Rebelde, culta y hermosa, a fines de los años 20, Maruja Vargas se convirtió en un ícono del arte nacional. Casada en 1923 con Camilo Mori, viajaron a París, donde formaron parte del grupo Montparnasse: ella como musa y él como pintor. Juntos renovaron, con otros artistas, el medio cultural local. Fallecida en 2005, en Valparaíso, a los 104 años, Maruja fue retratada varias veces por pintores y fotógrafos, como Julio Ortiz de Zárate, Antonio Quintana y Jorge Opazo. Sin embargo, la imagen que la inmortalizaría para siempre fue la que pintó su esposo en la obra La viajera, premiada en el Salón Oficial de 1928.

Más de 80 años después, Maruja vuelve a ser protagonista en la muestra Retrato(s) de colección, que inaugura hoy el Museo de Bellas Artes. Se trata de una selección de 15 pinturas que resumen un siglo de historia del retrato en Chile y en la que ella estará presente en dos óleos: el ya citado, La viajera, de Mori, y en un retrato del pintor Pablo Vidor nunca antes exhibido.

La muestra, parte del programa que celebra el centenario del Bellas Artes, arranca cronológicamente con una pintura de 1821 del peruano José Gil de Castro a Bernardo O'Higgins. "En un principio, el retrato tuvo como objetivo enaltecer a la persona, no cualquiera era pintado. Luego adquirió un matiz más sicológico y rescató a personajes anónimos", explica Ramón Castillo, curador de la exposición.

Antirretratos y marginados

Entre los retratos a figuras ilustres, como el del escultor José Miguel Blanco, de Alfredo Valenzuela Puelma, o de la socialité Carmen Alcalde Velasco, de Cazzote de Monvoisin (a quien se le hicieron más de 600 retratos), sobresale la primera tensión del recorrido: Carta de amor (1885), de Pedro Lira, constituye para Ramón Castillo un ejemplo de "antirretrato": "En la escena, la mujer de espaldas esconde una carta justo en el momento en que alguien abre la puerta. El misterio está en el contenido del papel y para nosotros en la cara de la protagonista". Otro punto destacado es el paralelo que hay entre el cuadro El Boxeador (1923), de Mori, y la foto de la serie Boxeadores (1996), de Paz Errázuriz: con 70 años de diferencia, los artistas retratan una misma temática. Y también se contrapone el realismo de Claudio Bravo con una litografía de 1982 y la abstracción de Roser Bru en un homenaje a Gabriela Mistral.

La exposición contempla una sección dedicada a retratos mapuches, que se inaugurará el 20 de julio. "En la colección del museo sólo hay dos obras que plasman nuestra identidad indígena: El jugador de chueca (1880), de Nicanor Plaza, y Madre araucana (1896), de Virginio Arias. El problema es que se trata de idealizaciones que no tienen nada que ver con la fisonomía de este pueblo", dice Castillo. Al lado de la esculturas, se expondrán 11 fotos de fines del siglo XIX, curadas por las investigadoras Margarita Alvarado y Carla Möller, pertenecientes a fotógrafos como Enrique Valck y Gustavo Milet. "Lo interesante es oponer esas esculturas románticas de los mapuches con estas reales y de tipo etnográfico, aunque en muchos casos tampoco se preocuparon de la individualidad del sujeto, sino de representar a todo el pueblo", dice Alvarado.