Tal como el Titanic, el Vasa -un barco de guerra construido por el rey Gustavo Adolfo II de Suecia- naufragó en su viaje inaugural, el 10 de agosto de 1628, en el puerto de Estocolmo.
En 1961, tras un impresionante proyecto de rescate, el barco fue sacado de su sarcófago marítimo, refaccionado y expuesto en un museo creado en su honor en la isla de Djurgården.
Esa iniciativa es la que quiere replicar en Chile un grupo de expertos con la Esmeralda. Fernando Landeta, ingeniero naval y buzo hace 20 años, es uno de los partidarios de su rescate del fondo marino. Una opción que para él cobra más sentido que nunca tras participar en el documental Expedición Esmeralda, que se exhibirá este martes en TVN (23.10 horas).
El documental muestra la expedición más completa que se haya hecho al navío, incluyendo una docena de buzos, tres robots submarinos y ocho toneladas de equipamiento de estudio geofísico y sonares.
Hijo de un ex ingeniero naval y buzo de la Marina, Landeta conoce la historia del buque desde pequeño, cuando su padre se sumergía a revisar la Esmeralda.
En esta expedición pudo comprobar el estado de la corbeta, que permanece a 40 metros de profundidad, afectada por el deterioro natural y el saqueo. De los 12 cañones originales, sólo queda uno y, según constata el documental, ha habido intentos por sacarle el timón. Por ello, el grupo de expertos está pidiendo sacarla del fondo de mar.
"Técnicamente el rescate es factible. Requiere mucho dinero, pero se puede hacer. El problema es más de voluntad. Hay mucha gente que piensa que el barco debiera quedar donde está, pero creo que es bueno abrir el debate", indica Landeta.
Para el historiador naval Carlos Tromben, es buena idea mantener los restos del buque en tierra, pero por la experiencia de otros países en que se han rescatado restos de naufragios (como el mismo Vasa o el Mary Rose inglés), "no hay que dejarse llevar por el entusiasmo sin contar con los medios necesarios, porque no se puede improvisar, sacarlo y dejarlo en un muelle", dice.
La experiencia sueca
Magnus Oluffsen, jefe de la conservación del Vasa en el Museo Marítimo Nacional de Suecia, cuenta en el documental cómo han logrado mantener en tierra ese barco y el valor que ello tiene. "Dado que un barco hundido representa un momento congelado en la historia puede dar mucha información sobre el pasado. Mucho más que una casa del mismo tiempo, reconstruida y restaurada. Le da a la gente la oportunidad de verlo y tomar parte de esa herencia cultural hundida", dice a La Tercera.
El Vasa estaba a cerca de 32 metros de profundidad en el mar Báltico. No fue fácil levantar las 100 toneladas de roble de la estructura (tardaron un año y medio), y los expertos tuvieron que lidiar con la oposición de grupos que preferían que el barco quedara hundido ante el gran costo que significaba conservarlo. Sin embargo, según Oluffsen, la inversión se recupera y multiplica, al punto que el museo del Vasa, por ejemplo, se sostiene no sólo así mismo, sino que a otros dos museos marítimos.
El costo de reflotar la Esmeralda dependerá de factores como la profundidad, el tamaño de la embarcación, su estado de descomposición y el método de conservación, entre otros.
Una vez rescatado, el desafío es conservarlo, pues después de años sometido a la acidez del océano, la madera se deteriora. En el caso del Vasa, hoy es conservado con polietileno glicol (PEG), un producto ceroso soluble en agua que penetra lentamente en la madera y reemplaza al agua. Pero el equipo que lo conserva está en constante búsqueda de mejores químicos para que nada dañe esta pieza única.
Para Landeta, si la Esmeralda no se lleva a tierra, su futuro será la destrucción. "El barco se va a descomponer, no sé en cuántos años, pero en el corto plazo", dice.
El océano Pacífico degrada la madera más rápido, dado que contiene Teredo navalis, un molusco que carcome la madera y que puede acelerar el proceso.
Sin embargo, reflotar un barco hundido lo expone al peligro de que el oxígeno en el aire comience nuevos procesos químicos en la madera. "Hay un riesgo de que el barco se degrade más rápido en tierra que en el agua. Es importante tener conservadores capaces y científicos para la preservación en el proyecto desde el comienzo, y darse cuenta de que la conservación tomará mucho tiempo y costará mucho dinero", dice Oluffsen.