Esta nota podría tener como sound-track un solo sonido: el del viento enredado en la nada, como en una película del Lejano Oeste. Pero en esa nada aparece la imagen de Claudia López (41) comiendo pan con palta.

El reloj marca las 8.30 de la mañana y Claudia toma desayuno. Muy cerca, tres cóndores enormes sobrevuelan el terreno, como si fueran aviones Cessna. Esa es la imagen que ella ve cuando decide subir a Farellones en verano: la postal imponente de los cerros El Plomo y Falsa Parva aparecen en el cuadro. Las canchas de esquí ya no están blancas, sino pintadas de verde oscuro.

Según datos de la Municipalidad de Lo Barnechea, durante la temporada de invierno suben alrededor de 73.000 vehículos a los centros de esquí santiaguinos. Pero en verano, también pasa algo en la montaña: son al menos 1.500 autos los que suben a buscar tranquilidad. En este escenario, hay quienes cambian los esquís por bicicletas, y la nieve, simplemente por el pasto. Turistas que viajan sólo para ver la cordillera cuando muchos santiaguinos prefieren tenderse frente al mar, de guata al sol. Sin embargo, estos lugares parecen una seguidilla de pueblos fantasmas. Sólo quedan en ellos sus habitantes: 191 en La Parva, 97 en El Colorado y 175 en Farellones.

Diecisiete mil 246,51 kilómetros es la distancia entre Santiago y Tokio. Es más o menos lo que recorren los japoneses que vienen sólo en diciembre a ver un espectáculo del que muchos santiaguinos no tienen idea: el florecimiento de la viola, una planta que crece sólo en la alta montaña y que cada año suma tours especiales de asiáticos. "Florecen entre diciembre y marzo y, generalmente, los japoneses vienen en diciembre, siempre acompañados de un botánico. Con él recorren el Valle del Aconcagua, Portillo, Farellones y El Colorado, que es donde florecen las violas. Es súper apetecido este programa", cuenta Rodrigo Streitt, gerente de marketing de Turavión, una de las agencias que trabaja con la cordillera.

Claudia está acostumbrada a ver justamente este paisaje que asombra a los asiáticos. Hace 17 años su esposo francés, Olivier Calvez, construyó una casa en Farellones (al lado de una pista de esquí), donde vivieron hasta el año pasado. Por la lejanía de los colegios y debido a su trabajo como profesora en uno de Vitacura, decidió bajar e instalarse en el kilómetro 5 de esta localidad. Sin embargo, en verano sube a su antigua vivienda para vacacionar.

A ella le basta con la cordillera. Instala una piscina plástica sobre la pequeña loma en la que está montada su casa y su hija más chica, Armelle Calvez, se baña en ella. Pese a que no hay ni montañas rusas ni grandes juegos, sus hijas se entretienen con la naturaleza. "La más grande quiere subir El Plomo, esas son las entretenciones", cuenta.

Una de las atracciones para quienes van por pocos días es hacer bicicleta. El centro de esquí La Parva implementó para este verano un campamento para los fines de semana y una de las atracciones máximas es el uso que se da a los andariveles. Si en invierno sirven para lanzar a los esquiadores a las canchas colmadas de nieve, este verano serán utilizados por andinistas y ciclistas. Los últimos suben con bicicletas y pueden bajar en distintas paradas para rodar cerro abajo en lo que los especialistas llaman downhill.

Son paisajes subutilizados. Lo mismo que los hoteles y recintos del lugar. La mayoría de los refugios permanecen cerrados y los que abren sus puertas reciben sólo a turistas que suben por el día a almorzar. "Si en invierno tenemos sobredemanda, en este tiempo se usa el 3% de las habitaciones", cuenta Constanza Casanova, gerenta de ventas del Hotel La Posada de Farellones.

"No saben lo que se pierden", dice Eliana Rojas (63), enfermera. Vive en Lo Barnechea y compró un refugio en La Parva hace 10 años, sólo por el amor a la montaña. En invierno lo ocupa muy poco. Pero en verano, invita a sus amigos, y aunque tiene sólo un dormitorio, hay cuatro camas.

En este departamento se queda Eliana por varios días cuando tiene vacaciones o también los fines de semana. Es una parada obligada antes de subir algún cerro.

"Muchos no saben que pueden venir a caminar y ver glaciares colgantes. O simplemente, respirar otro aire", dice Eliana.