"Yo vivía en la villa El Volcán, en Puente Alto, y si me hice soldado fue por el ambiente en que crecí. Mi papá nos dejó tirados a mí y a mi mamá por las drogas, cuando yo era chico. En la población, la mayoría de mis amigos ya consumía con 10 ó 12 años. Yo estaba en el colegio, tenía 13 años y compraba marihuana y pasta base a un caballero colombiano. Un día que no tenía plata le dije si me podía fiar, con el compromiso de pagarle al día siguiente. Cuando volví al otro día, el caballero me dijo que más que plata él necesitaba gente que le ayudara a trabajar. 'Yo te paso 100 pitos y tú sacas tres lucas por cada 10 que vendas. O sea, 30 lucas son tuyas y el resto para mí'. Era buena plata. Le dije que sí.

Empezamos a trabajar juntos a fines de 2006 y rápidamente hicimos plata. Trabajaba desde las cinco de la tarde hasta las ocho. Me daba vueltas por la plaza para no llamar la atención. Conocí harta gente. Entre ellos, un cubano y otro colombiano. Me acuerdo que el colombiano llegaba en un Chrysler. Y cuando aparecían por la casa del caballero que me había reclutado, él sacaba unos servicios elegantes, como de plata, y tomaban té en unas tazas con figuritas bien bonitas. Gracias a ellos el negocio creció. Además de la población, empecé a vender en otros lados.

El trabajaba con varios cabros, pero yo era el más tranquilo, el más educado. Los otros lo tuteaban, yo siempre lo traté de usted. Ellos me decían que yo era terrible de lais. Pero a mí nunca me ha gustado faltar el respeto a las personas. A lo mejor por eso me fui ganando de a poco su confianza. Me llamaba por teléfono y me decía: 'Oye, vamos a hacer un asadito, vente pa' la casa'. Y yo iba. Había harta carne, pollo. Bebidas, cervezas, manquehuitos. Fue tanta la carne que comí que me dio una enfermedad que le daba a los reyes. El doctor que me vio me dijo: 'Eres el primer caso de un niño con gota'".

"Después de un tiempo, el caballero me comenzó a dar números de teléfono. Entonces, yo tenía que ponerme de acuerdo con el cliente. 'Tú te juntas en el Metro Baquedano. El te va a decir donde hacen la transacción. Pero tú lo llevas a otro lado', me explicaba. Tal cual. La primera vez, el contacto me dijo que fuéramos a tal lado. Le dije que no, que yo lo iba a llevar a otro lugar. Nos fuimos al Alto Las Condes y ahí en los baños conté la plata. Eran como 500 lucas. Yo tenía 15 años y los cabros con los que trataba, 19 ó 20.

Gastaba la plata en ropa o copete. Me juntaba con amigos en una plaza. Ponía 30 ó 40 lucas y comprábamos cervezas, ron, marihuana, falopa. Me llevaban por tres o cuatro años. Me veían como el cabro chico bien vestido, el de la plata. Había veces en que podía ganar hasta 200 lucas en un día. Mi mamá nunca supo. Le decía que trabajaba los fines de semana en el empaque del supermercado. Pasaba piola, pero después, cuando entré a primero medio y me echaron por mala conducta, empezó a darse cuenta que algo raro ocurría. Anduve metido en la pasta base. Era lo que me daba de comer. Pero no llegaba a la casa. Vagaba por las calles. Era rebelde, no pescaba a mi mamá. Era yo y mis juntas. Tenía mi pistola: una Beretta de 9 milímetros. Me la conseguí ilegal. Pagué 200 lucas. Me sentía inmortal.

Hubo un tiempo en que le dije al caballero que no me diera la plata que ganaba y que me la guardara, que cuando llegara el momento se la iba a pedir. Me dijo que no había problema. Al cumplir los 15 años había juntado como dos millones. Y me los pasó en efectivo. Cuando supo que iba a celebrar los 15 con mis amigos, me regaló un poco de droga: marihuana y unos gramos de falopa. Nos fuimos a la Gran Avenida, a un café con piernas. No me querían dejar entrar porque era menor. Mis amigos les dijeron que yo era el que tenía la plata, que queríamos celebrar mi cumpleaños y las niñas me empezaron a tocar y a decir '¡uy, la cosita rica!'. Les mostré un fajo de un millón. 'Tengo todo esto para gastar', les dije. Se quedaron mirándome y nos dijeron: 'Ya, paguen la entrada y pasen piolita a la parte de atrás'. Estuvimos toda la noche y me gasté 500 lucas.

Después me fui al mall y le compré ropa a mi hermano. Le dije a mi mamá que los chiquillos habían juntado unas monedas y me las habían regalado. Me compré un buzo azul con blanco, y a mi hermano, un par de zapatillas. Ese cumpleaños fue increíble.

Un día que regresaba de hacer una entrega, el caballero me dijo que se iba a Argentina. Y que hasta ahí llegaba nuestra relación. Pasaron dos meses y se fue, pero antes me llamó y me pidió que lo acompañara. Fuimos a comprar ropa para él y para mí. 'Este es mi regalo de despedida', me dijo. Fue en noviembre de 2008. Habíamos trabajado juntos casi dos años. No lo veo desde entonces. Fue una bonita experiencia. Uno no se topa siempre con una persona así. En este negocio, los soldados sirven para traer plata y si tienen problemas, que se las arreglen ellos solos. Con él fue diferente".

