Fue justo cuando el coro espontáneo desde la calle empezó a entonar Entre caníbales -ese enésimo hit de Soda Stereo que abre con la línea "una eternidad/ esperé este instante"- que los ojos humedecidos de Lilian Clark (84) fueron secundados por palmas para seguir el ritmo, el puño derecho sobre su corazón en señal de gratitud y un rostro emocionado que conmovió a varios, que se largaron a llorar sin demasiado consuelo. Asomada en un balcón de la Legislatura porteña junto a una de sus hijas, Laura, y varios de sus nietos, la madre de Gustavo Cerati, su más férrea compañera, capaz de ir a visitarlo en cada día de su internación, apareció para sellar el círculo con su fanaticada que la aplaudía del otro lado, para concluir de manera pública una de las mayores épicas del rock continental.
Además, era el mediodía en Buenos Aires, justo el horario que se estableció para cerrar el recinto donde se hizo el velatorio del músico fallecido en la mañana del jueves, con el fin de trasladar su cuerpo para su posterior funeral. Eso sí, y para que nadie quedara ausente del último "gracias totales", su familia había sugerido que el lugar dejara de funcionar sólo hasta que el último fanático ingresara a reverenciar el féretro, situado en el segundo piso. No sucedió, debido a una serie de coyunturas ya programadas, por lo que más de un centenar de seguidores se resignó a no entregar su adiós definitivo.
Pero la determinación no menguó el ánimo generalizado. Ni siquiera la lluvia, a momentos invitada incómoda y fastidiosa ante la solemnidad del cuadro. Los cerca de cuatro mil presentes siguieron cantando la generosa lista de éxitos de Cerati en todas sus vidas artísticas, en su mayoría jóvenes que apenas superaban el cuarto de siglo de vida, crecidos cuando Soda Stereo ya era parte de los programas de trivia nostálgica y quizá en la era más árida del pop rock argentino, superado en abundancia y reputación por quien siempre fue su rival más débil: el pop rock chileno.
Ellos, casi como una huella de añoranza por uno de esos héroes que hoy escasean en el cancionero de su país, eran los que manifestaban de modo más expresivo su dolor. La escenografía era idónea: justo la esquina de la Legislatura, ahí mismo donde el cuerpo de Cerati empezaba su trayecto final, es donde Soda Stereo se fotografió en 1988 para la portada del disco Doble vida, donde salía, ni más ni menos, En la ciudad de la furia.
Y la comunión con la hinchada fue aún más cuando, pasadas las 13 horas, sus restos comenzaron a ser trasladados por el cortejo fúnebre con rumbo al cementerio de la Chacarita, en una carroza tapada de coronas de flores que timbraban no sólo la devoción por su obra, sino que también la transversalidad: ahí había rosas enviadas por el cantautor Alejandro Sanz, por el baladista/metalero Cristián Castro y por Racing Club, el equipo por el que hinchó toda su vida. Según cálculos oficiales, cerca de 20 mil personas pasaron por el velorio.
Pocos minutos antes, y ajena al fervor, la ex esposa del hombre de Prófugos, la chilena Cecilia Amenábar, ingresaba por una puerta lateral, muy afectada y acompañada por un fiel escudero del clan, el músico nacional Christian Powditch, otro aliado eterno del argentino y con quien creó el proyecto Plan V. Ya en el cementerio, la escena no fue distinta: la modelo se debió abrir paso a los tropezones, en medio de una nerviosa multitud que se agolpó en las inmediaciones del Panteón de La Merced, donde descansará el guitarrista, obligando a la policía a cercar con rejas y redoblar esfuerzos. Cuando el féretro ingresó al camposanto, el caos fue absoluto, con fanáticos arrojados sobre la marcha del vehículo, lo que dio como saldo dos detenidos y una herida leve.
Un estallido en pleno contraste con el arribo de los presentes al íntimo y privado funeral predispuesto por la familia. Porque Cerati, a diferencia de una enorme legión de figuras de la música, que va desde Jim Morrison y Johnny Cash hasta el "Gato" Alquinta, no tendrá una tumba pública, donde sus fanáticos desplieguen el ritual de dejar flores, trazar grafitis espontáneos o suplicar por mandas en nombre de San Rock and Roll. Su clan más cercano decidió que su cuerpo estuviera en un panteón restringido para el público y hasta donde sólo pueden llegar sus familiares registrados.
Es el mismo reducto donde está su padre, el ingeniero y contador Juan José Cerati, fallecido en 1992. En sincronía con esos antecedentes, la ceremonia duró cerca de una hora y vio entrar y salir bajo absoluta tranquilidad a su círculo más estrecho, entre quienes aparecían no sólo su madre, Amenábar y sus dos hijos (Benito y Lisa), sino que también sus dos hermanas, Laura y Estela; sus cuatro sobrinos; su última pareja, la modelo Chloé Bello; su ex camarada en Soda, Zeta Bosio; y diversos colaboradores, como los músicos Leandro Fresco y Richard Coleman.
Más que descontrol, ahora imperaba el aplauso caluroso, incluso de parte de chilenos como el peluquero Christian Hoses, quien vino de Villa Alemana sólo a la ceremonia, portando una bandera tricolor vistosa entre los lienzos y carteles que recordaban al ídolo. Para todos ellos, y quebrando el recogimiento, Benito Cerati y Lilian Clark tuvieron gestos de reciprocidad, sonriendo y levantando la mano al salir de la ceremonia, mientras el público volvía a cantar una de las tantas de Soda, cualquiera, como De música ligera o Zona de promesas, uno de sus tantos éxitos, que abre con la línea "Mamá sabe bien/ perdí una batalla/ Quiero regresar/ sólo a besarla".