Una leve brisa matutina suspende el calor del verano sobre la tierra de Villa Francia. Tamara Sol Farías Vergara, de 24 años, baja, pelo corto y oscuro, luce un grueso polerón negro. El color se repite en su pantalón, zapatillas, bolso y bicicleta. Apurada, sale de su casa ubicada en la calle 7 de Octubre rumbo a 5 de Abril con Las Rejas.

Justo en esa intersección de Estación Central, ubicada a 20 minutos de su casa, está la animita de sus tíos Rafael y Eduardo Vergara Toledo. Ambos fueron abatidos por carabineros en 1985. Desde que Tamara tiene un año visita el lugar con frecuencia. Antes lo hacía como parte de un ritual familiar; ahora, según su estado de ánimo, lo hace sola. Las visitas, según cuentan sus cercanos, son más frecuentes cuando está angustiada y necesita orientación.

Cinco minutos permanece parada frente a la pequeña construcción roja. Guarda silencio. Un mes antes, en diciembre del 2013, uno de sus mejores amigos fue baleado por un guardia cuando intentaba asaltar la sucursal de BancoEstado ubicada en La Estrella con El Almendral, en Pudahuel. La muerte de Sebastián Oversluij, a quien -ha dicho- conoció en cantatas políticas, le afectó tanto que durante semanas padeció un severo insomnio, así como un inquietante rechazo a la soledad. Esa sensación de vacío la acompañó hasta las horas previas de ese 21 de enero de 2014.

"La noche anterior vi a Tamara particularmente mal. La vi triste, me preocupó", cuenta en su declaración a la fiscalía su amiga de infancia Marión Sáez. Cerca de la una de la mañana, Tamara le pidió que se quedara a dormir en la casa que comparte con sus abuelos, Manuel Vergara y Luisa Toledo, y su madre, Ana Vergara Toledo. Marión no se podía quedar, así que se excusó y volvió a su casa. Todos dormían, menos Tamara, quien pasó la noche en vela.

Tamara tiene la ruta lista. Sólo da unos pasos desde la animita de sus tíos para llegar a BancoEstado de Las Rejas. Deja su bicicleta estacionada afuera e ingresa al banco a las 9.18 horas. Hace una fila, pero la deja antes de llegar a las cajas. Cada tanto mira de reojo a Ronaldo Vargas, el único guardia de la sucursal. Después de recorrer el primer y segundo piso, a las 9.45 se acerca a Vargas y le pide que le cuide la bicicleta. Luego de pasar unos minutos cerca de las cajas, sale del banco. Ya son las 10.03 y la afluencia de público está aumentando.

Casi una hora más tarde, a las 10.54, Tamara vuelve a ingresar al banco. Se acerca al guardia con la mano en su bolso. Decidida, saca un revólver calibre 22 -más conocido como 'matagatos'-, que tomó de la casa de un vecino. Sin pensarlo, le dispara en la cabeza a corta distancia y le encaja otros tres tiros más en el suelo. El chaleco antibalas logra atrapar una que iba directo al tórax. Tamara, habiendo cumplido el objetivo, tira su arma y sustrae la del guardia, una Taurus calibre 38, mismo modelo con el que fueron muertos sus tíos. Antes de emprender una desorientada huida suelta un grito largamente contenido: "¡Venganza!".

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La vida de Tamara Sol, como le dicen sus cercanos, estaba marcada por la muerte y la rebelión incluso desde antes de nacer. Sus padres, David Farías y Ana Vergara, volvieron en 1989 de España, e incluso pasaron por Buenos Aires, donde se refugiaban del régimen militar. Allá estaban a salvo de la violencia que le había arrebatado dos de sus hermanos a Ana. El 29 de marzo de 1985, Rafael y Eduardo Vergara Toledo, militantes del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), fueron asesinados por efectivos de Carabineros en Villa Francia, cuando se disponían a asaltar una panadería. Aquella noche nació el mito de los "Hermanos Vergara Toledo", en cuyo nombre se conmemora hasta hoy el Día del Joven Combatiente cada 29 de marzo.

El caso de los Vergara Toledo recién se esclareció en 2012, con la confesión de Jorge Marín Jiménez, un ex carabinero involucrado en el crimen de los hermanos. Con eso se cerró una etapa para la familia. Marión Sáez aseguró a los jueces que Tamara lo vive con "mucho dolor y mucha tristeza", ya que, incluso muertas, para ella son personas "muy queridas y muy cercanas".

La tragedia familiar no terminó ahí. Pablo, el mayor de los Vergara Toledo, volvió clandestino a Chile en 1988 para reintegrarse al MIR, pero murió unos pocos meses después producto de una bomba en el cerro Ñielol de Temuco.

