EL MIERCOLES se puso término a la restricción vehicular 2011 en la Región Metropolitana, medida anual que afecta a automóviles que no tienen convertidor catalítico y que se viene aplicando en la capital desde hace décadas. Desde que se implementó por primera vez como parte de un programa más amplio para descontaminar Santiago, las autoridades han justificado esta decisión argumentando que tiene como objetivo mejorar los índices de calidad del aire durante cada invierno. Sin embargo, en años recientes han ido en aumento los cuestionamientos a la eficacia y alcance de dicha política, principalmente por su escasa incidencia en la reducción de contaminantes en suspensión. Así, en la actualidad los vehículos que están afectos a la restricción por no tener convertidor catalítico representan menos del 10% (110 mil autos) del total del parque automotriz existente en la ciudad, en gran medida debido a la acelerada renovación del mismo en los últimos años. De este porcentaje, la restricción sólo rige para el 25% diariamente.
A la luz de estos antecedentes, se justifica replantear seriamente la mantención de la restricción vehicular. Sería conveniente que las autoridades, que no han presentado evidencia del impacto de la restricción en la contaminación de Santiago, se hagan cargo de las críticas y evalúen su pertinencia. De hecho, el anterior intendente anunció en abril, cuando empezó a aplicarse la restricción, que así se haría una vez finalizado el período correspondiente a este año. También debiera reconsiderarse que la restricción se aplique a los autos que cuentan con convertidor catalítico, como ocurre cuando se decreta preemergencia ambiental en la Región Metropolitana. Esto, porque este tipo de episodios críticos ha disminuido de forma importante los últimos años, salvo en 2011, cuando se ha decretado hasta la fecha en siete oportunidades (más del doble que en los dos años anteriores), un incremento que se explicaría por las particulares condiciones climáticas de este invierno, marcado por la falta de lluvias y escasa ventilación, y no por el mayor aporte de emisiones provenientes de las fuentes contaminantes.  
En las últimas dos décadas ha tenido lugar una notoria disminución de los niveles de polución atmosférica en la capital. De hecho, de acuerdo a cifras recientes entregadas por el gobierno, Santiago ya no es la ciudad más contaminada de Chile, siendo superada por urbes del sur, como Temuco y Osorno, las que fueron recientemente declaradas zonas saturadas. De ello puede inferirse que el plan de descontaminación santiaguino ha tenido un impacto positivo, lo que, al mismo tiempo, impone el desafío de ir adecuando las políticas ambientales a la cambiante realidad de la capital, por ejemplo, replanteando la utilidad de medidas que han demostrado poca eficacia, como la restricción vehicular. En ocasiones, da la impresión de que la restricción cumple un objetivo más bien comunicacional, pues permite mostrar una respuesta rápida de las autoridades ante alzas repentinas en los niveles de contaminación del aire.   
Los especialistas coinciden en que actualmente convendría considerar otras políticas para disminuir la contaminación que generan los vehículos, que si bien pueden resultar más costosas, serían más eficaces que la restricción. Entre ellas se menciona la tarificación vial (aplicable sólo en ciertas zonas de la ciudad y que, además, ayudaría a enfrentar la congestión vehicular que afecta a la misma) o impulsar tecnologías menos contaminantes, como el gas. El Ejecutivo debe liderar la discusión en esta materia.