El ascensor se detiene en el cuarto piso del edificio James Clerk Maxwell de la Universidad de Edimburgo. Al salir, en el corredor me encuentro con él. La parka gris, los jeans y la camisa de pana color vinotinto le confieren un aire juvenil a sus 83 años. Tras un saludo afable, me comenta que la tarde anterior desistió de participar en la inauguración de la muestra que le dedicó la Royal Society, en la que lo esperaba el Duque de Edimburgo, esposo de la reina. "Tengo un dolor de garganta persistente y quiero cuidarme para una conferencia que debo dar la semana entrante". Ante mi preocupación por los efectos que tendría sobre su garganta la charla que vamos a comenzar, responde con un gesto despreocupado, que más tarde supe interpretar como la digna resolución de un súbdito británico que no vacilaría nunca en priorizar a un ciudadano común sobre un miembro de la realeza.

La mirada de Peter Higgs es intensa. Sus ojos pequeños y vivaces encuentran un marco portentoso en sus pobladas cejas canas. En conjunto, un rostro bonachón en el que, no obstante, se adivina una expresión de moderada pesadumbre. Quizás de melancolía por el obligado recuerdo del verano del 64 al que lo condena el acoso mediático. Higgs se expresa eligiendo las palabras. El acento británico potencia el magnetismo de su voz engolada. No hay mayores rastros de entonación escocesa, a pesar del más de medio siglo que ha vivido en Edimburgo y de que la familia materna procede de allí. Su abuelo era médico y luego de ejercer la profesión en barcos del todopoderoso imperio británico y en la exótica colonia de Ceylán, se instaló cerca de Gales, donde nació su madre. La familia del padre, "uno de los primeros ingenieros eléctricos de la BBC", procede de Bristol, "al menos desde hace dos siglos".

"Nací en Newcastle upon Tyne, donde mi padre había llegado, recién graduado, para trabajar en el centro regional de la recién fundada BBC. Al cabo de un año nos mudamos a Birmingham, donde pasé los siguientes 11 años. Era hijo único y en mi infancia sufría frecuentes accesos de asma y bronquitis. Por ello no empecé el colegio hasta los seis años. Pasaba muchos períodos sin ir a clases. Mi madre me enseñaba en casa". El recuerdo de infancia imprime un tinte plomizo al gris ámbar de sus ojos. "Cuando entré en la escuela estaba adelantado respecto a mis compañeros. Y esta ventaja se prolongó varios años. No era un niño muy sociable. No podía realizar actividades deportivas, de modo que no podía integrarme con los otros chicos".

La BBC decidió mudar sus centros de operaciones a Bristol, a fines de 1940, al considerar "que se encontraba suficientemente lejos de Alemania como para estar a salvo de sus bombarderos". Una amarga sonrisa asoma al recordar que "pocos días antes de nuestra llegada, el casco antiguo de la ciudad fue completamente destruido por aviones alemanes". Todavía recuerda las interminables noches durmiendo debajo de la escalera, resguardándose de los derrumbes producidos por las bombas.

"A los 13 años empecé a tomar lecciones de piano, pero ya era tarde: era demasiado autocrítico. No estaba satisfecho con mis progresos y abandoné muy pronto. Tenía los clásicos juegos de química y de electricidad y magnetismo. Me gustaba jugar con el Mecano, construir cosas que no fueran sólo decorativas, que de algún modo funcionaran. Siempre fui un entusiasta de los rompecabezas. De hecho, así veo yo a la física teórica: como un rompecabezas perpetuo del que no conocemos la solución. No tenemos el modelo final para poder comparar. Uno debe averiguarlo a medida que avanza a tientas".

En Bristol, Higgs ingresó en la Cotham Grammar School. "Era un chico muy estudioso. Utilizaba en casa los libros de mi padre. Gracias a ello, siempre tuve facilidad para las matemáticas". Pero si algo dejó huella en Peter Higgs fue un encuentro providencial. "Todas las mañanas comenzaban con una asamblea en el hall principal. En la pared del fondo se listaba a los alumnos más destacados de la larga historia de la escuela. Me llamó la atención la repetida aparición del nombre Paul Dirac y quise saber sobre él". Cuando estaba por terminar el bachillerato, "supe que era físico teórico, que había ganado el Nobel y que su campo eran las partículas elementales". De inmediato supo lo que quería hacer.

"En mi vida me encontré tres veces con Dirac. La primera, en 1959, cuando asistí a un curso que dio en Cambridge. Tenía la reputación de ser una persona que no decía nada que no fuera estrictamente necesario. En sus clases, ¡leía su libro!". Pocos años después, "me lo volví a encontrar en un andén de la estación central de Viena, de camino a una conferencia en Varsovia". Ante un Dirac impasible, "toda la conversación fue con su esposa". El último encuentro fue en 1981, "cuando vino a Edimburgo a dar una charla". La fama de Higgs ya era universal. Dirac no lo recordaba e hizo gala de su proverbial laconismo: "¿Es usted el Higgs del bosón?". La respuesta afirmativa no marcó el inicio de un jugoso diálogo. "¡No dijo nada más!", agrega Higgs y lanza una carcajada.

