Todavía no comienza el período legal de la campaña electoral y ya se han abierto intensas polémicas con recriminaciones mutuas entre los bandos en competencia. ¿Resulta pertinente examinar la vida privada y pública de los candidatos a la hora de competir por un cargo público? ¿Es efectiva una campaña negativa como estrategia para ganar votos?

Una de las tendencias predominantes de las campañas modernas es su progresiva personalización. Sabemos que los electores escogen pensando en una variedad de ámbitos que incluyen sus inclinaciones políticas, la coyuntura económica, las características de los líderes y sus ideas. En la medida en que ha disminuido la polarización política en el país, resulta esperable que llamen la atención los elementos asociados a la personalidad y el comportamiento de los candidatos.

A diferencia de la contienda Aylwin-Büchi-Errázuriz que estuvo centrada en la división dictadura-democracia, la de hoy ha girado, principalmente, en torno a ciertas características de los candidatos. Durante meses, el debate se centró en el rol de empresario de Sebastián Piñera, luego continuó con el indulto del ex presidente Eduardo Frei, le siguió el papel cumplido por la esposa de un candidato y ha desembocado en el debate sobre la supuesta influencia indebida de Piñera para eludir una sentencia judicial.

Indagar en la vida personal de un candidato es propio, si lo que se evalúa es la coherencia de las acciones públicas pasadas y si ello da pie a discusiones sustantivas en temas de interés público. Es relevante si a partir de los indultos se genera un debate sobre las atribuciones del Ejecutivo. Resulta pertinente abordar la relación entre dinero y política, si ello permite discutir sobre el fideicomiso ciego.

De hecho, resulta curioso que  nadie aún haya examinado el récord de votaciones de los candidatos que fueron senadores y diputados. En otros países se produce un escrutinio todavía más acucioso del pasado y con mayores consecuencias políticas para el presente. En algunos países se examina si se evadió impuestos, si se está al día con el pago de las imposiciones de su servicio doméstico o si se votó a favor o en contra de una determinada ley.

Examinar las "acciones" privadas y públicas que tienen consecuencias de carácter político no debiese ser motivo de alarma o desazón. Muy por el contrario, ello es parte del juego de quienes pretenden asumir posiciones de poder. Entonces, no debiésemos rasgar vestiduras si lo que se está haciendo es examinar y dar cuenta del comportamiento pasado de un candidato.

Ahora bien, existe una delgada línea entre observar la historia de los candidatos y desarrollar una estrategia de campaña negativa.  Es evidente que campañas exclusivamente centradas en la confrontación y que colocan su acento en los aspectos negativos del adversario no parecen ser las más exitosas.

Una campaña negativa puede ser contraproductiva cuando la crítica política se convierte en ataques personales que tienden a ahuyentar al votante indeciso. De ahí que es probable que una campaña centrada en las debilidades de los otros producirá el negativo efecto de reducir el interés ciudadano por participar de un espectáculo político que no atrae por sus proyectos, sino que por sus escándalos.

Por lo tanto, los candidatos deberán pensar muy bien qué aspectos desean destacar negativamente de sus adversarios. Más ataques y confrontación no necesariamente es sinónimo de mayor liderazgo y apoyo social. En algunos casos, más ataques es sinónimo de mayor abstención.