"Un día de abril de 2009 estábamos en una plaza tomando. Había ganado la 'U' y compramos una java de cervezas. Todo muy tranquilo. Nos tomábamos la java y nos íbamos a acostar. En eso llegaron tres cabros como de 25 años, amenazando a uno de nosotros. Tratamos de calmar el asunto y los cabros se fueron. Pero cuando estaban como a 500 metros, apareció un viejo con una escopeta y dos cabros con pistolas. Salimos corriendo. Yo atiné a esconderme detrás de un poste y los impactos dieron en el poste. Mi amigo me dice 'corre huevón' y volví a correr hasta que me sentí a salvo. Entonces mi amigo me dice: 'puta, huevón'... Un tiro me había rozado en la cintura y me abrió la piel. Me pusieron unos puntos y se cerró, pero con eso dije ya no más. Le pasé la pistola a mi amigo. Le dije que se la vendía, que me diera 40 lucas, que no me pensaba meter en ninguna huevada más. No me interesa perder mi vida porque otro se mandó una cagá. Yo nunca disparé a nadie. Pero en un Año Nuevo disparé al cielo. Fue emocionante.

Yo pensaba que cuando estuviera cagado, mis juntas me iban a ayudar. Pero cuando llegó ese día, no me ayudaron. Quise reaccionar, pero ya era tarde. No estaba estudiando, no tenía a mi familia al lado, no tenía nada que hacer en el día. Estuve como ocho meses en esa. Puras preocupaciones para mi mamá, y cuando ella me pudo sentar a la mesa para preguntarme qué me estaba pasando, al otro día llegó Carabineros a la casa y me llevó detenido. Fue el 9 de junio de 2009. Me acusaron de robo con violencia. Fue una pelea. Y después de la pelea al cabro lo cogotearon unas cuadras más allá, en la población San Miguel, en Puente Alto. Estuve preso seis meses en el Centro de Internación Provisoria (CIP) del Sename en San Joaquín. En ese tiempo pude pensar en que mi vida no podía seguir así. Pasé a juicio oral, me dieron una condena de cinco años en un centro semicerrado del Sename. Mi abogado apeló y bajaron la condena a firma por tres años y medio, así es que salí el 15 de enero de 2010. Como iba todos los días y puntualmente, al final me la dieron por cumplida en el primer semestre del año pasado.

Cuando salí, estuve un tiempo en la casa, pero finalmente me fui a vivir donde un amigo. Ahí conocí a quien es hoy mi polola. Al principio pensé que era algo rápido, pero ya llevamos 10 meses. No fue fácil, porque su mamá no quería saber nada conmigo. Me decía que yo no era para su hija. 'Ella estudia y tú no. Tenís muchos problemas, ¿dónde está tu familia?', me dijo. Entonces, empecé a contarle mi historia a calzón quitado. En un momento la miré y ella estaba llorando. 'Te voy a dejar pololear con mi hija, pero la cuidas. Nada de domingos 7'.

Un día me invitaron a cenar y ella me dijo: 'Mira, te tomamos harto cariño, queremos ayudarte, que estudies, darte plata. Pero tienes que responder con los estudios'. Yo les prometí estudiar, pero que no me pagaran nada, porque yo soy de la idea de que esas cosas tiene que pagárselas uno.

No ha sido fácil. Entré a un vespertino para terminar tercero y cuarto medio, pero antes de eso me mandé otra cagá. Fue a principios de 2011. A la casa donde vivo de allegado, que es la casa de la tía de mi polola, llegó más gente tirando malas vibras. Comenzaron a faltar cosas, la plata no alcanzaba. Me desesperé, agarré 50 lucas que tenía guardadas y me fui a La Legua y compré marihuana: 25 gramos. Los dosifiqué y me fue bien. Gané 100 lucas. Estuve como un mes en esa. Cuando me preguntaban por qué estaba trayendo tanta plata, les decía que estaba haciendo unos pololitos y me estaba yendo bien. La tía me decía: 'Si estás en algo malo, cuéntame'. Yo le decía que no se preocupara. Al mes volví a caer detenido. Fue en abril. La tía me dijo: 'Te mandái otra cagá y no hay casa, no hay pololeo, no hay nada'. Me pusieron abogado para que me sacaran al otro día. No me dejaron detenido, sólo con firma cautelar. 'Tienes que portarte bien durante tres años y medio. No te pueden detener ni por tomar en la vía pública ni por faltas a la moral, por nada. Si llegas a cambiar de domicilio debes informar a Carabineros', me explicaron. Pero ya había aprendido la lección. Comencé a buscar trabajo y seguí con mis estudios. Los informes de la asistente social fueron positivos y, finalmente, me levantaron la firma por buena conducta. Los primeros días de octubre firmé por última vez. Sigo viviendo en la casa de la tía de mi polola, pero ya cumplí mi mayoría de edad y puedo buscar una pega con contrato".

"Se llenan la boca con la reinserción social, pero el gobierno no hace nada. O sea, te ponen un asistente que te hace un par de preguntas y te obliga a firmar una vez al mes. Te pueden dar apoyo sicológico, pero los cabros siguen cayendo porque vuelven a sus poblaciones y se juntan con los amigos que dejaron, y vuelven a la calle a hacer lo que hacían antes. A veces tienes la suerte de que te toca una buena asistente social y ahí se te pueden abrir otras ventanas.

Yo he tenido la suerte de llegar a una familia que me quiere y se preocupa por mí. Tengo una polola con la que quiero hacer una vida. Estoy juntando plata para ver si de aquí a 10 años podemos comprarnos una casa. Ella quiere entrar a la universidad y todos la apoyan. Yo también. A través de la asistente social del Sename me ofrecieron hacer unos cursos de metalurgia. Me pagaban 2.500 diarios por asistir y me daban plata para la locomoción. No era malo. Pero me quedaba demasiado lejos. Por suerte encontré otro trabajo. Pienso que el destino me está dando una segunda oportunidad. Y aquí estoy. Quiero una vida normal. Estoy seguro que lo puedo conseguir".S