Se conocieron hace casi dos décadas y el encuentro sacó chispas, conectando la tradición del romance hollywoodense con el aliento indie de los 90. Antes del amanecer (1994) reunió al director Richard Linklater con Ethan Hawke (Jesse) y Julie Delpy (Céline), que encarnaron a un estadounidense y una francesa que se conocen en Viena y se indagan mutuamente. Diez años más tarde, en Antes del atardecer, se reencuentran en París.
Pero había más de Jesse y Céline. Y la ocasión para enterarse se dio en la 63ª versión del Festival de Cine de Berlín. Ayer se presentó Before midnight, que debería llegar a salas chilenas como Antes de medianoche. Muchas cosas han cambiado para los protagonistas y lo que importa, a la larga, es que algo de estos personajes perdure y se conecte con la audiencia. A juzgar por lo visto ayer en el Berlinale Palast, la conexión se mantiene. Lo que no quiere decir en absoluto que la película esté más allá de los reproches.
Before midnight trae novedades para el que haya seguido la historia. Y también una puesta en escena reposada que sorprenderá a quien se haya disciplinado en el montaje hollywoodense. La película arranca en el aeropuerto de Atenas, donde Jesse, ya divorciado, ha ido a dejar a su hijo de 12 años, con quien pasó las vacaciones. A la salida de la terminal vemos que Céline lo está esperando. Y no sólo ella: también las gemelas de cabellos rizados que ambos concibieron no mucho después de aquel encuentro parisino. Ahora viven juntos en Francia, donde se aprestan a volver tras seis semanas en el Peloponeso. No se han casado, pero no es algo que les preocupe.
Lo que sigue, expresado normalmente en largas escenas o en planos secuencia, es la puesta en situación de las incomodidades, minucias y pequeñas alegrías de la vida en pareja. Ella tiene una oferta de trabajo que no se decide a aceptar, esperando que él le dé un empujón. El, por su parte, siente culpa por no ver crecer a su hijo. Y, como quien no quiere la cosa, plantea la hipotética opción de que Céline y las niñas se muden con él a Chicago.
Así, esta película de pocos personajes y abundante diálogo, va situando a sus protagonistas en un momento complejo de definiciones y trapos al sol. En atención a la solidez de las actuaciones (en particular la de Delpy), la cinta avanza con paso firme entre la ligereza y la hondura.
A juzgar por lo visto y escuchado en la conferencia de prensa posterior a la primera proyección berlinesa, la estrategia surtió efecto. Linklater, Delpy y un Hawke mutado rubio oxigenado en plan David Beckham, enfrentaron sin más compañía a los periodistas acreditados. Una de las preguntas fue por qué una tercera entrega. La justificación de Linklater fue escueta: "Descubrimos que los personajes aún estaban vivos". Y otra interrogante que no podía falta es si habría una cuarta. Una vez más, el director aplicó concisión: "No tenemos la menor idea. ¿Quién conoce el futuro?".
Hay que coincidir con Christopher Orr, crítico de The Atlantic, en que "la pelea ascendente entre los protagonistas, cambiando de temas y de tácticas, donde uno gana terreno y después el otro, le debe algo a Taylor y Burton en ¿Quién le teme a Virginia Woolf?". Finalmente, la fractura y la emoción que asoman en esta "secuela" no se borran tan fácilmente.