Tamara nació el 19 de octubre de 1989 en Buenos Aires, poco después de ocurrida la tercera muerte en su familia. Su primer hogar fue el mismo en el que vivieron Rafael y Eduardo. Desde chica acompañó a su familia de Villa Francia en el recorrido que sigue los pasos del último día de los Vergara Toledo. Junto a ellos van cientos de vecinos del sector gritando consignas políticas y pasándose el megáfono para escuchar a cada uno de los familiares que son parte de la tradición. Todos los años, además, retocan el mural con los rostros de los hermanos, que cubre, en su totalidad, la casa esquina que habitan.

La rutina de Tamara durante su infancia no tuvo demasiadas diferencias respecto de la de otros niños. Formó parte de los scouts, jugó básquetbol en el colegio particular subvencionado Madre Vicencia, de Estación Central, donde cursó gran parte de su educación básica y media. Más tarde, ya como adolescente, se le conocieron pololos que vivían en el mismo barrio en que creció.

Hasta la muerte de Sebastián Oversluij, la vida social de Tamara era intensa. Empezó dos carreras universitarias, matemática y diseño, en las cuales duró poco tiempo. Prefería pasar los días en tocatas y marchas o en Valparaíso, lugar donde finalmente estudió para ser masajista. Esa experiencia en el Puerto le significó su primer acercamiento a una vida independiente, pero los masajes no le rentaron lo suficiente y la falta de recursos la obligó a volver a Santiago en 2013. Según el testimonio ante el tribunal de Luisa Toledo, esa situación causó "el destrozo del proyecto de vida que tenía". La posterior muerte de Oversluij empeoró el ánimo de Tamara. "Entró en una espiral de tristeza e ira", declaró su abuela.

Dejó los libros, la música y la pintura y la comunicación con su familia se hizo cada vez más escasa. "Entraba y salía de la casa rápidamente. No estaba quieta en ningún lugar. Estaba muy triste", recordó su abuela. En ese contexto, Luisa Toledo, quien trabaja con flores de Bach, le ofreció darle una preparación especial para que pudiera estar más relajada y conciliar el sueño. Tamara aceptó.

Pese a sus esfuerzos, Luisa relató que su nieta "era una persona distinta. No hacía lo que hacía todos los días. Empezó a quedarse más sola", lo que ella define como un estado de "profunda depresión". Marión, quien comparte con ella desde los cinco años, percibió el estado de Tamara e incluso se propuso "verla más seguido", asunto que no resultó.

El informe psiquiátrico solicitado por la defensa de Tamara, redactado por la doctora María Soledad Gallegos, diagnosticó un "episodio crepuscular psicótico", caracterizado por "sentimientos de angustia intensa" que habían llegado a producir "una detención en su vida". La tesis de demencia temporal fue rechazada por la fiscalía y querellantes, quienes presentaron su propio informe, realizado por una especialista del Servicio Médico Legal (SML). El documento dice que Tamara no presenta alteraciones patológicas de relevancia en el aspecto médico legal, aunque observa "en la peritada frialdad emocional, dificultad en empatía, incapacidad de sentir remordimiento o culpa respecto de hechos graves".

Una vecina que acompañó durante años a la familia en este recorrido lo resume de la siguiente manera: "Tamara es víctima de la situación en la que fue criada. Ha vivido toda su vida con gente que le enseñó que hay que odiar al mundo". Su abuela, por el contrario, defiende la crianza de su nieta y asegura que ellos nunca la incitaron a matar guardias o carabineros. "Lo que pedíamos era que se hiciera justicia. Eso es lo que mi nieta vio entre nosotros", asegura Luisa Toledo.

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Luego de dispararle a Ronaldo Vargas, Tamara partió a la 58° Comisaría de Carabineros de la Población Alessandri para acusar el robo de su bicicleta negra, la misma que dejó estacionada afuera del recinto. Antes de hacer el trámite pidió usar el baño, lo que alertó a los efectivos, quienes estaban al tanto de la búsqueda de una mujer con vestimenta oscura y características físicas semejantes. Le pidieron, entonces, la identificación y hacerle una revisión completa. Ella se negó.

Luego de forcejear un rato, los carabineros le quitaron el bolso donde guardaba la Taurus que le quitó al guardia después de los disparos. Además, portaba un alicate, una navaja, un pañuelo azul y el gorro con el que se identificó a Tamara en el video que la seguridad del banco registró del ataque. Después de su detención, fue sometida por orden de la fiscalía a diversos peritajes que, días más tarde, arrojarían una coincidencia entre las huellas de Tamara y las dejadas en el revólver que atacó al guardia.

A las 15.30, llamaron a Ana Vergara para avisarle que su hija estaba detenida por intento de homicidio. La madre llamó inmediatamente a su ex esposo y padre de Tamara, David Farías. Ambos partieron a la comisaría junto a Luisa Toledo. "Tenía una cara petrificada, sin emociones; no tenía ninguna expresión. Era una cara tallada en piedra. Muy fría", indicó su abuela en el juicio oral.

