Viena, año 1975. Es mediodía y en una amplia oficina de un edificio céntrico, los delegados de la Opec (Organización de Países Productores de Petróleo) tiene su reunión anual. Poco antes, un grupo de seis personas ingresa al recinto. Suben las escaleras, disparan al aire, el ruido de metrallas hace gritar a medio mundo y liquidan a un policía, un funcionario del gobierno iraquí y un delegado libio.

Es el comienzo de una toma de rehenes que pondrá a Carlos en el ojo del huracán mediático mundial. Durante las próximas 48 horas logrará que el gobierno austríaco le proporcione un avión DC-9 para trasladarse con sus 42 rehenes hasta Argelia e Irak, y la radio y televisión de ese país deberá emitir cada dos horas comunicados del Frente para la Liberación de Palestina. De lo contrario, matará cada 15 minutos a un prisionero. Carlos, sin embargo, tropieza: en Argelia comienza a liberar a los delegados y a cambio recibe 20 millones de dólares de Arabia Saudita. El dice que es para la causa revolucionaria, pero en el Frente para la Liberación de Palestina no le creen. Le recriminan que no mató a los indicados: los representantes de Arabia Saudita e Irán, cuyos gobiernos levantaron el embargo contra el petróleo.

La conducta mercenaria y egocéntrica del terrorista venezolano es el principal sello de la serie Carlos, que desde mañana se exhibe a las 22.15 en HBO. Crónica de un desequilibrado que practicaba el marxismo para gloria de su vanidad, Carlos es también el retrato de un terrorista que terminó convertido en caricatura. En 1994 y tras sufrir una operación testicular, Ilich Ramírez -su nombre real- fue detenido por los servicios secretos en Sudán. Lo sacaron dopado y medio dormido de un hospital y fue juzgado en París.

Durante muchos años fue uno de los criminales más buscados del mundo, pero ahora cumple cadena perpetua en la prisión de Clairvaux en Francia. Si en los 70 llegó a firmar autógrafos, hoy rechaza el retrato que de él hace el director francés Olivier Assayas en esta serie. Era de esperar: como el mismo Assayas lo ha reconocido, la producción se toma varias libertades en la dramatización de las acciones y esa ha sido la excusa para que Carlos reclame desde la cárcel. Habiendo visto parte de la serie, que también se estrenó en una versión reducida como película en Cannes 2010, el condenado alegó que podría perjudicar sus peticiones de libertad en futuros juicios

Sin embargo, y en una prueba fehaciente de que Assayas está muy cerca de delinear la autosuficiencia de Carlos, sus mayores objeciones fueron contra la forma en que se describen las acciones terroristas. "Mostrar a hombres histéricos agitando metralletas y amenazando gente es ridículo. Las cosas no sucedieron así. Eramos profesionales, comandos de un estándar muy elevado", alardeó el año pasado en una entrevista con la agencia France Presse.

Luego coronó sus expresiones así: "Hace mucho tiempo que se escriben libros y hacen películas sobre mí: todo es una porquería".

Lo que no fue Che

Con una duración de cinco horas y media en televisión, Carlos se ha impuesto con rapidez como una de las mejores creaciones de Assayas, quien, por lo demás, nunca buscó contar el caso del terrorista milímetro a milímetro. A principios de año, ganó el Globo de Oro a la Mejor Miniserie y los Círculos de Críticos de Los Angeles y Nueva York también premiaron la producción.

Uno de sus grandes aciertos es la elección del actor Edgar Ramírez, quien, además del apellido, comparte la nacionalidad venezolana con Carlos. El crítico Todd McCarthy, ex hombre fuerte de Variety, actual reseñista de The Hollywood Reporter, comparó su carisma con el de un "joven Marlon Brando". Ramírez también había tenido un rol secundario en la película Che, de Steven Soderbergh, como el revolucionario cubano Ciro Redondo. El vínculo es curioso: Carlos se estrenó en Cannes dos años después que Che y las comparaciones arreciaron.

Muchos vieron en el trabajo de Assayas el filme que no pudo concretar Soderbergh. O, por lo menos, la película que no quiso hacer. Mientras el realizador estadounidense se enfocó en el más estereotipado y carismático de los líderes guerrilleros, Assayas mostró la cara de un imitador peligroso.

Durante los años 70 y 80, Ilich Ramírez trabajó indistintamente para los servicios secretos de Alemania Oriental, la Unión Soviética y Rumania. Su base de operaciones siempre se movió entre Oriente Medio y París, obedeciendo al Frente para la Liberación de Palestina o la KGB. En su prontuario hay al menos 10 muertos y cientos de heridos, trenes dinamitados, embajadas en llamas y aeropuertos destrozados.

Le llamaban "El Chacal", supuestamente porque entre sus pertenencias tenía el libro homónimo de Frederick Forsyth . Ahora, preso en Francia, sólo puede leer y escribir. Dice que vive en condiciones "inhumanas", pero logró redactar un volumen llamado Islam revolucionario, donde aprueba y apoya a Osama bin Laden, el hombre que lo sucedería en la lista de los fugitivos más buscados del mundo.