Ante la imposibilidad de ser discípulo de quien probablemente sea el genio más parco de la historia de la ciencia y con quien acabaría compartiendo el privilegio de "haber inventado una nueva partícula", Higgs hizo su doctorado en el King's College de Londres. Investigó la dinámica de moléculas helicoidales, al mismo tiempo en que, a pocos metros de distancia, en el mismo pasillo, Rosalind Franklin tomaba las primeras imágenes de la molécula de ADN. "No llegué a hablar con ella. Era muy tímida".

En el mismo pasillo trabajaba Morris Wilkins, "quien me dio clases de óptica en la carrera". Wilkins compartiría con James Watson y Francis Crick el Nobel por el descubrimiento de la estructura de la molécula de ADN. "Mi interés por las moléculas helicoidales no tenía nada que ver con el ADN. Provenía de Linus Pauling, quien escribió sobre este tipo de estructuras en proteínas. Los biofísicos estaban muy decepcionados porque los físicos teóricos estuviéramos interesados en moléculas tan pequeñas", recuerda. Higgs, de hecho, publicó cuatro trabajos en 1953, ignorando que el 28 de febrero, a media hora de allí, en el pub The Eagle de Cambridge, Crick anunció el descubrimiento del "secreto de la vida" en una larga molécula de estructura helicoidal. Como consuelo, sus trabajos le permitieron acceder a una beca con la que al fin pudo hacer lo que quería: física de partículas en Edimburgo.

El momento en el que germinó la idea que le dio fama imperecedera no tuvo lugar mientras caminaba por las montañas del norte de Escocia, como afirman todas sus biografías. "La última vez que salí a caminar por las Cairngorms fue en 1957, siete años antes de que sucedieran los hechos", dice riéndose. Lo cierto es que Higgs se ocupaba de la biblioteca, lo que incluía recibir y ordenar manuscritos enviados por otros institutos. El 16 de julio de 1964 llegó a sus manos un artículo de Walter Gilbert, cuya lectura desencadenaría, en sólo tres semanas, un vuelco en su vida. Llevaba un tiempo dándole vueltas a una idea que no acababa de tomar forma y que el trabajo de Gilbert refutaba. Se dio cuenta de que éste estaba equivocado, lo que le permitió apuntillar su propia idea. Escribió de inmediato un artículo que envió a la revista europea Physics Letters. Ignoraba que Robert Brout y François Englert habían llegado a conclusiones similares en un trabajo pendiente de publicación en la estadounidense Physical Review Letters.

Escribió un segundo artículo, la semana siguiente, que fue rechazado por el editor de la revista. Disgustado por ello, Higgs no podía imaginar que a la larga le estaría eternamente agradecido. En su afán por hacer el artículo más claro, amplió un poco la explicación y lo publicó en Physical Review Letters. Entre las líneas agregadas, se encuentra aquella que sugiere la existencia de una partícula elemental que acabó adoptando su nombre. Al igual que ocurriera con Dirac y el positrón, el bosón de Higgs fue un subproducto inesperado de una construcción teórica que tenía otros fines.

Hubo que esperar unos años para que las ideas de Higgs se hicieran robustas y su apellido resultara un ícono en el universo de la física de partículas. El bosón de Higgs tiene pedido de caza y captura firme desde hace 35 años. "En otoño de 1976 estuve dos meses en el CERN, en la planificación de un nuevo acelerador, el LEP, que acabó confirmando la validez del Modelo Estándar, pero fue insuficiente para encontrarlo". La espera se prolongó unas décadas más, hasta el 4 de julio pasado. En un abarrotado auditorio principal del CERN, Peter Higgs no pudo reprimir las lágrimas frente al anuncio del descubrimiento.

El 9 de octubre se otorgó el premio Nobel de Física. Las agencias especializadas no contaban con que se premiara, por prematuro, el hallazgo del bosón de Higgs. Las encuestas al público, en cambio, auguraban por aplastante mayoría un reconocimiento inmediato. Esta entrevista tuvo lugar antes de ese día. Frente al escenario de una llamada desde Estocolmo, en la mañana del día 9, un despreocupado Higgs precisó que "he sido remiso a atender el teléfono en el último tiempo", debido al acoso mediático que resulta agobiante para alguien tímido y reservado. "Espero a que el teléfono deje de sonar, para revisar la identidad de quien me llama y decidir si devuelvo la llamada". Le pregunté si el 9 de octubre pensaba hacer una excepción. "Supongo que sí", respondió, con una contenida carcajada. "La primera vez que escuché que había sido propuesto para el Nobel fue en 1980. Ha sido una posibilidad cierta durante largo tiempo. Si no suena el teléfono, habrá que esperar un año más".

