Gianluigi Nuzzi, periodista italiano del diario Libero, es autor de varios libros de investigación, entre ellos Su Santidad, en 2012, que reveló los documentos filtrados desde el Vaticano y que desencadenó escándalo el Vatileaks, en el Pontificado de Benedicto XVI.
¿Le sorprendió el gesto del Papa?
Por supuesto. Es un gesto rompedor, inédito, que no se podía prever. Sin embargo, lo que sí conocíamos son sus premisas. Las razones que llevaron a ello ya estaban en mis libros sobre el Vaticano. Aunque no podía imaginar que llegara un acto tan fuerte, sé muy bien acerca de qué clima se respira en el Palacio Apostólico y los temores del Santo Padre de no lograr superar rivalidades y juegos de poder.
Benedicto XVI afirmó que renuncia porque le faltan las fuerzas.
Creo que hay dos niveles. Uno, por supuesto, el que más choca, es el del hombre humilde, que reconoce sus límites, que percibe tener un problema de vigor físico... todos sabemos que es mayor, que se ha operado al corazón, que lleva marcapasos. Desde un punto de vista espiritual me parece muy impactante que decidiera bajarse de la cruz. Pero aquí es donde entramos en otro nivel, el de la gestión terrenal de la Iglesia: Benedicto XVI, reconociendo sus posibilidades, prefirió no encarar el último período del pontificado sin la fuerza para capear las divisiones, el individualismo, las ambiciones internas. Sin poder controlar aquella Iglesia desfigurada por las rivalidades, como él mismo la representó en la homilía del miércoles de Ceniza.
Y decidió dejar a otro el cargo
Sí, y esta fue su decisión histórica: apartarse. Y apartar con el mismo acto, a todos los jefes de Congregación y al secretario de Estado, que siempre fue obstaculizado por una parte muy fuerte de la Curia y que Ratzinger nunca despidió probablemente para no hipotecar su pontificado.
¿Cree entonces que el escándalo de "Vatileaks" influyó en la decisión, porque dejó al descubierto estas divisiones?
No especulo. Es un hecho de que el 17 de diciembre, el Pontífice recibió en su apartamento a los tres cardenales que eligió personalmente para que investigaran sobre el robo y la filtración de algunos de sus documentos. Julián Herranz, Jozef Tomko y Salvatore De Giorgi entregaron al Santo Padre una relación secreta sobre las divisiones de la Curia. Por lo que me cuentan, salió un escenario desolador.
¿Sigue la Iglesia tan fraccionada como usted la describió hace un año?
Claro. Hay varios bloques de poder, muy asentados y transversales. Uno se reconoce en el secretario de Estado, punto de referencia de muchos cardenales italianos. Se me ocurre por ejemplo el cardenal Mauro Piacenza, que estudia para ser Secretario de Estado. Muchos otros son críticos, entre los italianos y los extranjeros, como el poderoso Camillo Ruini (de 82 años), Jean Luis Tauran, Giovanni Battista Re o Marc Ouellet. Pero el gobierno de la Iglesia no es un partido de fútbol. Hay entramados de muchos niveles, estratificados. Se enfrentan las grandes familias de la diplomacia vaticana y los bandos geográficos. Los sudamericanos, por ejemplo, son muchos, pero no llegan a ser un centro único de poder, aunque sobre algunas cuestiones de tipo social sí se compactan. A los alemanes, para poner otro caso, no le acaban de convencer los italianos...
¿Le parece probable un Papa italiano?
Los cardenales italianos son muchos y sobrerrepresentados. Por ejemplo Liguria, una pequeña región italiana, cuenta con cinco cardenales. Un absurdo respecto de los purpurados que llegan de Sudamérica o de Africa. Luego, son (los italianos) los que más problemas están causando. Un semanal católico francés, muy fino en sus análisis del Vaticano, subrayaba cómo todos los protagonistas de mi libro son italianos. En cambio, Ratzinger siempre quiso la Iglesia del mundo y pensó que el Vaticano tiene que ser el espejo de algo universal, que no tiene una sola nacionalidad. Fue algo donde tuvo que ganarle el pulso a la Curia romana. Cada vez que quería nombrar a un cardenal extranjero, tenía que sudar la "gota gorda".