En 1990, Foster W. Cline y Jim Fay acuñaron el término "padres helicópteros". Designaban así a la actual generación paterna, sobreprotectora, que sobrevuela sobre sus hijos atentos a cualquier percance. Fueron los primeros en ponerles rodilleras y cascos a los niños para andar en bicicleta e hicieron debutar las sillas de autos. Pero pese a esa sobreprotección, se muestran poco propositivos a la hora de relacionarse con sus hijos. Prestan más atención a sus teléfonos que a sus niños.

Anthony DeBenedet y Larry Cohen se cansaron de esa pasividad y a cambio proponen un estilo de crianza algo más zarandeado. En su reciente libro, El arte de los juegos bruscos: el viejo estilo de estos juegos y por qué los niños los necesitan, proponen a los padres realizar con sus hijos un centenar de movimientos fácilmente ejecutables para sacar a los niños del sedentarismo y estrechar relaciones familiares. Algunos de los movimientos propuestos son, por ejemplo, "calcetines fuera", una lucha sobre un ring imaginario (la alfombra o la cama) donde quien logra sacarle los calcetines al otro gana.

También sugieren el retorno de un clásico: la lucha de almohadas, o proponen otro al que llamaron "Futaleufú", en honor al río chileno donde se practica rafting, en el que ambos se lanzan por las escaleras de la casa a bordo de un colchón o una alfombra. "Los niños se desarrollan mejor cuando ocupan su mente y su cuerpo al máximo. Con estos juegos reciben los beneficios de la actividad física y el cariño de sus padres", dice a La Tercera Larry Cohen.

"¿Si se golpean? Moretones y rasmillones son normales en la infancia", desdramatizan. A cambio de un hematoma, la relación padre e hijo se fortalece y los niños ganan una serie de habilidades para su vida, algunas de las cuales serán cruciales cuando sean adultos. "Los niños aprecian que sus padres cuelguen el teléfono, dejen el trabajo y jueguen con ellos", asegura Cohen.

Aquí, las ocho ventajas de zamarrear un poco la relación.

1 Más inteligentes

Cuando un niño pelea a las almohadas con su padre, ve reacciones nuevas y desconocidas en él, que le ayudan a recrear el mundo que le tocará enfrentar. "La verdadera inteligencia no es la memorización de datos, sino la forma creativa para adaptarse a nuevas situaciones. Por eso que todos los mamíferos juegan, porque sus padres no les pueden enseñar la forma de responder en todas las situaciones posibles", dice Cohen.

Durante este proceso de aprendizaje, el niño activa zonas de su cerebro a través de las que se construye la inteligencia. De hecho, un estudio de Harvard demostró que este tipo de juegos hace que se libere una proteína que mejora el desarrollo cerebral en la corteza y el hipocampo, responsables de la memoria, el aprendizaje, el lenguaje y la lógica.

2 Mejora socialización

El libro asegura que desde el punto de vista de la socialización, estas actividades generan al menos tres beneficios. Primero, la actividad física permite desarrollar amistades, pues les ayuda a ser más espontáneos, característica fundamental para hacer amigos. Los hace capaces de distinguir las actitudes del resto, entregándoles habilidades sociales y otorgándoles más posibilidades de ser líderes y resolver conflictos.

También, dicen Cohen y DeBenedet, estas dinámicas los instruye a seguir determinadas reglas que les permitirán seguir jugando. Entenderán así que en el mundo adulto no existen los hijos únicos, con privilegios.

Y, por último, estos juegos les enseñan conceptos de liderazgo y negociación, necesarios para la vida profesional y las relaciones duraderas.

3 Más empáticos

Los autores explican que cuando un padre lucha con su hijo por quitarle el calcetín, claramente deberá controlar su fuerza para no hacerle daño al niño. De este modo, el menor aprende que cuando crezca y sea más fuerte, también deberá controlar su propia fuerza para no dañar a otros más débiles. Este proceso es llamado en el libro como "colocación de obstáculos", y es crucial, según los autores, para enseñar a los niños a ser empáticos.

4 Inteligencia emocional

Según el libro, estos juegos permiten que los niños aprendan a leer las emociones del resto y saber cuándo una persona se dirige a ellos de manera agresiva o lúdica. "Al desarrollar la inteligencia emocional los niños aprenden a expresar sus emociones, a interpretar las ajenas y a gestionar las propias para no abrumarse con ellas", dice Cohen. Así, controlan sus propias emociones y responden de manera acorde a los distintos estímulos externos, siendo más seguros de sí mismos.

5 Buena forma física

Si bien es lógico, no deja de ser cierto. El libro detalla que en etapas tempranas de desarrollo (entre uno y cinco años) estas actividades no son tan sencillas. Son un proceso complejo de aprendizaje que implica coordinación, concentración, autocontrol, capacidad cardiovascular y flexibilidad. De paso, también ayuda a mejorar el estado físico de los padres.

6 Más felices

Los autores dicen que evolutivamente, los humanos están diseñados para participar de actividades físicas, por lo que el cuerpo y la mente están más plenos cuando entran en esta dinámica.

Reafirmando esta teoría, un estudio de la U. de West Virginia (EE.UU.) mostró que los niños que hacen ejercicio regularmente están más felices y satisfechos con su vida que los que no lo hacen.

7 Desarrollan autocontrol

Niños con mayor autocontrol y menor ansiedad se transforman en adultos que repiten estas actitudes. "Durante estos juegos, los niños están cada vez más activos y excitados, pero después se deben calmar. Esto les ayuda a aprender a regular sus emociones", dice Cohen.

Un estudio de la U. de Minnesota (EE.UU.) demostró que el comportamiento de los niños en la zona de juegos es el mejor predictor de sus logros en los primeros años de su educación escolar, más que otro tipo de mediciones en la etapa preescolar.

8 Relación padre-hijo

Como hablar de "juegos bruscos" genera escozor en muchos padres, los autores aclaran que ellos no proponen juegos violentos, sino que de contacto físico y que mezclen una cuota de adrenalina y diversión. Una mezcla, a su juicio, muy saludable y que permite estrechar la relación entre los padres y sus hijos, ya que ayudan a desarrollar confianzas entre ambos. "Cuando un padre lanza a su hijo al aire y luego lo sujeta, el niño aprende a confiar en su padre, lo que lo lleva a sentir que el mundo es un lugar seguro para él", concluye Cohen.