Durante la investigación, Tamara estuvo un año detenida en la Cárcel de Mujeres de San Miguel, donde se destacó por hacer amistades dentro del recinto y por el castigo de siete días sin visitas que recibió luego de bajarse los pantalones y mostrarle el trasero a una gendarme, acusando maltrato a su madre y abuela. El problema se originó por el protocolo al que las visitas carcelarias deben someterse, que en el caso de las mujeres obliga a las gendarmes a revisar bajo la ropa interior de quienes ingresan.

La familia, mientras preparaba la defensa, no perdió el tiempo. De enero del 2014 hasta la primera audiencia, organizaron cantatas, cartas abiertas y panfletos con leyendas como "¡Libertad para Tamara Sol!", así como también manifestaciones asociadas a la historia política de la familia Vergara Toledo.

Los defensores, Margarita López y Nelson Miranda, se hicieron cargo del caso en el que, como primera jugada, y una vez retomado el juicio, entregaron el informe psicológico de María Palacios, el que daba cuenta de rasgos esquizofrénicos y depresivos de Tamara al momento del ataque. El diagnóstico era psicosis y un estado crepuscular, lo que tendría que ver con la pérdida de memoria que Tamara dijo tener antes y después de dispararle a Ronaldo Vargas.

Esta misma versión era la que tenía Marión, quien en una de las visitas que realizó a su amiga en la cárcel comentó que Tamara "estaba muy confusa, porque ella no se acuerda del momento. No tiene noción de cómo fue, con detalles, de la situación. Ella, incluso, me comentó que sentía una presión (en la cabeza) y a partir de eso actuó".

Sin embargo, el informe de Alvaro Aliaga, psicólogo forense del SML, consideró que si bien Tamara presentaba algunas características propias de una depresión, al momento del ataque no tenía "alteraciones prominentes de sus facultades mentales", por lo que el hecho lo habría realizado a conciencia.

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Ha pasado un año tras la detención de Tamara. Increíblemente, Ronaldo Vargas sobrevivió al ataque y sigue ejerciendo como guardia de otra sucursal del mismo banco, pero quedó con secuelas en la cara y con la mitad de la lengua dormida, ya que una de las balas atravesó el interior de su rostro hasta alojarse en la nuca. Pese a que no se ha recuperado totalmente, ha preferido mantenerse al margen de declaraciones que inciten más violencia, al igual que sus cercanos.

Su victimaria, en tanto, luce pelo largo y ondulado. Cambió la vestimenta negra por un chaleco morado y blusa de puntos blancos. Poco se ve de la joven con aspecto agresivo y mirada tosca. En la cárcel "retomó sus habilidades manuales y volvió a pintar; volvió a ser una persona más humana, más cariñosa, más amable", declaró su abuela. Las audiencias han estado marcadas por desórdenes, golpes y amenazas de parte de la familia y amigos de Tamara a la prensa y a la fiscal del caso, Ninoska Mosnich.

Pese a que la fiscal y la parte querellante evitaron vincular el caso de Tamara al delito de Sebastián Oversluij y los hechos históricos de violencia dentro de la familia Vergara Toledo, la defensa lo utiliza como un condicionante para la conducta de Tamara.

El 4 de febrero, más de 60 personas tomadas de las manos forman un círculo frente al Centro de Justicia. Mientras abajo se vive la antesala de la condena, en el noveno piso del edificio D, donde sesiona el Cuarto Tribunal Oral en lo Penal, anuncian que Tamara deberá cumplir siete años de presidio efectivo por homicidio frustrado y hurto calificado. Ella sonríe mientras las protestas se intensifican. David Farías apunta al ministro del Interior, Rodrigo Peñailillo: "Nunca vi a ese señor luchar como lo hicieron los hermanos Vergara", grita.

Pese al descontento, su abuelo, Manuel Vergara, está más tranquilo que el resto de su familia. Dice, sin embargo, que lo que esperaban era "una sentencia mínima, ya que la persona a la que ella le disparó está bien, no tiene ningún problema físico ni psicológico. Ella era la que no estaba bien".

Su esposa, Luisa Toledo, en cambio, golpea a efectivos de Fuerzas Especiales, mientras Ana Vergara grita que Tamara es una prisionera política y que Chile sigue en dictadura. El ambiente es caótico. De pronto, Ana rompe en llanto. "Estamos orgullosos de ella. Es un ejemplo de valentía y dignidad", dice entre lágrimas.

Pese a todo, Tamara está tranquila. No le dieron la pena de 10 años solicitada por los querellantes y el proceso fue relativamente rápido. "Ella sabía que no iba a salir tan pronto. Supongo que va a sacar fuerzas para soportar siete años en la cárcel", dice Manuel.

La condena de Tamara teje la nueva historia de los Vergara. Una vecina que conoce a la familia dice que esta condena fue histórica: "Que metan preso a uno de los suyos es como la culminación para la familia Vergara. ¿Dónde más pueden ir después de esto?".