Ha sido el Padre Hurtado en un telefilme de Canal 13. Ha sido el poeta Vicente Huidobro en otro de TVN. Ha sido un ciego que apenas recupera la vista en Ilusiones ópticas, la película. Ha sido también ("porque hay que parar la olla") un papá que le explica a su hijo que "cuesta mucho decirte que no", en un comercial de un banco, y varias veces Drácula en la campaña de un helado.
Iván Alvarez de Araya Kanterovitz (34) ha sido esos y otros personajes más, pero ni cerca uno tan oscuro, desquiciado y cruel como el que actualmente lo tiene en pantalla: Mauro Pastene, un despiadado agente de la CNI en la serie de TVN Los archivos del cardenal. Un tipo de peinado y bigotes impecables, que golpea a sus víctimas tarareando a Paloma San Basilio, que tortura al son de José Luis Perales y que al final de la jornada llega a casa para acariciar dócilmente a su pequeño hijo. Del horror al amor en un chasquido.
Lejos de la caricatura del villano unidimensional, su caracterización es parte de lo mejor de la serie. Hay en ella mucha más contención que desborde, y puede valerse de muy pocos elementos -un rostro impasible, una mirada perdida- para insinuar complejidad. El actor parte por restarse méritos -"está muy bien escrito el personaje", reconoce-, pero en seguida explica que su trabajo a la hora de construirlo no fue fácil. "Traté de entender cómo alguien puede llegar a hacer eso. Evidentemente, tengo que defender a mi personaje, uno como actor está entrenado desde la escuela de teatro para eso. ¿Logré entenderlo? Sí, ahora no sé si justificarlo", explica.
Pese a que el torturador va tomando más importancia con el correr de los capítulos, su rol dentro de la serie es complementario. Aun así, Alvarez de Araya ya lo considera como el más significativo dentro de su carrera y a la serie de TVN como el producto audiovisual que más contento lo ha dejado. "Me siento colaborando con un pequeño grano de arena a la historia de nuestro país, porque creo que esto era muy necesario de contar", dice.
Más allá de la serie
En persona, el actor es un tipo afable y tranquilo. Que puede parecer serio, pero no lo es; es sólo de aquellos que no necesitan levantar la voz para subrayar una idea, ni reírse mucho para tirar un chiste. En el trabajo es polivalente: no sólo actúa, sino que también dirige teatro y escribe guiones. Dirigió la primera obra del Gran Circo Teatro (Todos saben quién fue) tras la muerte de Andrés Pérez, a quien considera su mentor. También dirigió Buster Keaton, una adaptación de la obra El paseo de Buster Keaton, de García Lorca. Y tomando un curso de guión fue que conoció al director Orlando Lübbert (Taxi para tres), quien lo reclutó para El circo, película que se rueda por estos días.
En ella, su personaje se sitúa en la vereda opuesta del que hace en Los archivos del cardenal: junto al actor Roberto Farías encarnan a dos presos políticos que, a punto de ser fusilados en un puente, se lanzan al río y terminan refugiándose en un circo. Ese rodaje, el actor lo está alternando con el de Londres puertas adentro, donde interpreta a un ruso que reside en Inglaterra y en el cual comparte set con actores como Paulina García y Diego Ruiz. También se le verá pronto en la película de Pablo Perelman La lección de pintura, en el papel de un fascista. "Te prometo que a la próxima te hago de revolucionario", le dijo, con humor, el director, cuando hace poco vio su actuación en la serie.
Su actor preferido es el británico Gary Oldman, llamado por los cinéfilos como "el mejor actor nunca nominado al Oscar". Le gusta, dice, por su capacidad de transformarse y mimetizarse con cada personaje. Oldman, quien fuera el Drácula de Coppola en los 90, ha construido un sólido prestigio a punta de múltiples actuaciones y un perfil privado más que discreto. De acuerdo con la personalidad y las cualidades de Alvarez de Araya, suena como un excelente -y muy posible- modelo a seguir.