Entró disparando como un pistolero de medianoche, en medio de una nube de humo y confusión. Apareció armado en el cine Century 16 de Aurora, en el estado de Colorado, matando a 12 personas e hiriendo a otras 58. Pero antes de esa madrugada del 20 de julio, James Eagan Holmes era otra persona. Estudiaba un doctorado en neurociencia y, públicamente al menos, no había demostrado demasiados síntomas de las cosas que sucedían en su cabeza. Eran apenas detalles. Cosas como armar un perfil en la red social para encontrar parejas Match.com. Ahí decía que tenía 24 años, que buscaba mujeres de entre 19 y 38, que definitivamente deseaba tener hijos, que medía 180 cm, que era agnóstico y que bebía socialmente. Aunque quizás lo más revelador no era lo que decía, sino lo que mostraba. En el recuadro izquierdo donde aparece su foto, sale un retrato, probablemente captado con una webcam, donde Holmes muestra el pelo anaranjado que captó la atención del mundo cuando las cámaras lo enfocaron en la formalización del lunes pasado.

Lo complicado del caso es lo que bien explicó Kathleen Puckett, antigua funcionaria del FBI, experta en comportamiento humano, al noticiario de la cadena CBS: que muchos pistoleros solitarios, como Holmes, son tipos inteligentes, con funciones cognitivas normales, habilidad para recordar cosas, prestar atención y concentrarse. Que, como ella misma escribió en un informe para el FBI hace años, "básicamente, no hay ningún denominador externo que uno pueda identificar" de antemano.

Por eso, son casos tan jodidos. Porque las únicas señales se esconden en la cabeza, en ese universo encriptado que James Holmes había convertido en su materia de estudio desde hace seis años. Porque casi nada, dicen los expertos, permite descubrir a alguien que será capaz de disparar en medio de un cine. Los rasgos son generales: hombres jóvenes, tímidos y algo inadaptados, como diría a la televisión Jeffrey Swanson, experto en violencia y enfermedades mentales de la Universidad de Duke. Bajo esos parámetros entraba James Holmes, pero también cientos de miles más. Los especialistas en Estados Unidos los llaman sencillamente los "lobos solitarios": pistoleros que actúan solos, por su cuenta, buscando algún tipo de justicia o venganza.

Algo así captó Glenn Rotkovich.

El 25 de junio, Rotkovich recibió una postulación a su club de tiro, el Lead Valley Range, en la pequeña localidad de Byers, a unos 40 minutos en auto desde Aurora. El solicitante era James Holmes, quien declaraba no ser parte de la Asociación Nacional de Rifles, no consumir drogas ni tener antecedentes criminales. De hecho, su único antecedente en los registros policiales era el de un parte por estar mal estacionado. Por eso, Rotkovich pasó a llamarlo para extenderle la invitación a la reunión de orientación que por ley le exigía el Estado. Allí lo entrevistaría personalmente, le cobraría los US$ 250 dólares de inscripción y mensualidad, le explicaría las reglas del club y los protocolos de seguridad. Rotkovich, como le explicó a Fox News, planeaba agendar esa cita para el 1 de julio. Pero Holmes no contestó ninguna de las tres veces que Glenn lo llamó. Lo único que Rotkovich pudo escuchar fue la grabación en el buzón de mensajes. "Sonaba como una mezcla de quejidos en el fondo con los chillidos y risas exageradas de un personaje de una película", recordó.

Semanas más tarde, cuando se enteró de la matanza en el Century 16, Rotkovich le encontró una explicación a esa voz en la grabadora. Les dijo a las agencias de noticias que estaba seguro. Que esa era como la voz del Guasón.

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El teléfono sonó en la casa de Robert Milton y Arlene Rosemary Holmes el viernes 20 de julio a las 5.45 de la mañana. Del otro lado de la línea un periodista de la cadena ABC le preguntó a Arlene si era la madre de un James Holmes que vivía en Aurora y que había protagonizado una matanza en un cine. Arlene, que vive con su marido en un barrio de clase media acomodada de San Diego, California, contestó a medio despertar que sí, "que tenían a la persona correcta".

