DURANTE la madrugada del 17 de enero de 1994, un terremoto grado 6,6 en la escala de Richter azotó a Los Angeles (EE.UU.). El sismo no solo mató a 20 personas, sino que dejó sin luz a una ciudad cuyo fulgor eléctrico puede ser visto por un avión a 321 km de distancia. Ante la oscuridad repentina, los servicios de emergencia comenzaron a recibir muchos reportes de una extraña, gigantesca y plateada nube sobre el cielo ennegrecido: lo que los habitantes en realidad veían, por primera vez en sus vidas, era la Vía Láctea, oculta durante décadas por la poderosa iluminación de calles, edificios y casas.

Se trata de un fenómeno cuyo origen se puede rastrear hasta 1879, cuando las ampolletas incandescentes inventadas por el estadounidense Thomas A. Edison iluminaron por primera vez una calle en Nueva York. Su creación no solo inició la era de la iluminación eléctrica moderna, bañando de luz a hogares e industrias, sino que también cambió radicalmente el ciclo día/noche que los humanos experimentaron por miles de años.

A excepción de quienes eran lo suficientemente adinerados para utilizar velas por horas, al oscurecerse la gente común no tenía mucho más que hacer que irse a la cama. En cambio, la llegada de la iluminación artificial prolongó nuestra capacidad de disfrutar de la luz, permitiéndonos ser más productivos durante más tiempo. Estudios históricos y antropológicos revelan que esta extensión del día también modificó el patrón de sueño natural de los humanos, uno que contrasta con el rígido modelo de ocho horas seguidas que hoy se considera como el ideal y el más sano.

Pese a ello, las investigaciones indican que hoy pocas personas alcanzan ese ritmo: más de un tercio despierta en medio de la noche de forma regular. Y entre quienes viven este fenómeno, casi el 50% es incapaz de volverse a dormir, un cuadro que los doctores suelen diagnosticar como un trastorno del sueño llamado "insomnio de mitad de la noche" y para el cual se suelen recetar medicamentos (en Chile, el 50% de las personas no concilia el sueño por más de unas pocas horas). Sin embargo, nueva evidencia indica que este despertar en medio de la noche tiene poco de anormal y que, de hecho, es el ritmo natural de descanso del cuerpo.

Uno de los primeros investigadores en resaltar este patrón fue el historiador Roger Ekirch, de la U. Virginia Tech (EE.UU.), quien durante 16 años estudió la forma en que los humanos de la era preindustrial experimentaban la noche. El análisis de más de 400 diarios, cartas, novelas, informes forenses, tratados de medicina, sicología y antropología que se remontan hasta 1500 reveló que durante siglos los humanos en realidad dormían en dos turnos: se iban a acostar al oscurecer, despertaban en medio de la noche durante una hora y luego se volvían a dormir.

Así, la noche se dividía en un "primer sueño" y un "segundo sueño", separados por una hora en que la gente atendía sus animales, limpiaba su casa, fumaba pipa, conversaba con los vecinos o tenía relaciones sexuales. Por ejemplo, un famoso doctor francés del siglo XVI llamado Laurent Joubert aseguraba que obreros y artesanos podían concebir más hijos si esperaban hasta el segundo sueño, pues tenían más energía. En tanto, Benjamín Franklin aprovechaba el intermedio para tomar "baños de aire frío", leyendo desnudo en su silla.

Ekirch, quien publicó sus estudios en el libro Al final del día: la noche en épocas pasadas, señala a La Tercera que el "sueño segmentado fue el patrón dominante de descanso humano desde el comienzo de los tiempos. Alusiones al primer y segundo sueño son comunes en muchos textos que datan del siglo XVI al XIX, pero también aparecen en textos medievales y en obras como la Historia de Roma de Tito Livio y La Eneida de Virgilio, compuestas en el siglo I a.C. La primera referencia clara conocida está en La Odisea del siglo VIII a.C. e incluso hay algunos indicios en la Biblia".

