Es la primera retrospectiva dedicada a un artista vivo en la nueva sede del Museo Whitney de Nueva York, emplazada al final del turístico High Line, junto al río Hudson. Enormes murales geométricos, fluorescentes y de formas curvas, e híbridos entre pintura y escultura de aluminio y acero saltan de las paredes que recorren la trayectoria de Frank Stella, quien en mayo cumplirá 80 años.
El artista desarrollo una larga y prolífica carrera, en la que se mantuvo siempre fiel a sus convicciones políticas y sociales. Gracias a la gestión de la crítica de arte Dore Ashton, donó obras en apoyo a la Unidad Popular, piezas que -junto a las de Miró, Calder, Matta, Cruz-Diez y Tapies- se pueden observar en Santiago en el Museo de la Solidaridad Salvador Allende, la mejor colección pública de arte contemporáneo del país.
En una carta del 17 de febrero de 1972, Ashton le cuenta a Mario Pedrosa, crítico de arte brasileño y uno de los artífices de la primera colección del museo chileno, que Stella donará una obra de gran formato, pero que necesita de una invitación formal del gobierno. A su vez, cuenta la negativa de Willem de Kooning, y que está a la espera de las respuestas de Jasper Johns, Robert Rauschenberg, Sol LeWitt y Roy Lichtenstein.
Stella también diseñó en 1993 un proyecto arquitectónico para una nueva sede del Museo de la Solidaridad y una escultura para el espacio público que no se concretaron por falta de financiamiento.
La relación con Chile continúa en el Whitney con el monumental mural El terremoto de Chile, de 1999. Tan caótico y telúrico como su nombre, contiene diferentes formas y colores que chocan unos con otros como si fueran placas tectónicas. La pieza forma parte de su serie sobre Heinrich von Kleist (de 1996 a 2008) que toma como punto de partida los escritos del autor alemán del siglo XIX.
La exposición se abre con la yuxtaposición de esta obra con el minimalista Pratfall, de 1974. El contraste apunta a la amplia gama de producción de Stella y muestra sus dos facetas. Por un lado el barroco y la complejidad laberíntica de su obra y, por otro, la austeridad y el racionalismo.
Rebelde e irónico
Desde joven impactó en el arte abstracto como lo hizo Bob Dylan en la música o Andy Warhol en la cultura popular. Sus primeras pinturas negras, que hizo cuando era estudiante de último año en la Universidad de Princeton, sorprendieron a los críticos en una exposición colectiva del MoMA de 1959. Usó pinceles de pintor de brocha gorda y, en vez de óleo, esmalte industrial. Sin un rastro de expresividad pictórica, sólo dejó pequeñas líneas horizontales y verticales blancas sin pintar entre brochazo y brochazo. Todas fueron realizadas según la forma de la tela y el tamaño del pincel. A los 23 años, ya era una estrella. En 1966, el propio Stella declaró que el arte sólo era forma y materia sin interpretaciones psicológicas o biográficas: "Lo que ves es lo que ves". Algunos críticos sugirieron que era el fin de la pintura. No fue así.
La exhibición revela la capacidad de Stella de reinventarse. En los 70, rompió la superficie plana de la pintura con brillantes pedazos flotantes de metal. Siguió con tuberías retorcidas, conos y cilindros de gran tamaño, hojas de acero, chatarra grafiteada y mallas de alambre. Así, dio un giro del minimalismo a extravagantes, irracionales y barrocas formas. En los años 80 y 90, hizo obras que hacen referencia a clásicos literarios, bautizadas con los 135 capítulos de Moby Dick y presentadas en Chile durante 2005 en una recordada muestra en el Museo de Bellas Artes.
En grandes relieves de metal, formas gestuales evocan la espuma del mar y la fuerza descomunal de la ballena. Una visita el acuario de Coney Island junto a sus hijos a comienzos de los 80 le recordó el impacto de la novela leída en su adolescencia.
Stella nació en 1936 y creció en Massachusetts en una familia italoamericana. Su padre era ginecólogo y su madre una dueña de casa que había asistido a una escuela de diseño de moda y a clases de pintura. En una visita a Nueva York en 1958 conoció las banderas y objetos de Jasper Johns, que usó como modelo. En esa época también se encontró con Jackson Pollock y Willem de Kooning. Cuando el galerista Leo Castelli lo fichó entre sus filas, causó sensación.
La retrospectiva del Whitney finaliza con sus últimas esculturas delgadas y ligeras. Parecen visualizar ondas de sonido en el espacio y llevan el nombre de las sonatas de Domenico Scarlatti, un compositor barroco italiano del siglo XVIII. Son flujos de formas, contorsiones y anillos de colores en espiral, diseñadas en computador y ejecutadas por impresoras 3D. De hecho, la última vez que tomó un pincel fue el año 2000.
Para inaugurar la nueva sede, los curadores del Whitney se hicieron una pregunta simple: ¿Qué artista no ha tenido una retrospectiva hace tiempo? La respuesta fue unánime. Frank Stella, su última gran exhibición fue en 1987 en el MoMA. La muestra es también una declaración de principios del Whitney que ingresa a las grandes ligas y pelea de igual a igual con los otros gigantes del arte neoyorquino. Stella, cuyo museo habitual había sido el MoMA, literalmente ya no cabe sólo en una institución. Después de Nueva York, esta exposición se presentará desde abril en el Museo de Arte Moderno de Fort Worth, en Texas, y luego en noviembre en el Young Museum de San Francisco. Hay Stella para rato.