ES SIEMPRE un riesgo que quienes nos gobiernan proyecten las confusiones no procesadas de su generación. Uno lee la entrevista a Nicolás Eyzaguirre que tanto ha dado que hablar y se nos devuelven tiempos supuestamente superados. “Estábamos en una vorágine de reformas que no íbamos a ser capaces ni de diseñar ni de tramitar sin excesivos conflictos… No tuve la conciencia de cómo las cosas se estaban crispando… Era imposible hacer las cosas bien a ese ritmo”. A primera vista, impecable el mea culpa, pero ¿por qué tuvimos que llegar a esta penúltima hora del sinceramiento ulterior si, luego, se dice que era evidente, y claro que era evidente que no se la podían, y se les dijo, no una sino repetidas veces? Pero, no. A la soberbia de entonces se la trata, ahora, de corregir con la disculpa fácil cuando el daño está hecho y es irreversible, y por tanto, ¿de qué sirve? Si vamos a ser realistas seámoslo siempre, no cuando no queda más remedio que arrepentirse. “Un instinto mío me decía: suspendamos”. ¿De veras o pretexto táctico lo suyo?
A la izquierda histórica que pertenece Eyzaguirre y otros progresistas como él les venimos escuchando una seguidilla de “intuiciones” a medio camino confesadas ex post facto, “aggiornamientos”, “renovaciones”, “refundaciones”, “dialécticas de derrotas”, y reconocimientos de leches derramadas, con las que vuelven a pretender que sigamos confiando en su buena fe y voluntad “a pesar de”: eso lo que siempre aspiran a salvar de los naufragios a los que porfiadamente son proclives. Dejan la tendalada y, luego, se retractan. ¿Son serios o unos simples confusos? El viejo Marx lo decía: la primera vez el desaguisado se produce como tragedia, la segunda como comedia. La tercera -agreguémosle- ¿cómo chiste repetido?
La generación de Eyzaguirre y gente de su tipo, el pupilaje actual con quienes han forjado alianzas, se caracteriza por ser contracultural, rebelde, o contracorriente -así, en su momento, fue su debut-, ¿por qué, entonces, les dio por querer hacerse del poder? ¿No será que no tienen dedos para el piano cuando lo ejercen? Se les suponía, desde luego, muy principistas; sin embargo, qué de concesiones se han visto obligados a hacer. Ya, en 1970, Hannah Arendt lo consignaba: oprimidos no eran, a lo sumo “no podían soportar que otros lo estuvieran”. “Precisamente lo que más les gustaría ser a los estudiantes de izquierda -revolucionarios- es justamente lo que no son. No están organizados como revolucionarios; no tienen atisbo de lo que el poder significa… La esterilidad teórica y la estolidez analítica de este movimiento son tan sorprendentes y deprimentes como grata es su alegría en la acción… Al margen de gritar slogans no pueden organizar nada.” Además, les embarga una curiosa desesperación, “como si sus adherentes ya supieran que serán aplastados. Como si se dijeran a sí mismos: al menos queremos haber provocado nuestra derrota”.
En junio 2014, Eyzaguirre proclamaba: “La mercantilización de la educación se terminó”. ¡Qué ingenuidad!
Alfredo Jocelyn-Holt
Historiador