Jorge Edwards está recordando. Está escribiendo episodios que vivió. El arrebato nostálgico estalló con La casa de Dostoievsky, esa novela en que reconstruyó la bohemia de los 50 en que se formó como escritor. Hoy cualquier tema puede llevarlo a los años en que siendo un universitario recorría el Parque Forestal con Enrique Lihn o Alejandro Jodorowsky. O a sus días de escolar en el San Ignacio, cuando fue alumno de Alberto Hurtado. O a cuando Mario Vargas Llosa lo impulsó a publicar su segundo volumen de cuentos en los 60. De hecho, acaba de terminar dos novelas cortas con declarados ecos de su pasado y trabaja en una tercera que parece conducirlo inevitablemente a esa tarea que a todo escritor se le pasa por la mente cuando se acerca a los 80 años: las memorias.
Hace pocos días, al teléfono, Edwards le contó a su agente literaria, la española Carmen Balcells, la idea de escribir sus memorias. Ella se entusiasmó y lo apuró. 'Entonces déjate de mujeres y ponte a escribir', me dice. Ella cree que yo vivo en historias de faldas, pero no es verdad", cuenta lanzando una carcajada. Si no se escucharán el taco y los bocinazos desde la calle Santa Lucía, la risa de Edwards se ahogaría en el eco de su enorme departamento. Son las seis de la tarde y está solo.
Pero Edwards no quiere apurarse. Tiene muchas cosas que hacer. Debe dos prólogos: uno para un libro de Gabriel Valdés y otro recién encargado para uno de Carlos Ominami. No sólo eso, tiene que encontrar algo nuevo que decir sobre Pablo Neruda, para introducir la antología del poeta que se lanzará para conmemorar el V Congreso Internacional de la Lengua Española que se realizará en Valparaíso en 2010.
Hay más ocupaciones. Fernández de Castro, la distribuidora de las editoriales Anagrama y Tusquets en Chile, fundada por su fallecida esposa, también le quita tiempo. Pero, además, debe darse una vuelta por su librería, Altamira. A veces no quisiera ir nunca más: "Si yo fuera un empresario, cerraría Altamira. No se justifica que le tenga que poner atención a algo que no me da un peso hace tres años. Me da no sé qué cerrarla. Me da pena. Y resucitar a un muerto es difícil", dice.
Carlos Faz y Montaigne
Aunque Edwards tiene habilidades para la resucitación. Lo hizo con el arquitecto Joaquín Toesca en El sueño de la historia (2000); con su tío el escritor Joaquín Edwards Bello en El inútil de la familia (2004), y, a medias, en La casa de Dostoievsky (2008), donde Enrique Lihn inspiró al personaje. Este último desató las críticas de los más fieles seguidores del poeta. "Fue un invento para joderme a mí, diciendo que yo había traicionado a Enrique. Era un personaje de ficción. Pero eran picotazos, duran un segundo", sostiene.
Ahora va por otros muertos. También son artistas. Su próximo libro tendrá tres novelas cortas y lo más probable es que aparezca a fin de año por Alfaguara. Uno de esos textos está basado en un lejano familiar pintor. Un desconocido que nunca agarró vuelo como artista. "Estaba encerrado en sí mismo", cuenta Edwards. Le faltaba mundo. Hacia el final de sus días viajó a Europa y volvió impresionado: se enteró de la existencia de Velázquez y Rubens. "La última escena de la novela es con el pintor ante la tela en blanco sin poder pintar", adelanta.
Otro pintor, uno que sí superó las fronteras de su estudio, es el protagonista de otra novela corta, El diablo dibujado. Es Carlos Faz, una leyenda de la generación del 50 que murió en el río Mississippi. Buen amigo de Edwards, compartieron muchas noches en el Club de Jazz, primero ubicado en la calle Merced y luego en Huérfanos. Ahí vieron juntos en 1957 a Louis Armstrong. Faz tomaba gin con gin. "Era bueno para el trago, pero era riguroso: a veces pasaba 17 horas pintando", cuenta el escritor. "La novela es sobre la pintura y el jazz", afirma.
Así como en La casa de Dostoievsky Edwards sigue a un poeta en su periplo por el mundo, en El diablo dibujado seguirá a Faz. Pero el trayecto es corto: el pintor murió a los 23 años. En un viaje en barco de México a Barcelona, pasó por la costa de Nueva Orleans. Aunque no tenía visa para entrar a EEUU, Faz se lanzó al río para nadar hasta la ciudad del jazz. "Lo agarró la hélice del barco y murió", dice el escritor.
El otro muerto que Edwards revivirá en una novela es un escritor con el que inesperadamente se identifica: el renacentista Michel de Montaigne. Ha estado leyendo todo lo que encuentra del francés. "He sentido una cierta identificación con su escritura. Un aspecto en cierto modo burlón, autobiográfico, muy libre. Montaigne fue un hombre que a pesar de él, estuvo metido en trabajos de diplomacia y política. Estoy haciendo un personaje que un poco soy yo", explica.
Lo escabroso
Lo de Montaigne, reconoce Edwards, "puede ser un primer paso para llegar a las memorias". Aunque no quiere apurarse en poner sus recuerdos en el papel, ya tiene un plan. Y un par de revelaciones inesperadas. "Mi idea es escribir tres tomos de memorias: el primero hasta que se aparece mi primer libro, El patio (1952); el segundo hasta que publico Persona non grata (1973) y el otro en que aparecen el pinochetismo y los tiempos actuales", adelanta.
Escribirlo será lo de menos. "Hay temas escabrosos. Temas personales y políticos que van a ser complicados, pero se necesita franqueza y aire fresco", dice. Y agrega: "Hablar verdaderamente del mundo jesuítico que yo viví en el Colegio San Ignacio no es fácil. No. Ahí la pedofilia andaba más o menos fuerte. Antes de la llegada del Padre Hurtado, que trajo un estilo nuevo y de la vida religiosa como un servicio al mundo social. Pero no quiero insistir en ese tema".
Edwards prefiere hablar de cuando Jodorowsky le presentó los libros de Kafka, de cuando conoció a las hijas de Juan Emar, de Luis Oyarzún, de la vez que Neruda lo mandó a llamar, de un cuento sobre Blest Gana que escribió en los 60... Pero no todos los recuerdos le gustan. Persona non grata ya le está aburriendo. "Cada vez que sale una nueva edición de ese libro, me piden un epílogo. He pensado hacer un libro que se llame Ultimo epílogo, para enterrar ese tema. No lo puedo enterrar. Siempre voy a una parte y me preguntan de Fidel Castro. Y yo lo vi un par de horas hace 30 años. Siempre sale el tema. En cierto modo, Persona non grata me pesa", asegura.