"¿Quién se va a acordar de Onetti dentro de 20 o 30 años?". Esa pregunta que se hacía el propio Juan Carlos Onetti llega ahora a su primer tiempo: hace 20 años, el 30 de mayo de 1994, murió en Madrid el escritor uruguayo. Una pregunta que ya antes de fallecer empezó a tener respuesta positiva y que ha aumentado en cascada en dos décadas. La penúltima respuesta llega en la voz de Dorothea Muhr, Dolly, la mujer con la que vivió desde los años 50. Ella volvió a Madrid estos días. Recuerda, no, evoca al escritor con ráfagas acerca de su vida, creando una especie de homenaje a uno de sus títulos más conocidos, Dejemos hablar al viento, añadiendo aquí, "sobre Onetti".
"¿Quién se va a acordar de Onetti dentro de 20 o 30 años?", cuenta Dolly que decía con frecuencia el autor de El pozo, El astillero, La vida breve o Juntacadáveres. Es la reflexión de esta mujer de 89 años, violinista, en el madrileño Centro de Arte Moderno, donde se han preparado varios homenajes. "Cómo no se van a acordar si era un adelantado a su tiempo. Y su tiempo es más este".
El año de Onetti en España anota el 20 de junio una conferencia de Hortensia Campanella, la editora de las Obras Completas del escritor en Galaxia Gutemberg-Círculo de Lectores. Además, se publicará el libro Con Onetti, escrito por Dolly, y habrá una exposición en la Casa de América el 10 de septiembre con el título Reencuentro con Onetti.
Vivir para escribir
Onetti frente al mundo, pero alejado del ruido de la vida. El murmullo entrando por su ventana en Madrid, a donde llegó en 1975, exiliado de la dictadura de su país y tras haber estado preso. Sus lectores no paran de crecer y los escritores no cesan de reivindicarlo y convertirlo en uno de los autores latinoamericanos más admirados por ellos. Empezando por Mario Vargas Llosa, que le dedicó un libro. Era anterior al boom latinoamericano junto a Borges o Rulfo, entró en él sin mucha alharaca, y siguió de largo. Jóvenes autores hablan de él. El Nobel sudafricano J. M. Coetzee ha pedido novelas suyas, cuenta Dolly.
El escritor, nacido en 1909, se adelantó tanto que le quedó tiempo para estar en casa, en cama, de la que un día no se quiso levantar más, con su whisky, con sus charlas. Existencialista, moderno, avanzado… Onetti no creía del todo lo que ocurría a su alrededor. "No porque no creyera que fuera bueno, sino porque no le interesaba ser una especie de servidor de la fama".
Lector de novela policial y amante de los animales, Onetti es autor de una obra melancólica y nocturna: "una metáfora del gran fracaso de América Latina", según Mario Vargas Llosa.
"Vivía para escribir", recuerda su esposa Dolly. "Su obra necesita el esfuerzo del lector, sus temas son duros e intensos, pero yo veo que los lectores crecen, sobre todo los jóvenes. Aunque Juan en el fondo es un humorista, y eso no lo entiende mucha gente".
En su regreso a Madrid, Dolly deja muchos recuerdos del escritor que fundó Santa María, esa ciudad fantasmal donde transcurren sus libros.
"El solo quería leer, quería escribir, quería estar en su hogar", dice. "No eligió ser así, un poco aislado y todo eso. Simplemente era así".
"Tal vez lo único que le alteró fue cuando le concedieron el (Premio) Cervantes en 1980. La noche anterior a recibirlo, del 22 al 23 de abril, ¡no durmió nada! Luego no asistió a la fiesta. Así es que me tocó ir a mí a poner la cara", relata.
"Se habla mucho de los autores que le gustaban o lo habían influido como Faulkner o Joyce o Proust... ¿Conrad? Pocos hablan de Conrad y le apasionaba", cuenta.
"Periodista fue su primer trabajo, en una agencia de noticias. Le gustaba informar de la Segunda Guerra desde Buenos Aires, porque era el primero que se enteraba de lo que sucedía. A veces hablaba de lo mucho que le había enseñado el periodismo: te enseña a contar, a ir al grano, de lo que en verdad interesa a la gente".
"Se ha hablado tanto de su existencialismo, su lado pesimista y esas cosas... La verdad es que le molestaba que se insistiera tanto en su parte de sombras. Creía, y yo también, que tenía un poco de todo. Encara la realidad".
"Y tenía un gran humor sin que fuera muy bien entendido", subraya. "Juan se rebelaba contra la decadencia. Le dolía envejecer", agrega.
"Tenía una gran capacidad para expresar y hacerle sentir al lector cosas que este aún no había vivido".
"Y la música. Era fanático de Gardel. Le encantaba la música clásica... Bach... Beethoven... Shostakóvich... ¡Todo eso después de Gardel, claro!".
"No releía sus obras. No leía críticas. Decía que, como el perro, no volvía sobre su vómito".
"Cada vez que lo leo me enternezco", agrega Dolly. "Y me río. Y comprendo".
"Madrid, gracias a los amigos, fue el lugar para refugiarse de la dictadura uruguaya que lo amargó tanto. Su habitación aquí era un trozo de Uruguay".
Y las ráfagas evocadoras de Dorothea Muhr siguen. La violinista habla, y a su alrededor parece acudir un pasaje de Dejemos hablar al viento, escrita en Madrid y con la cual Onetti cerró el ciclo de Santa María, donde hay poco espacio para el amor, todos están abatidos por los sueños y las realidades; menos una pareja de ancianos que venden cuerdas para violín sin haberse dejado de querer "mediante la ironía, la burla y la ineludible ternura".