Durante más de 15 años, Adolfo Couve (1940-1998) no pudo dejar de escribir sobre huérfanos. Niños abandonados que van y vienen buscando madres y padres. El pintor, que devino en escritor, publicó entre 1973 y 1989 cuatro novelas en torno al tema. Cuatro pequeñas novelas, corregidas hasta el cansancio, que hoy se conocen como El cuarteto de infancia. No volvió al tema, pero de la tercera de la serie surgió su obsesión final: en La lección de pintura (1979) Couve cruzó sus preocupaciones estéticas sobre literatura y pintura. Al final de su vida, llevó esa tensión hasta más allá de su adorado realismo en La comedia del arte (1995) y en la póstuma Cuando pienso en mi falta de cabeza (2000). No era otra que su historia.

A 14 años de su muerte, es precisamente esa novela del 79 la que trae de vuelta a Couve: el primero de marzo se estrena comercialmente La lección de pintura, la película de Pablo Perelman basada en el libro. Paralelamente, Editorial Tajamar acaba de ganar un fondo del Consejo del Libro -de $ 10 millones- para publicar sus obras completas: será un volumen de tapas duras y alrededor de 700 páginas que recogerá sus 10 novelas, además del volumen Escritos sobre arte (UDP, 2005).

El libro vendrá a llenar un pesado vacío: mientras el legado plástico de Couve crece en boca de sus centenares de alumnos, sus libros han desaparecido de las librerías. Su Narrativa completa, publicada en 2003 por Seix Barral, no se volvió a reeditar. El eco del más atemporal naturalista de la literatura chilena contemporánea ya apenas se oye.

Cómo escribir

Pintor antes que escritor, Couve terminó sus días recluido en una casona de Cartagena. Se aisló del mundo en el balneario, donde el 11 de marzo de 1998 se ahorcó tras una aguda depresión. Siempre fue un bicho raro: a las ambiciones modernas y hasta experimentales de sus contemporáneos, como Antonio Skármeta y Mauricio Wacquez, Couve contrapuso un estricto naturalismo que sintetizaba en novelas que casi nunca pasaban las 100 páginas.

De Alamiro (1965), su primer libro, una novela fragmentaria y descriptiva, Couve terminó su obra traicionando las leyes del realismo en Cuando pienso en mi falta de cabeza, la historia de un pintor que busca su cabeza. En tres décadas, en las que dejó y volvió de la pintura, Couve sistemáticamente buscó un lugar cómodo en la escritura que nunca encontró: quemó dos primeras versiones de su último libro. No dejó borradores. Iba tras la perfección a secas.

Como anotó el novelista argentino César Aira: "El encanto tenaz de lo escrito por Couve está en su condición de marginal a la literatura "profesional": es la obra de un amateur dotado, de un pintor al que entre cuadro y cuadro se le ocurrían historias. Se diría que todo es experimentación con una materia ajena. Ejercicios, en los que se obstinó un hombre que no pretendía ser escritor, y por eso mismo seguía preguntándose: ¿Cómo escribir?".

Algunos creen que Couve logró su mejor obra en La lección de pintura, la historia de un niño en Llay-Llay que se revela como un genio de la pintura. Es la historia que trae de vuelta a Perelman al cine tras 20 años: el director de Imagen latente y Archipiélago llega a las salas con una producción que incluye apoyos de España, México y Chile. Protagonizada por el actor mexicano Daniel Giménez (La mala educación) como el descubridor del niño, la cinta ya ha participado en festivales de cine de Guadalajara y Río Grande.