Los periodistas entendieron que Arlene les confirmaba así que su hijo era el autor de la matanza, como si hubieran sabido de antemano lo que James haría en el cine y que no la sorprendía. Por eso, el martes pasado, afuera de la casa de los Holmes, la abogada de la familia, Lisa Damiani, leyó un comunicado diciendo lo obvio: que ni Arlene ni Robert intuían que su hijo podría hacer algo así, que apoyaban a las víctimas y que pedían que se respetara su privacidad, porque no hablarían sobre su hijo o la familia.

Desde entonces la opinión pública trató de encontrar en la biografía de James Holmes las pistas que llevaron a su descalabro. Sólo que en ese puzzle aún faltan piezas para entender por qué entró armado al estreno de la última película de Batman.

Lo que sí se sabe es esto: que nació el 13 de diciembre de 1987, que es hijo de un matemático que trabaja como gerente en una empresa de software y una enfermera, que se crió en San Diego, que estudió en el Westview High School, donde jugó fútbol con la camiseta 16 y corría por el equipo de cross country. Un ex compañero de colegio les dijo a los medios que Holmes era algo perno, que no hacía grandes esfuerzos por hacer amigos, que tenía un sentido del humor oscuro y sarcástico y que durante sus últimos años de educación media almorzaba con él y dos compañeros más, "cuatro tipos que no tenían mejores amigos en el colegio y que se reunían a almorzar". Jerald Borgie, el pastor de la iglesia luterana a la que la familia Holmes acudía en el barrio de Peñasquitos, al norte de la ciudad, contó que nunca vio a James hacer vida social con otros niños en la iglesia. Que la familia Holmes lleva una década yendo a su iglesia y que no veía a James hace unos seis años. Pero que recuerda la figura de ese niño que, sin alardear, sentía orgullo por su habilidad académica.

Entre 2006 y 2010, Holmes se fue a estudiar neurociencia en la Universidad de California Riverside. Un programa académico que, según describe la propia universidad, hace "énfasis en las funciones del sistema nervioso al nivel molecular, celular, cognitivo y de comportamiento". Algunos de sus contenidos son "neuroanatomía, neurofisiología y neuroquímica en humanos y otros animales. También mecanismos neurales subyacentes a la función del sistema sensorial y la percepción, la organización neural del comportamiento, desarrollo del sistema nervioso y los mecanismos neurales del aprendizaje y la memoria". El rector Timothy P. White, luego de la tragedia, dijo en un comunicado que "las ciencias neurológicas son una rigurosa área de estudio en el campus. El fue un estudiante que se graduó con honores. Era de los superiores entre los superiores". Una antigua compañera de edificio en Riverside, llamada Jessica Cade, dijo que Holmes era un buen tipo, muy inteligente y un poco raro. "Era como esperarías que fuera un tipo súper inteligente". Otros compañeros explicaron que James Holmes era la clase de alumno que no necesitaba tomar muchos apuntes. Que le bastaba con poner atención en clases para sacar una A en las pruebas.

Cade contó también que fuera de clases Holmes se entretenía con videojuegos. Que era normal verlo con otros tipos en su pieza jugando Guitar Hero, o trabajando durante el verano de 2008 como consejero para niños vulnerables en el Campamento Max Straus de Glendale, en California.

A los 22 años, todo indicaba que James Holmes sería parte de esa pequeña elite joven que logra conseguir las cosas que persigue. Después de postular al doctorado en neurociencia de la Universidad de Arizona, y no quedar, en 2011 fue aceptado en el PhD de la Universidad de Colorado, cuya facultad, el Anschutz Medical Campus, queda en Aurora. Llegó allá con una beca de US$ 26.000 de los Institutos Nacionales de Salud, que dependen del gobierno de Estados Unidos. Holmes fue uno de los seis postulantes a doctorados en neurociencia de todo el país que la ganaron. En el doctorado tenía 34 compañeros y vivía en el tercer piso de un edificio para alumnos de posgrado del campus Anschutz Medical, ubicado en el número 1690 de la calle Paris, casi en la intersección entre Peoria y la Avenida 17 Este.

