Sucedió en Chile. El matrimonio venía de vivir en Francia y España, tenía dos hijos, habían tenido crisis, se habían engañado, habían intuido que no iba a durar, pero fue en Santiago donde todo terminó de quebrarse. Sucedió de verdad. Esta historia es cierta: el escritor argentino Gonzalo Garcés (38) y su esposa se separaron en nuestro país tras 10 años juntos. Ella tomó a los niños y regresó a París. El también se fue: dejó amigos, trabajo, y se instaló en un departamento amoblado en Barcelona. Más de una vez pensó en tirarse por la ventana. "Realmente", asegura. Prefirió escribir una novela.
Se llama El miedo, llegó la semana pasada a librerías chilenas y, bajo el barniz de la ficción, relata la historia de un derrumbe. "Mi propio derrumbe", se lee. Tras la separación, un escritor llamado Gonzalo intenta diseccionar cómo su historia con Cora se fue a la basura. Es un viaje por las entrañas de la vida conyugal. "Cuando la expansión de un matrimonio alcanza el límite, o bien se disuelve, o bien se resuelve en guerra fría", se lee en momentos en que la pareja abandona París y se instala en Gerona, dándose otra oportunidad. Escaparán de nuevo. A Chile.
Acá, la pareja se instala en un departamento de Ñuñoa y rápidamente están de acuerdo en que Santiago es "la ciudad más fea en que han vivido". Ambos protestan "contra la comida sin gracia, los eternos trajes marrones, las caras tristes", y "les indigna la insolencia del barrio alto".
Primer anfitrión del ciclo La Ciudad y las Palabras, de la Facultad de Arquitectura de la Universidad Católica, Garcés ha desplegado una narrativa que en novelas como Los impacientes (Premio Biblioteca Breve 2000) y El futuro (2003) lidia sin titubeos con temas como la herencia histórica de la generación de los 60. En El miedo, Garcés explora una nueva forma de narrar, mucho más dubitativa y que de ahora en adelante hará suya: "Hay muchas historias para contar, mías y ajenas, reales e inventadas. Pero el narrador en adelante será éste. Ese tipo que habla en El miedo, desprolijo, semiculto, infantil, compasivo, intelectual, será quien hable de lo que haya que hablar".
No sólo por ese cambio técnico, El miedo es un libro importante para Garcés. "Para mí esto no es literatura. Fue escrito para no tirarme por la ventana", dice. "Lo único que quería era escuchar la voz de una persona completa. Yo estaba, literalmente, hecho pedazos. Así que quería una voz que hablara de lo que fuera, pero que fuera reconocible como individuo completo. Que a veces fuera inteligente, a veces imbécil, que a veces hablara en frases bien formadas, otras veces fuera argótico, otras un balbuceo. Poner todo: las cobardías, las estupideces, los momentos de lucidez", agrega.
¿Mientras lo escribía no temió contar detalles demasiado íntimos? ¿Suyos, de su pareja y sus amigos?
No, porque creía que no lo iba a publicar. Como sea, mis amigos saben que estar cerca de alguien que escribe es exponerse a que ciertos rasgos tuyos aparezcan escritos en algún lado. Mi ex mujer es mi amiga. Es una persona lúcida y valiente, que ya separados tuvo la generosidad de apoyarme a la hora de escribir esto.
No se tiró por la ventana. ¿Sirvió el libro?
Mientras lo escribía, sirvió mucho, me divertí, me reí, me sentí un hombre. No releí el libro, pero creo que todo eso está ahí: un tipo destrozado y vuelto a armar. Cuando lo terminé ya no fue tan bueno.
Pero ¿pudo rearmarse?
No queda muy bien decirlo en una entrevista, ¿no? Hay que decir que uno es un hombre nuevo y que hubo final feliz. Pero yo siento que el lobo aún me persigue. Estoy escribiendo, mis hijos están bien, encontré a una mujer asombrosa. Pero todo lo que hago y construyo, lo hago escapándome del lobo. No sé si será siempre así.