Chile no existe como escena artística en el mundo, a excepción de algunas figuras que ostentan un sitial por méritos propios, como Alfredo Jaar, Juan Downey, Eugenio Dittborn, Juan Dávila o Iván Navarro, quienes se mueven con estándares internacionales y altos presupuestos.
Navarro (36) representa hoy la punta de lanza de la nueva arremetida internacional del arte chileno, producto de una millonaria inversión del Estado y auspiciadores privados que gastaron medio millón de dólares en llevarlo a la próxima Bienal de Venecia. Gracias a este presupuesto, por primera vez el país tendrá un pabellón propio, de 300 metros cuadrados, en la 53º versión del centenario encuentro, el gran escenario mundial del arte contemporáneo, que desde el 7 de junio atraerá a más de 300 mil personas.
En Venecia si un país no tiene un pabellón propio pasa completamente inadvertido. A diferencia de otros años, el nuevo espacio chileno gozará de gran visibilidad, al estar ubicado en el epicentro de la Bienal, contiguo al concurrido pabellón de Emiratos Arabes Unidos, países que con expectación también participan por primera vez. En 2001, para la histórica presentación de la obra de Juan Downey, Chile ya había tenido un recinto propio, pero correspondía a un lugar apartado de las exposiciones principales.
Iván Navarro, el representante chileno de este año, genera altas e inéditas expectativas. Tras estudiar Arte en la Universidad Católica, desde 2000 se radicó en Nueva York. Hoy su firma tiene renombre internacional. Figura en la colección del inglés Charles Saatchi, en abril acaba de inaugurar un nuevo museo a las afueras de Londres (el Towner Art) y trabaja con dos de las mejores galerías de Europa: Daniel Templon, de París, y Distrito 4, de Madrid. Los curadores y coleccionistas que visitarán la Bienal ya conocen su obra o tienen antecedentes, algo fundamental para tener un mínimo de visibilidad. Asimismo, siete revistas internacionales cubrirán con contenidos especiales la participación de Chile en Venecia.
Downey, Jaar y Navarro
Navarro es considerado heredero de la obra de Downey y Alfredo Jaar, artistas nacionales que también vivieron en Nueva York.
"Son una trilogía y un ciclo que se cierra también", explica Antonio Arévalo, curador chileno radicado en Italia y encargado de la muestra de Venecia junto a Justo Pastor Mellado. "Iván Navarro entiende muy bien el sistema del arte internacional. El curador cubano Gerardo Mosquera, autor del libro sobre arte chileno Copiar el Edén (cuya versión web también será lanzada en Venecia), habla de esa característica. Estos tres artistas no tienen el complejo del resto de los chilenos de tratar de encontrarse a sí mismos entre las barreras de la cordillera. En ellos hay una gran capacidad de entender el mundo y usar el sistema del arte a su favor".
Hágase la luz
Aunque la Bienal se inaugura oficialmente a público el 7 de junio, entre el 4 y 6 de ese mes estará abierta en exclusiva a coleccionistas de arte, curadores, directores de museos, prensa especializada, académicos, artistas visuales y representantes de instituciones culturales. El 5 de junio se realizará la inauguración de la exposición de Navarro.
El espacio propio viene a solucionar los problemas que sufrieron los participantes chilenos de versiones pasadas (Eugenia Vargas el 2003, Gonzalo Díaz el 2005 y Mónica Bengoa el 2007), quienes no lograron mayor visibilidad e impacto por no contar con un espacio propio, idóneo y ubicado en un sector concurrido. Para solucionar ese escollo este año por primera vez se han combinado recursos y gestiones de la Dirac, ProChile, Fundación Imagen País y la galería francesa de Navarro.
En dos semanas más, el público general y el especializado se adentrará en un pabellón chileno completamente oscuro, donde se descubrirán incandescentes esculturas de neón, que serán los únicos elementos que iluminarán el lugar. Pocos trabajos de artistas chilenos pueden apelar a la escala monumental de un espacio de 300 metros cuadrados. Esa es la gran ventaja de la obra de Navarro, que en su conjunto se titula Umbral (Threshold).
El chileno no tuvo que crear una obra única para Venecia. Como tiene un pabellón entero a su disposición, mostrará un recorrido por su trabajo, una trayectoria. Se trata de una serie de 13 puertas de aluminio, cada una con un juego de espejos y luces que produce una sensación de infinito al mirar a través de ellas, un efecto óptico como si se hubiera hecho un túnel o un pasillo a través del muro del pabellón. Precisamente, el título de esa obra es Death row (Corredor de la muerte). Cada puerta tiene un color diferente y en su totalidad el conjunto puede recordar, según ha contado el propio Navarro a La Tercera, un arcoíris, figura con múltiples subtextos políticos.
El gigantesco arcoíris será acompañado por otras dos obras. Una de ellas es un video llamado Resistencia, filmado en Times Square, Nueva York. El artista recorre la ciudad pedaleando en una bicicleta que tiene un dínamo a través del cual genera electricidad para alumbrar un carro de arrastre. Ese carro va a llevar, a su vez, una de las sillas con tubos de neón de Navarro que se va a prender con la energía generada a través de su esfuerzo físico. Los objetos reales también van a ser expuestos en Venecia, en paralelo al video.
La tercera obra se llama Bed (Cama). Es un espacio circular ubicado en el piso que también funciona como un juego de espejos. En este caso recrea una profundidad a los pies del espectador. Al interior de esta obra circular se leerá la palabra BED escrita con luz de neón. Gracias al reflejo, esta palabra se repetirá hacia abajo, transformándose en una línea abstracta similar a una escalera.
Navarro siempre ha trabajado los temas de la luz y la generación y traspaso de energía. Aunque use tubos de neón, los expertos no lo relacionan con otros chilenos que utilizan recursos parecidos, como Gonzalo Díaz. "La obra de Navarro no tiene referentes nacionales sino internacionales. Se le puede comparar con el italiano Mario Mertz o el pintor abstracto norteamericano Ellsworth Kelly", remata Arévalo.
Extranjero en cualquier parte
El video de Venecia recuerda una de las performances más célebres del chileno, realizada en EEUU. Un robo de bencina le permite al artista alimentar, a través de un generador, un ingenioso y artesanal carro de supermercado de neón que va cambiando de color. Con el carro recorre melancólicas y solitarias líneas de tren hasta una estación abandonada de los suburbios de Nueva York, mientras se escucha de fondo una canción sobre la falta de identidad que dice: "No soy de aquí, no soy de allá".
En su catálogo, Navarro explica la obra de Venecia y para ello hace una cita a Roberto Bolaño, quien en una entrevista reflexiona sobre el concepto de umbral y el proceso creativo del escritor: "Hay un tercer silencio literario que es el no buscado, el de las sombras que uno estaba seguro que estaban allí en el umbral y que no han llegado a ser jamás hechos tangibles". No se equivoca Navarro al citar a Bolaño. Ambos son creadores con plena conciencia de su oficio. Al igual que el autor de Los detectives salvajes, en sus obras el artista chileno no se olvida de su historia y origen, los que representa alternativamente entre la oscuridad y la luminosidad, sintiéndose extranjero en cualquier parte.