La cadena de atentados que ayer sacudió Irak dejó al menos 84 muertos y 250 heridos, convirtiéndose así en la mayor matanza desde la retirada de las tropas estadounidenses en diciembre pasado. En total, 42 ataques distintos en Bagdad y otras nueve ciudades, pero con un objetivo único: la comunidad chiita. Aunque nadie reclamó la autoría, todo apunta hacia los grupos extremistas sunitas que intentan reabrir la brecha sectaria que llevó al país al borde de la guerra civil entre 2006 y 2007 y, de paso, tumbar al gobierno de Nuri al Maliki, cuyas políticas no han ayudado a cerrar aquella herida.
El primer atentado, que causó 22 muertos y unos 50 heridos, ocurrió en Hilla, una provincia mayoritariamente chiita, como el resto del territorio al sur de Bagdad. Dos autos bomba estallaron en la puerta de restaurantes frecuentados por miembros de las fuerzas de seguridad, según Reuters. En Bagdad, al menos 30 personas murieron y otro medio centenar resultaron heridas en una decena de explosiones en diversos barrios. Casi de forma simultánea se produjeron ataques en Kerbala, Aziziya, Balad, Baquba, Faluya, Hit, Mosul y Kirkuk.
Esta oleada, que empezó al amanecer y se prolongó hasta media mañana se produce cuando los chiitas se disponían a celebrar el aniversario de la muerte de Musa el Kadim, el séptimo imán de los 12 que venera esa comunidad. Decenas de miles de fieles caminan desde todas las partes del país hasta las mezquitas de Kadimiya, en el norte de la capital.
"Lamentablemente, no es nada nuevo y se esperaba", declaró un observador político. Para los extremistas sunitas, esos peregrinos son herejes, pero más allá de consideraciones doctrinales, lo que subyace es una brutal lucha por el poder en la que los distintos grupos iraquíes corren el riesgo de convertirse en meros peones. Aunque desde los nefastos años entre 2006 y 2007 la violencia se redujo notablemente en Irak, tras la retirada de las tropas estadounidenses en diciembre pasado ha habido un notable repunte. La mayoría de los analistas lo atribuyen a la tensión entre sunitas y chiitas, que se ha traducido en una grave crisis política que paraliza el gobierno de Al Maliki. Los sunitas acusan a éste, de origen chiita, de no compartir el poder entre los grupos que apoyaron su nombramiento. Pero el astuto primer ministro ha logrado sortear todos los intentos de someterlo a una moción de censura.