Adam Goldstein, periodista del Aurora Sentinel que ha vivido toda su vida en esa ciudad de 325.000 personas, dice que "el edificio de Holmes queda en la parte norte de la ciudad, conocida como Aurora vieja. Peoria, de hecho, es la calle más grande de Aurora, donde puedes encontrar todos los contrastes de la ciudad. Desde el campus de la universidad en el que se invierten millones de dólares y edificios para gente de buenos ingresos, hasta barrios más obreros. De todas formas, donde vivía Holmes era un buen barrio, cerca de su campus".

En la descripción de Goldstein, Aurora es una ciudad con un 8,2% de cesantía y que, a pesar de la presencia de la Facultad de Salud de la Universidad de Colorado, está lejos de ser una ciudad universitaria. La mayor parte de los empleos los generan la base aérea de Buckley y el comercio. Goldstein dice que ahora los vecinos caminan con temor por los lugares públicos y que, de un fin de semana a otro, la venta de armas subió un 43%.

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Nada de lo que se ha descubierto hasta ahora permite intuir qué esperaba encontrar Holmes estudiando los mecanismos del cerebro. Lo único que existe es un video de una exposición que hizo a los 18 años en una feria científica, durante sus inicios universitarios. Ahí, en un video casero donde se ve pálido, con el pelo corto y oscuro y una camisa demasiado grande, aparece James Holmes explicando su interés en las ilusiones temporales que, en sus palabras, "son ilusiones que permiten cambiar tu pasado". Decía estar trabajando "en experiencias subjetivas, que es lo que sucede al interior de la mente, en comparación con lo que realmente sucede en el mundo exterior".

Antes de hablar con un PowerPoint a sus espaldas, Holmes fue introducido como un tipo que apuntaba a hacer descubrimientos científicos, que disfrutaba del fútbol, los juegos de estrategia y que soñaba con ser dueño de una máquina de sorbetes. Cuando la presentadora dijo eso, James, que en esos años aún era Jimmy Holmes, sonrió.

Quizás, encerrado en su departamento del tercer piso en Aurora, rodeado de afiches de Batman, jugando a veces en su computador, Holmes, antes de convertirse en el Guasón, esperaba entender algo en el cerebro que nadie antes hubiera entendido. Quizás algo en la forma en que procesamos los recuerdos o cómo traducimos internamente el mundo. Sea por los motivos que sea, su rendimiento pronto decayó. El rumor que circula, y que la Universidad de Colorado aún no ha salido a desmentir, es que Holmes dejó de asistir a clases a principios de junio, que botó el programa y que no le fue bien en un examen oral al final del año académico.

Y aquí comienzan las teorías. El Daily Mail inglés dice, por ejemplo, que una de ellas es que terminó con una novia y eso produjo el bajón académico. La otra, menos emotiva, que publica el diario británico, es que como el edificio donde residía era solamente para alumnos de la universidad, Holmes, que habría dejado el doctorado, tenía 30 días para abandonar su departamento. Y que el jueves en la noche, antes de salir en su Hyundai cargado con dos pistolas Glock calibre .40, una escopeta calibre .12 y un rifle de asalto automático AR-15 con un tambor con capacidad para 100 disparos, a Holmes le habrían quedado sólo algunos días antes de verse obligado a abandonar el edificio de Paris 1690 y dejar la vida en Aurora a sus espaldas.

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El cine Century 16 de Aurora, como su nombre lo especifica, tiene 16 salas. Según el periodista Adam Goldstein, es el más grande de la ciudad. Queda en el complejo conocido como Town Center de Aurora, donde también hay un mall. Goldstein dice que es cómodo y que va mucha gente. "Como queda a un costado de la autopista 225, es normal que gente de pueblos cercanos, como Watkins, Bennet o Strasburg, vaya allá cuando quieran ver una película".

