PARECEN gigantes abandonados en medio de villas y poblaciones. Poco se sabe de su utilidad, si hay o no agua en su interior, o si no son más que vestigios de una tecnología antediluviana y en desuso. Pero están igual de activas que hace más de medio siglo, cuando las empresas sanitarias las construyeron para almacenar y distribuir agua a los hogares capitalinos.
Según la Superintendencia de Servicios Sanitarios (Siss), existen 62 de estos colosos en la Región Metropolitana: 40 en el Gran Santiago, totalmente activos. Tres pertenecen a Aguas Cordillera, dos a Servicomunal, 14 a Aguas Andinas y 21 al Servicio Municipal de Agua Potable y Alcantarillado de Maipú (Smapa).
La mayoría se ubica en la periferia o en barrios de baja densidad poblacional, en muchos casos desde antes que en torno a ellas se construyesen casas, cuyos habitantes hoy las asumen como parte del paisaje. Olga (67) vive frente a uno de estos armatostes, en calle Las Industrias con Santa Ana, comuna de La Granja: "Es raro tenerla de vecina, pero ya es parte del barrio, desde mi ventana es lo primero que veo todas las mañanas", dice resignada.
En la ruta norte-sur es donde más se les ve en forma de silos o de platillos voladores, como la que se eleva en la población Santa Olga, frente al Estadio Municipal de La Cisterna. Por norma, sólo se les exige ser antisísmicas, tener una base, una torre y una copa en la zona superior, que es el único sector de la mole que contiene agua. Pueden llegar a albergar hasta 4.000 m3 -dependiendo de la población a la que se proyecta abastecer- como la de Lo Valledor, en Pedro Aguirre Cerda.
Todas tienen que cumplir con estrictas normas de construcción, pues 4.000 m3 equivalen a 1.000 camiones de cuatro toneladas, que si se caen, ocurriría una catástrofe. "Para el terremoto se cayeron varios de estos estanques a lo largo del país, aunque en la Región Metropolitana sólo uno, en Valdivia de Paine, terminó en el suelo", explica el director nacional de Fiscalización de la Siss, Roberto Duarte.
No todos estos hongos de hormigón están en lo alto. Por eso no es tan evidente para algunos capitalinos que se abastecen de ellos. Existen estanques semienterrados, sobre todo, los que están en pendientes, pues la gravedad hace innecesario que se eleven por los aires. "Todos tomamos agua de estos estanques. Los hay en Lo Hermida, Vitacura, Puente Alto, Peñalolén...", agrega Duarte.
En la comuna de Cerrillos y desde 1946, habita una de las copas de agua más antiguas. Está en desuso, porque según cuenta Duarte, la norma ha ido variando y van quedando obsoletas por altura, capacidad o seguridad.
Nadie sabe bien cuál podría ser el futuro útil de estos íconos de ingeniería. Al menos, según explican algunas sanitarias, "no tienen proyectos asociados a estos estanques que entran en desuso". Mientras en Coquimbo, la creatividad ha ganado terreno y lucen motivos diaguitas, en el Parque La Bandera de Santiago, un grupo de arquitectos de la Universidad Católica, encabezados por el actual director de la revista ARQ, Patricio Mardones, quiso intervenir en 2001 uno de estos estanques y convertirlo en una norme piscina pública y centro comunitario para San Ramón. Pero todo quedó en nada, cuando sus intentos coincidieron con la compra de Emos por parte de Aguas Andinas. Una década después, Mardones cuenta que Aguas Andinas prefirió arrendarle el predio -con la copa incluida a una compraventa de autos.
En Santiago, son 62 las copas que están en altura y 210 las semienterradas. Las primeras suelen alzarse sobre los 20 metros, algo indispensable, "porque la elevación permite generar la presión suficiente a la red de agua potable", según cuenta Sergio Peña, encargado de producción (S) de agua potable de Smapa.
Las segundas son mayoría y las menos repudiadas, porque visualmente contaminan menos, al no superar los cinco metros de altura. Eso sí, requieren de elevaciones naturales, como el caso de la que está en el faldeo pre-cordillerano de Av. Larraín con Nueva Príncipe de Gales o la que está en el Cerro San Luis, que guarda en su interior 200 m3.
Las pequeñas pendientes también ayudan. Como la que está en Antonio Varas con Pocuro, que abastece de 45.000 m3 de agua a diferentes comunas.
Las estructuras también pueden ser sumergidas bajo tierra en zonas llanas, pero en ese caso, según explica Peña, se emplea energía eléctrica adicional para propulsar el agua hasta la red.
La planta El Almendral se ubica entre el cementerio de Maipú y el futuro Hospital del Carmen, que a partir de 2013 beneficiará a más de 800.000 personas. A similar cantidad de habitantes de Maipú, Cerrillos y parte de Estación Central abastece de agua y servicio de alcantarillado la empresa Smapa, dueña de esta planta que luce un moderno estanque semi enterrado junto a una copa de 33 metros, que data de 1980 y entrega agua potable a cerca de 50.000 clientes.
Esta empresa sanitaria extrae la totalidad de sus aguas de napas subterráneas provenientes de infiltraciones cordilleranas, a diferencia de Aguas Andinas, que utiliza las aguas de los ríos Mapocho y Maipo. Una vez que las capta, las transporta a plantas de tratamiento como Vizcachas e Ingeniero Antonio Tagle, en el Cajón del Maipo, y La Florida. "Desde allí sale potabilizada hacia los grandes ductos que llevan el agua a los estanques, tanto semienterrados como en altura", explican en la compañía.
La totalidad de estas plantas cuenta con sistemas para agregar flúor al agua, para responder a un requerimiento de la Siss y la Seremi de Salud.
Es una de las labores de Leonardo Contreras (41). Lleva 20 años como operador de bombas en la planta de agua potable El Almendral, con turnos de 12 horas, los que alterna con un compañero. Heredó el trabajo de su padre y asegura que Fabián, su hijo de 16, seguirá sus pasos.
Su rutina puede parecer monótona, pero supervisar y mantener su copa no está exento de dificultades. Para el pasado terremoto ésta no sufrió daños estructurales, pero la demanda por parte de la población "nos obligó a trabajar con todo", dice Contreras. Otro tanto sucede para Navidad y Año Nuevo: "Entre las 22.30 y la medianoche, todo el mundo entra a bañarse, el estanque baja considerablemente, hay más presión y más salida, o sea, hay que trabajar a full".
Para las fiestas patrias, este trabajador tiene que subir los 33 metros de la estructura sólo para izar la bandera chilena en su cúspide. Es la misma época en que los cernícalos que van quedando en el lugar anidan y ven amenazadas sus crías por la presencia del cuidador, al que no dudan en atacar. Como si fuera poco, para el último 18 de septiembre, a un ebrio temerario no se le ocurrió nada mejor que subir a celebrar a la patria en lo más alto de la copa. Ni Carabineros se atrevió a ir en su búsqueda. Hasta allá tuvo que encaramarse Contreras, convencerlo y bajarlo. "No fue tan difícil", dice, canchero. "Más complejo ha sido convencer a mi mujer de que realizar sus fantasías en la cima del torreón no es buena idea", agrega riendo. Le gusta su trabajo, porque dice que sirve a la comunidad y porque "de mí depende el agua que beban", concluye.