Señor director:
No conforme con la división poco estética de tiempos de la administración Ravinet, la reglamentación y aumento de costos de las patentes de alcoholes y la limitación en su número en los últimos años, la alcaldesa de Santiago, una vez más, busca reglamentar los horarios de venta de alcohol, reduciéndolos significativamente, como si las botillerías fueran el centro formativo y causa del delito en la comuna. Esto no ha sido verificado por estudio alguno; es, más bien, una petición moralista de algunos vecinos que constituye una visión reduccionista del problema del alcohol.
Lo que es real es que muchas familias de clase media viven de esas pequeñas botillerías. Muchos de esos locales han permitido pagar los estudios de la primera generación de profesionales. Por eso no se ve con buenos ojos que una vez más se responsabilice del alcoholismo a esos pequeños locales del comercio, que subsisten a pesar de los inspectores, de la burocracia, de los asaltos, de proveedores monopólicos, de los precios predatorios de los grandes y un sinfín de problemas a los cuales el Estado ha hecho oídos sordos.
Gonzalo Andrés Vidueira Mociño