El lunes 20 de agosto de 1973, el Comité Cuarenta del gobierno de Estados Unidos aprobó un apoyo adicional de un millón de dólares para los partidos de oposición y el movimiento de los gremios del transporte terrestre y el comercio, en huelga en ese momento. El Comité Cuarenta coordinaba, al máximo nivel, las actividades anticomunistas globales del gobierno, el Pentágono y la CIA. Lo presidía el asesor de Seguridad Nacional del Presidente Richard Nixon, Henry Kissinger.

La evidencia del volumen de la intervención desestabilizadora de la Casa Blanca en Chile fue objeto de especulaciones hasta 1975, cuando una comisión del Senado, encabezada por el demócrata Frank Church, inició las revelaciones con el informe Acción Encubierta en Chile 1963-1973. Por iniciativa del Presidente Bill Clinton, se inició una nueva desclasificación revelada en 1999. Esta se amplió en el 2000 con el Informe Hinchey sobre las actividades de la CIA. Los 25.000 documentos desclasificados en EE.UU. sobre Chile forman una montaña de más de 50.000 páginas, todavía incompleta, además de las grabaciones y las memorias de varios protagonistas. Este cúmulo de información refleja que Washington dio una atención desproporcionada a Chile en relación a su tamaño.

El punto más dramático de esa intervención se registró antes de la asunción del electo Presidente Salvador Allende, entre septiembre y noviembre de 1970. El Presidente Nixon enfureció al conocer el triunfo de Allende y lo tomó de forma personal: "¡Ese hijo de puta! ¡Ese bastardo!", exclamó, mientras golpeaba con el puño la palma de su mano el 15 de octubre de 1970, en la oficina oval de la Casa Blanca. Nixon, que había criticado de modo áspero a los Kennedy por permitir la consolidación de Fidel Castro en Cuba, creía que debía impedir la ratificación de Allende por el Congreso si más del 60% había votado por los otros candidatos. La percepción de Kissinger era peor, según su colega en el Consejo de Seguridad Nacional, Roger Morris: "No creo que nadie en el gobierno comprendiese cuán ideológico era Kissinger en la cuestión de Chile. (…) Ocurrían en ese momento hechos desastrosos en el mundo, pero sólo Chile asustaba a Henry".

Las instrucciones de Nixon a Kissinger y al jefe de la CIA, Richard Helms, fueron categóricas: un plan en 48 horas. Las notas de Helms registraron sus lineamientos:

- "Es una probabilidad de uno en 10, tal vez, pero ¡salven a Chile!".

- "Vale la pena gastar".

- "No nos preocupan los riesgos que implica".

- "US$ 10.000.000 disponibles, más si fuese necesario".

- "Los mejores hombres que tengamos".

- "Hacer aullar la economía".

Kissinger calificó después estos esfuerzos como "tardíos y confusos". Se intentó sobornar a parlamentarios para que votaran en el Congreso por Jorge Alessandri, de modo que éste renunciara y Eduardo Frei se presentara a nuevos comicios, convocando el voto anticomunista. Se alentó un golpe militar a través del proyecto Fubelt (Fu era la clave para Chile, belt significa cinturón), una idea que derivó en el intento de secuestro y asesinato del comandante en jefe del Ejército, el general René Schneider. Y se intentó intervenir, hasta último momento, en las Fuerzas Armadas chilenas, hasta que el propio Kissinger desalentó esas iniciativas.

El crimen de Schneider produjo el efecto inverso y el Partido Demócrata Cristiano, sometido a fuertes presiones centrífugas, reconoció finalmente la mayoría relativa de Allende tras imponerle un "estatuto de garantías constitucionales". Allende fue ungido Presidente en el Congreso sin los votos de la derecha. Washington reconoció su fracaso.

Pero, ¿por qué esta preocupación desorbitada de Estados Unidos? Las primeras razones parecieron económicas. El gobierno de la Unidad Popular expropió la ITT, la empresa monopólica de las telecomunicaciones que, además, había participado en las conspiraciones contra Allende, y en 1971 nacionalizó la gran industria del cobre -con la votación unánime del Congreso- sin compensación. La empresa más perjudicada, Kennecott, persiguió por todo el mundo los negocios cupríferos de Chile en los siguientes años. Pero, en lo formal, los programas oficiales de créditos e intercambios entre Estados Unidos y Chile se mantuvieron sin muchas variaciones.

De modo que los motivos económicos no eran los principales para la Casa Blanca. La razón principal era otra: la Unidad Popular incluía al Partido Comunista. Esto no se hizo evidente para el gobierno chileno sino hasta diciembre de 1972, cuando, durante la visita de Allende a la ONU, el embajador de EE.UU., George H. Bush, le sugirió explorar una negociación formal de alto nivel. Poco después, siete representantes del gobierno chileno y siete del Departamento de Estado se reunieron en Washington para debatir el problema de las compensaciones a las empresas expropiadas.

Según uno de los enviados chilenos, el diputado de la Izquierda Cristiana Luis Maira, "era una maniobra casi sin destino, como para no dejar gestión sin hacer". La visita del Presidente a la Unión Soviética había dejado en claro que no tendría ayuda de Moscú y las conversaciones con el Club de París en torno a la deuda externa avanzaban a tranco lento. En paralelo, Chile intentaba servir sus compromisos internos con emisión de moneda, lo que empezaba a lanzar la inflación a las nubes. Por lo tanto, la negociación con EE.UU. era, aunque fallase, indispensable.

La delegación chilena fue encabezada por el embajador Orlando Letelier. Después de dos días sin avances, en un descanso, el secretario de Estado William Rogers y Henry Kissinger invitaron a Letelier a una reunión privada de casi una hora. Rogers le dijo que Washington no cedería en dos puntos: el descuento a la rentabilidad excesiva de las empresas nacionalizadas, que conducía a no pagarles nada. El otro lo describió Kissinger:

-América Latina es una región de casi ninguna importancia… Chile no tiene ningún valor estratégico. Nosotros podemos recibir cobre de Perú, Zambia, Canadá. Ustedes no tienen nada que sea decisivo. Pero si hacen ese proyecto de camino al socialismo del que habla Allende, vamos a tener problemas serios en Francia e Italia, donde hay socialistas y comunistas divididos, que con este ejemplo podrían unirse. Y eso afecta sustancialmente el interés de Estados Unidos. No vamos a permitir que tengan éxito. Cuenten con eso.

Era el segundo aviso que Allende recibía en este sentido. El primero le había llegado cuando era Presidente electo y aún no lo ungía el Congreso. El diplomático Armando Uribe le había contado al canciller de Frei, Gabriel Valdés, y también a Allende de un dato que le entregó el periodista Irving Stone: que en una reunión en Chicago con editores del Chicago Tribune, The Washington Post y The New York Times, Kissinger les había explicado que el problema con Chile era no sólo el influjo en América Latina, sino el antecedente que su elección significaba para la izquierda en Francia e Italia. El PC era el problema final, aunque fuese el más moderado de la coalición y a pesar de que la URSS de Leonid Brezhnev estuviese, no en su período más agresivo dentro del Tercer Mundo, sino en la detente, con diálogo en medio de las tensiones. El ojo del águila norteamericano estaba en muchas latitudes.

Para agosto de 1973, ya parecía que la entrega del millón de dólares a la oposición chilena sería la última. Las precisas informaciones de la CIA así lo sugerían. El 7 de septiembre, su estación local avisaba de una acción conjunta de las tres Fuerzas Armadas. El 9, el agente encubierto Jack Devine precisó: "Tendrá lugar el 11".