Una entrada allí cuesta US$ 6,50. Eso pagaron el jueves 19 de julio, en las horas previas, los asistentes que llegaron a la sala 9 para el estreno de medianoche de la última película de Batman: El caballero de la noche asciende. Antes de llegar hasta allá en su Hyundai, y de estacionarlo detrás del cine, Holmes se había preparado. El 22 de mayo compró una de sus Glocks en la tienda Gander Mountain. El 28 del mismo mes adquirió una escopeta en la Bass Pro Shop de Denver. El 7 de junio pagó por el rifle AR-15 y el 6 de julio se hizo de la segunda Glock. Todas estas compras fueron legales. Cuatro meses antes de la matanza ya tenía más de seis mil balas compradas por internet, un tambor con capacidad para 100 balas para su rifle, un chaleco antibalas y equipo táctico. Todo esto, calcularon en Fox News, pudo costarle unos US$ 8.000. Lo último que habría hecho, una semana antes del 20 de julio, fue mandarle un cuaderno a un siquiatra de la Universidad de Colorado, con dibujos de cómo sería el tiroteo. Por problemas con el despacho del correo, nunca le llegó a su destinatario.

Antes de manejar hasta el cine, James Holmes dejó su departamento lleno de explosivos y trampas, con la puerta sin llave y música electrónica muy fuerte que se repitió una y otra vez, hasta las 1 de la madrugada, sonando desde su computador. Eso al menos fue lo que Kaitlyn Fonzi, la estudiante que vive en el piso debajo de Holmes, le contó al matinal Good Morning America.

Uno de los asistentes a la función de medianoche, Corbin Dates, recuerda que cuando comenzaba la película, alguien en las primeras filas salió a hablar por celular. Y que abandonó la sala por la salida de emergencia. Minutos después, todo sucedió. Alguien vestido de negro, con casco antibalas, máscara antigases, chaleco antibalas, guantes y rodilleras entró por esa salida, tiró dos recipientes que emitían gas y comenzó a disparar. Varios pensaron que se trataba de una performance organizaba por el cine con motivo del estreno.

Una fuente policial dijo que Holmes alcanzó a disparar 71 tiros. Que su tambor con capacidad para 100 tiros unido al rifle AR-15 le dio la posibilidad de disparar entre 50 y 60 balas por minuto, antes de que éste se trabara y tuviera que cambiar de arma. Que si eso no hubiera sucedido, hoy habría más muertos y más heridos.

En esos minutos de histeria que partieron cerca de las 0.38, la gente se tiró al suelo y Holmes se movió por la sala antes de escapar por la salida de emergencia en dirección a su auto. Ahí fue apresado por la policía sin oponer resistencia ni tampoco hacer el intento de acabar con su vida, como generalmente ocurre en estos casos. Contó que tenía trampas en su departamento donde, según explicó el agente Jim Yacone, del FBI, vieron 60 artefactos explosivos improvisados, además de cables, fusibles y un acelerador que tenía la capacidad de expandir y amplificar cualquier explosión. A la policía, Holmes también le dijo que era el Guasón y, como publicó el diario Telegraph inglés, que había consumido 100 mg del analgésico Vicodin, que en exceso puede producir alucinaciones. Cuando le pusieron bolsas de papel en sus manos para capturar rastros de pólvora como evidencia, una fuente dijo a la cadena ABC que Holmes empezó a mover esas bolsas como si fueran títeres.

Después fue trasladado a la cárcel del condado de Arapahoe. Holmes, que entró escupiendo a guardias y al suelo, está confinado en una celda solitaria y vigilado para que no se suicide. El lunes 23, con el rostro confundido debajo de su pelo naranjo furioso, fue formalizado en la corte de Centennial.

La opinología sobre los trastornos de la mente se ha convertido hoy en el último deporte nacional de Estados Unidos. Porque a todos inquieta saber qué tiene que ocurrir para que un estudiante de doctorado, destacado, becado por el gobierno, se transforme en el símbolo del terror. Qué pasa en la mente de un tipo que hizo justamente del cerebro su campo de trabajo. La respuesta, por ahora, sólo la tiene Holmes. El muchacho pálido con la vista perdida, que en su formalización abría y cerraba los ojos, casi como queriendo despertar.