Para Gonzalo Cienfuegos (61) los lugares comunes no son un problema. Como profesor, lleva 35 años haciendo clases de pintura en el Campus Oriente de la U. Católica y como pintor, ha pasado casi el mismo tiempo obsesionado con un mismo tema: la cita pictórica. Partió a mediados de los 70, cuando luego de volver de México, se instaló en un taller en Apoquindo junto al pintor Benjamín Lira. Como si fuese un ejercicio de escuela o, quizás, un juego entre amigos, ambos iniciaron cuadros a partir de obras íconos en la Historia del Arte: Lira citó a Piero della Francesca y Cienfuegos se inspiró en Ingres. Fue el inicio de una carrera apegada a los grandes maestros de la pintura.
Para 1979, Cienfuegos inauguraba A las Meninas de Velázquez, una muestra que catapultó su fama, donde aludía al cuadro más famoso del pintor español. Nunca abandonó el referente y cada cierto tiempo vuelve a plasmar en la tela a la Infanta Margarita de Austria o al rey Felipe IV de España.
Ahora es una de esas veces. El 14 de junio, Cienfuegos inaugura en Galería Animal, En la búsqueda de la cabeza de Velázquez, muestra que reúne una decena de nuevos cuadros inspirados en obras del español, como La Venus del espejo o Las Meninas, más una serie de esculturas en fierro. La estrategia es la de siempre: recontextualizar íconos en escenas oníricas, mezcladas con su propio imaginario repleto de guiños humorísticos.
¿Por qué otra vez Velázquez?
Los clásicos siempre me han parecido motivantes y misteriosos. En 2008 expuse otra vez las primeras obras que hice sobre Velázquez y me di cuenta de que el tema no estaba agotado, que puedo seguir en esto por años, a riesgo de que me digan que es lo mismo de siempre. Lo cierto es que todos los grandes artistas tienen una sóla gran propuesta en su vida, Dalí, Botero, Mondrian. Es legítimo insistir en cosas que aún funcionan.
¿Se trata de ser consecuente con la obra?
Es importante ser un artista original, lo que no significa ser distinto, sino que ser honesto con los orígenes. La expresión artística es una necesidad que brota de adentro y eso no se puede falsear. Alguien dijo que sobre la palabra originalidad se han cometido los peores crímenes, por la originalidad se inventó la rueda cuadrada, sólo por intentar hacer algo distinto.
Háblame de los íconos que persisten en tus obras.
Me tiene fascinado el vestido de la Infanta, esos vestidos grandes, donde uno puede sumergirse, diseñar, meterle pintura. También está el tema del espejo que ayuda a configurar el espacio y esos paisajes al fondo que les dan a los personajes una salida. También el ciclista que apareció fortuitamente en 1978 y que es una imagen aún muy potente, misteriosa y desconcertante.
¿Qué te interesa de la figura de Velázquez?
Me parece curioso que siendo un pintor de la corte, a Velázquez le interesara ser noble. Me hubiera gustado ser como Velásquez, a quien le encargaban ir a Europa a comprar obras para el rey. Me gustaría que me encargaran comprar cuadros para formar un museo de arte moderno, pero lo más seguro es que me acusaran de enriquecimiento ílicito, así que mejor no quiero nada. Mejor así, nunca he militado en ningún partido ni he recibido un peso del gobierno ni de nadie.
¿Nunca te interesó tampoco la pintura con contenido político?
Uno tiene que hacerse cargo de sus propias sensibilidades. La política directa no es mi tema, aunque sí hice obras violentas antes de entrar a la comedia. Pero siempre desde una perspectiva universal. No quiero agredir a nadie cuando pinto, ni provocarles un rechazo: me gusta lo popular y seducir con la pintura. Agradezco poder vivir de lo que hago. En esto hay una cuota de talento y constancia, pero lo más importante es tener suerte.