Un dormir distinto

Las investigaciones de Ekirch señalan que en el pasado, y especialmente en el invierno, la oscuridad se extendía unas 14 horas (incluso quienes podían comprar lámparas de aceite no podían ocuparlas demasiado: en un par de horas perdían 40% de su capacidad de iluminación debido a la acumulación de hollín). Análisis antropológicos indican que el sueño bifásico o segmentado evolucionó para cubrir ese extenso período de oscuridad, pues al hacer una pausa la persona lograba dormir lo suficiente para llegar al amanecer.

Con la aparición de la electricidad se prolongó la vigilia, en detrimento del descanso nocturno: simplemente ya no había horas suficientes para dormir, por lo que nos vimos forzados a acomodarnos a una modalidad ininterrumpida de ocho horas y nos olvidamos de la charla de medianoche con el vecino. El continuo incremento de la iluminación pública y la aparición de tecnologías como la televisión prolongaron aún más la actividad de los siete millones de células sensibles a la luz que operan en cada ojo.

Ekirch destaca que las menciones al sueño segmentado comenzaron a desaparecer a inicios del siglo XX, para dar paso a una especie de consenso que indica que debemos dormir en un bloque consolidado de ocho horas seguidas. Un modelo que según varios médicos puede ser dañino, ya que hace que la gente que se despierta a medianoche se vuelva ansiosa por volver a dormir, factor que puede gatillar el insomnio.

Russell Foster, neurocientífico de la U. de Oxford (Inglaterra) especializado en ciclo del sueño, comparte este punto de vista. "Muchas personas que se despiertan en plena noche entran en pánico, pero les digo que están experimentando una regresión al patrón de sueño bifásico", dijo a BBC. Una opinión similar tiene Gregg Jacobs, experto en insomnio de la U. de Massachusetts, quien dijo a la misma cadena que "durante gran parte de la evolución dormimos de cierta forma. Despertar en la noche es parte de la fisiología normal de un humano".

Esto quedó corroborado en experimentos realizados por los Institutos Nacionales de la Salud de EE.UU., en los que se determinó que todos dormimos de forma segmentada si somos sometidos a patrones naturales de luz y oscuridad. En los estudios se sometió a los participantes a 14 horas de oscuridad por noche y se vio cómo pasaban gradualmente a dormir en dos fases de cuatro horas separadas por una hora de vigilia.

"Incluso, en ciertas culturas el sueño segmentado sigue siendo algo común. En Africa, por ejemplo, los antropólogos han hallado villas de los pueblos Tiv, Chagga y G/wi sorprendentemente activas tras la medianoche, con adultos y niños que acaban de despertar. Un estudio de campo de los Tiv en Nigeria destaca cómo en plena noche despiertan cuando se les place y conversan con quien esté en la choza; además usan los términos primer y segundo sueño como intervalos tradicionales de tiempo", agrega Ekirch.

La mayoría de los individuos estudiados por los Institutos Nacionales de la Salud de EE.UU. despertaba durante la fase REM del sueño, en la que ocurren los sueños. Incluso, en muchos de los textos históricos analizados por Ekirch la gente usaba el intermedio para meditar sobre ellos. Por ese motivo, Gregg Jacobs sugiere que esa fase de vigilia pudo jugar un rol importante en la capacidad de regular el estrés naturalmente.

Expertos en sueño han empezado a tomar nota de estos hallazgos y considerar que esta interrupción del sueño no es perjudicial. En un artículo escrito en Psychiatric Times, Walter Brown, siquiatra de la U. Brown (EE.UU.), escribe que muchos de sus colegas se están dando cuenta de que si logran que sus pacientes dejen de ver su sueño interrumpido como problemático su condición se hace más tolerable: "Si lo perciben como normal, se estresan menos al despertarse en la noche y vuelven a dormirse más fácilmente".