Es 1945 y mientras en Hiroshima se precipita una bomba nuclear que extingue miles de vidas, dos mujeres en Londres dan a luz por primera vez. Ginger y Rosa, las recién nacidas, forjan desde ese momento un lazo inseparable: se vuelven mejores amigas. Pero ambas saben que en la profundidad de sus conciencias persiste un horrible recuerdo que tiende a distanciarlas.

Así comienza Ginger y Rosa, el más reciente largometraje de la directora inglesa Sally Potter (63), que se estrena este jueves en Chile. El filme sigue a dos jóvenes londinenses nacidas el mismo día, que vivirán marcadas por el contexto de la Guerra Fría. Por un lado está Ginger (Elle Fanning, Super 8), una muchacha obsesionada con la idea de un eventual nuevo bombardeo atómico, y por otro, Rosa (Alice Englert, Hermosas criaturas), una joven de espíritu liberal y actitud ingobernable.

Hastiadas del control familiar y el exceso de reglas, ambas intentarán evadir a su manera el entorno hostil que las rodea. Ginger encuentra una puerta de escape en el activismo pacifista incentivado por su padre (Alessandro Nivola), un bohemio librepensador. Y Rosa, por su parte, se siente cautivada por el encanto y desenfado de este último. Un hecho que acabará escindiendo el estrecho vínculo que las ha mantenido unidas.

"Creo que la idea de la bomba sigue aquí, creciendo alrededor del mundo. Es como si la gente se hubiera acostumbrado, pero continúa siendo una real amenaza para la humanidad. Y es esta preocupación de los jóvenes la que ha despertado el interés sobre peligros reales, como el calentamiento global y el cambio climático", explica la directora a La Tercera, sobre las motivaciones que inspiraron el largometraje.

Sally Potter recuerda con claridad que a los 12 años estuvo presente en las marchas callejeras en Londres, que buscaban poner fin al conflicto de los misiles en Cuba. Cuatro años después, decidió abandonar la escuela para dedicarse al cine. Se unió entonces a la Cooperativa de Cineastas de Londres, donde realizó una serie de cortometrajes y películas de corte experimental.

Tras incursionar, paralelamente, en el teatro y la danza, alcanzó la fama en 1992, con Orlando, una celebrada adaptación cinematográfica que hizo de la novela homónima de Virginia Woolf, protagonizada por Tilda Swinton y por la que recibió el Premio de la Audiencia en Venecia ese mismo año, además de dos nominaciones al Oscar.

En las dos últimas décadas, el cine de Sally Potter ha oscilado entre la reflexión estética (La lección de tango) al cine histórico (Las lágrimas de un hombre). Pero siempre cuidando sus raíces vanguardistas, como lo hizo en Rage, una especie de monólogo colectivo que la tuvo compitiendo en la Berlinale el 2009 y que se anotó como la primera película estrenada en celulares.

Ginger y Rosa es su séptimo filme y ha sido catalogado por la crítica como su película más cercana y narrativamente convencional.

"Cuando hago una película tengo la ilusión de que sea completamente diferente y que no tenga ninguna relación con mis trabajos anteriores, porque básicamente, se siente como entrar a un nuevo mundo. Creo que esta es una ficción con una clara estructura dramática y he utilizado algunos de mis recuerdos e invenciones para hacerla lo más transparente posible", detalla.

Según Ud., la juventud de antes tenía pocos espacios para hablar sobre los grandes temas. ¿Cómo aprecia que ocurre eso hoy?

Ha cambiado con las redes sociales. Toda la gente joven que conozco maneja mucha información, conocimiento y mucho idealismo. Sin embargo, tiene diferentes luchas a las que yo tenía décadas atrás. Y eso se debe a que lo material tiene tomado por el mango al mundo. Cuando yo estaba creciendo, estábamos mucho más preparados para ser pobres. Nosotros teníamos poco de lo material, pero teníamos grandes ideas. Aquella es la diferencia básica que hay con la juventud de hoy.