Vírgenes sufrientes mirando a lo alto del cielo, rodeadas de un coro de ángeles. Santos alados ungiendo a enfermos y una fila de sacerdotes detrás. Hasta inicios del siglo XIX, la pintura chilena se enmarcaba estrictamente en lo religioso: una tradición que se encerraba y multiplicaba en los conventos e iglesias, pero que en nada reflejaba la vida común y corriente de la época.
La llegada del peruano José Gil de Castro en 1814 cambió el rumbo del arte local, pintando los primeros retratos de personas y no de santos, marcando así la transición de la Colonia a la República.
"Con Gil de Castro empezamos a encontrar firmas en la pintura. Hay un quiebre y existe la necesidad de ponerle cara a los héroes de la Independencia. Gil de Castro accede a los círculos del poder y la elite", indica el curador Rolando Báez, quien justamente eligió dos obras del peruano para empezar el recorrido de la muestra 198 años de pintura en Chile, que se exhibe hasta el 14 de octubre en Casas de Lo Matta.
La exposición que reúne 65 obras de la Pinacoteca de Concepción, una de las colecciones más importantes y numerosas de pintura chilena, muestra no sólo los distintos temas que interesaron a los artistas de cada época, sino el rol que ellos mismos jugaron como constructores del imaginario nacional. "La fotografía no existía, así que son ellos quienes registran el paso de la historia. Pensamos en la fundación de Santiago y de inmediato nos recordamos del cuadro de Pedro Lira, eso no es casual", dice Báez, quien trabajó en la selección con Sandra Santander, curadora de la pinacoteca.
Los retratos de las figuras de la alta sociedad plasmados por Gil de Castro dan paso a otros pintores extranjeros, como el alemán Mauricio Rugendas y el francés Raymond Monvoison, quienes renovaron la temática del arte local: "Rugendas encarnó el ideal romántico europeo, es el paisajista. Y aunque Monvoison no fue un gran pintor, logró establecer el primer mercado de arte, todos querían retratarse con él", explica.
Recién en 1849 se forma una Academia de Bellas Artes, liderada por el italiano Alejandro Cicarelli. En la muestra destacan El hijo pródigo, de Valenzuela Puelma, y La niña del gato, de Pedro Lira, quienes junto a Alfredo Valenzuela Llanos y Juan Francisco González conforman el llamado grupo de los maestros de la pintura local. "El arte chileno y de toda Latinoamérica estuvo desfasado con respecto a Europa, pero siempre interesado por qué pasaba ahí", sostiene el curador.
La bohemia Generación del 13 rompió con ese esquema: artistas de origen obrero o campesino, como Arturo Gordon, Pedro Luna y Ezequiel Plaza, pintan escenas criollas y fiestas populares, dándole por fin una mirada local a la pintura. Terminaron mal: murieron jóvenes y en la miseria.
La muestra, que se complementa con notas de prensa y una línea de tiempo con el contexto social y político en que fueron realizadas las piezas, termina con un puñado de obras de mediados del siglo XX, de artistas como José Balmes, Gracia Barrios y Valentina Cruz, quienes le devolvieron al arte su dimensión política.