presidente deja escapar una carcajada.

Tras el almuerzo el Gobernante se ve contento, conversa con su familia y comenta que hoy irá a misa como la hace todos los domingos.