Y un año más persistirá la incógnita de saber quiénes serán los premiados. Un máximo de tres personas pueden compartir el Nobel. Higgs no duda un segundo: "¡Obviamente Englert! Es una verdadera pena que Brout haya fallecido antes de escuchar el hallazgo experimental. Estrictamente hablando, ellos tienen la prioridad y Englert es quien ha sobrevivido. Aunque no lo hicieran explícito, su trabajo predice al bosón".

Hay más nombres. En 1964, Gerald Guralnik, Carl Hagen y Tom Kibble también publicaron un artículo sobre el tema. Por eso, en caso de sumar un tercer premiado al Nobel, Higgs se inclina por Kibble: "Fue él quien generalizó mi trabajo (en 1966), dándole la forma utilizada por Weinberg para completar el Modelo Estándar. Si yo estuviera en el Comité Nobel, usaría esto para inclinar la balanza en su favor".

Victoria Martin fue alumna suya en 1996, el año de su retiro, y desde entonces se ha dedicado a la búsqueda del famoso bosón, junto a una veintena de investigadores de la Universidad de Edimburgo que participan en el experimento Atlas del LHC. "El siempre ha sido muy modesto en relación a sus logros. Si bien creo que siempre confió en que el día llegaría, nunca lo vi mencionar convencido que el bosón debía existir, hasta el anuncio del 4 de julio", comenta. "Peter me parece el perfecto caballero edimburgués: muy educado, delicado al hablar y muy modesto. Es un hombre de múltiples talentos". Es conocida su afición incondicional por el Festival de Edimburgo. "Ha rechazado invitaciones a conferencias por no perderse la atmósfera multicultural de la ciudad en esos días".

Padre de dos hijos, Higgs se separó de su esposa, pero mantuvo la amistad con ella hasta que falleció, recientemente. Desde su retiro, pasa la mayor parte de su tiempo en casa y asiste a museos, conciertos y al teatro. "Me temo que no me gusta el fútbol, soy una vergüenza para mis nietos", confiesa. Su padre sólo escuchaba jazz y él se inclinó por la música clásica, "me gustan especialmente Bach y Händel. También los contemporáneos". Su hijo menor es músico de jazz y asistió al anuncio del 4 de julio desde el auditorio de la Universidad de Edimburgo. Higgs es también un ávido lector, "entre los novelistas ingleses contemporáneos, me entusiasma Ian McEwan".

El mayor de sus dos nietos, Joe, acaba de empezar la secundaria. En el primer día de clases se encontró con un póster de su abuelo y el LHC. Eso despertó su curiosidad por la ciencia. ¿Cómo le explicaría a su nieto sus contribuciones a la ciencia? La explicación de Higgs es técnica y precisa, con mínimas concesiones. Le hago ver que sólo un físico sería capaz de entenderla, pero él me dirige una mirada lacónica y se encoge de hombros, dejando entender que, lamentablemente, cualquier explicación más entendible sería inadecuada.

El 11 de septiembre de 1973, Peter Higgs estaba en Aix-en-Provence, en una conferencia de la Sociedad Europea de Física. Al llegar el turno de un colega italiano, miembro del Partido Comunista, el auditorio se vio impactado por una transparencia en la que aparecía la bandera chilena cubierta de sangre, mientras el conferencista anunciaba lo que acababa de acontecer a miles de kilómetros. Sus palabras polarizaron a la audiencia. Recuerda Higgs: "Había unas cuantas personas que simpatizamos con su denuncia, pero recuerdo a un grupo de colegas alemanes sentados a mi lado que estaban indignados porque se introdujera un tema que consideraban político en una conferencia científica".

El había seguido con gran interés la realidad chilena, en tiempos en los que "resultaba cada día más claro que alguien intentaría sacarse de encima a Allende, con una pequeña ayuda de los Estados Unidos, sobre todo por lo que estaba haciendo con la industria del cobre, que afectaba hasta la irritación a sus intereses. Recuerdo a un colega chileno, Igor Saavedra, avergonzado por haberme dicho, pocos días después del golpe, que él no creía que hubiera tortura en Chile". Higgs participó luego en las actividades que se desarrollaban en Escocia, "al igual que en otros países europeos", para ayudar a los refugiados chilenos, "gente que había sido lo suficientemente afortunada para abandonar el país".

Sobre el final de la entrevista, vamos a la sala de café del Departamento de Física, acompañados por Alan Walker, físico de partículas experimental y persona de su confianza, a quien la flamante celebridad de Higgs ha convertido, en la práctica, en su asistente personal. En pocos minutos, Higgs se entera de media docena de invitaciones y propuestas llegadas en las últimas horas. Tras descartar la mayoría de ellas, culmina nuestra conversación del modo más desconcertante. El hombre que predijo la existencia de la partícula elemental más buscada, último ladrillo del Modelo Estándar, cuya detección demandó la construcción de una máquina de miles de millones de euros y el trabajo de miles de físicos e ingenieros, el hombre que está en la cuenta atrás para recibir el Nobel, acotó, con la mayor simpleza: "Perdón, me tengo que ir porque pierdo el autobús".

(*) José Edelstein es profesor de física teórica de la Universidad de Santiago de Compostela.